Anunciación.- En las novelas románticas, en las películas que narran el amor entre dos personas o en los sueños por alcanzar la felicidad estable, para siempre, para siempre, el final feliz es contraer matrimonio en una ceremonia de sueño, donde los contrayentes se conviertan en el príncipe y la princesa de los cuentos.
Pero resulta que somos testigos de una realidad muy diferente, el matrimonio no es el final feliz. Esto supone una ensoñación totalmente fuera de la realidad, propia de personas inmaduras. Quien desee salir de ese estado necesita poner los pies en la tierra y darse cuenta que la vida tiene desafíos y que la felicidad depende del modo de afrontarlos.
Nuestra individualidad es relacional, dicho de otro modo: cada persona es un modelo exclusivo pero no se desarrolla en soledad. Por eso, de alguna manera, contraer matrimonio si es un paso a la felicidad porque cada contrayente ve al otro de manera exclusiva, tienen el inmenso gozo de haberse elegido, quieren estar juntos para siempre, por eso, destierran la soledad.
Después de la entrega mutua sigue el esfuerzo por conservar y por mejorar ese proyecto, si a ese esfuerzo se le ve de modo positivo traerá felicidad, si al esfuerzo se le ve como algo negativo y se evita la persona no será feliz. Porque la felicidad consiste en superar obstáculos. Hay un dicho: quien bien te quiere te he te hará llorar.
Tomás Melendo, experto en educación familiar dice: es primordial atender al otro, dejando a un lado lo propio, es la regla más importante en educación y para toda la vida humana. La tendencia más común es satisfacerse y, si la persona tiende a ser generosa después ayudará a quien lo necesite. Si es egoísta y no la han educado, no captará lo que les sucede a los demás.
La educación contradice las tendencias egoístas, por eso, Melendo también dice: la categoría educativa de los padres, viene dada por su capacidad de sufrir y por hacer sufrir a quienes quiere: sus hijos, cuando esto es necesario. Y, es necesario corregir los defectos, esto cuesta porque los padres pasan un mal rato y los hijos también. Pero dos contrayentes bien educados sí garantizan un futuro feliz porque antes de pensar en sí ayudarán al otro.
MIRAR EN LO PROFUDO
Ana Teresa López de Llergo