
Vivamos la alegría en el trato
“El mundo de las cosas en que vivimos pierde su equilibrio cuando, desaparece su cohesión con el mundo del amor” (Tagore). “Media humanidad se levanta todos los días dispuesta a engañar a la otra media” (refrán popular). “El hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes). “No te fíes ni de tu padre” (frase popular).
Estas posiciones negativas ante la vida, nos llevan directamente al pesimismo y a una terrible incomodidad.
El mundo no es tan malo como lo pintan. El mundo es bueno y lo hacemos malo los hombres con nuestras tonterías. Necesitamos un hogar luminoso y alegre: donde se mira con gozo a los ojos: donde se trabaja con júbilo, se ríe y se confía.
Para conseguir este sano nivel de alegría se necesita mucho valor, renuncias, sacrificios y olvido de sí, por cada uno de los miembros que integran la sociedad.
El don de la sencillez es lo cotidiano, donde cada uno cumple su cometido y se ocupa de los demás. La caridad bien entendida comienza por uno mismo, pasando inadvertido, y comprendiendo al prójimo.
La única manera de vivir la alegría consiste en estar uno gozoso y participar esa alegría a los demás. Esta alegría sino la tenemos, todos necesitamos adquirirla y que dar y enseñar a vivir. La alegría es el lubricante que hace más llevaderos los roces en el trato.
Cada uno es único e irrepetible y tiene sus peculiaridades.
Hemos de vivir la alegría en el trato. No se trata de adoptar posturas dulzonas, sino de decir las cosas como son, objetivamente, y en el tono correspondiente, según las circunstancias. Por ejemplo, un “por favor”, que bien cae. Es un error avasallar a los demás con nuestro carácter egocéntrico.
Vivir la objetividad: las cosas son como son, y vienen una detrás de otra.
Vivir el equilibrio en las relaciones con los demás, ser cordiales, humanos, felices… Si queremos estar alegres y dar alegría: no nos creamos ni los más listos, ni los depositarios de la razón, ni los imprescindibles. De lo contrario adoptaremos la ley del más fuerte que trata de poner la bota en el cuello de los demás.
Respetar el punto de vista ajeno: saber escuchar. Todos nos necesitamos los unos a los otros, por ende, es buena virtud saber escuchar (se aprende más escuchando, que hablando).
Sólo los dogmas no son opinables. Las demás cosas son verdades parciales que hay que aprender. Hablando se entiende la gente. Se puede convivir con gusto en medio de una pluralidad de opiniones o criterios.
Para llegar a esta convivencia alegre, antes hay que respetar la libertad de las conciencias. Actuar pensando que la gente es buena, hasta que no demuestren lo contrario.
El piensa mal y acertarás es pesimista y conduce al recelo y a la desconfianza. Sonreír, cuando esta sonrisa es sincera, es acertado y lubrica el trato mutuo.