VIVAMOS LA ALEGRÍA EN EL TRATO
“El mundo de las cosas en que vivimos pierde su equilibrio, cuando desaparece su cohesión con el mundo del amor” (Tagore). “Media humanidad se levanta todos los días dispuesta a engañar a la otra media” (refrán popular). “El hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes). “No te fíes ni de tu padre” (frase popular). Esta posición negativa ante la vida, nos llevaría directamente al pesimismo y a una terrible incomodidad.
El mundo no es tan malo como lo pintan. El mundo es bueno y lo hacemos malo los hombres con nuestras tonterías. Necesitamos un hogar luminoso y alegre: donde se mira a los ojos, donde se trabaja a gusto, se ría, se viva la alegría. Para conseguir esta alegría se necesita mucho valor, renuncias, sacrificios, etc. vividos por cada uno de los miembros que integran la sociedad.
El don de la sencillez es lo cotidiano, donde cada quien cumple su cometido y se preocupa por los demás. La caridad bien entendida comienza por uno mismo, pasando inadvertido, tratando de comprender al prójimo. El secreto de la alegría está más en darla que en esperarla.
La única manera de vivir la alegría consiste en estar uno gozoso y participar esa alegría a los demás. Esta alegría los cristianos la tenemos que dar y enseñar a vivir. La alegría es el lubricante que hace más llevaderos los roces en el trato.
- Cada uno es único e irrepetible y tiene sus peculiaridades.
- La gente santa, si se piensa un poco en ello, ha sido siempre alegre.
Hemos de vivir la alegría en el trato. No se trata de adoptar posturas dulzonas, sino de decir las cosas como son, objetivamente, y en el tono correspondiente, según las circunstancias. Por ejemplo, un “por favor”, que bien cae. Es un error avasallar a los demás con nuestro carácter egocéntrico.
Vivir la objetividad: las cosas son como son, y vienen una detrás de otra. “La verdadera virtud no es triste ni antipática, sino amablemente alegre” (san Josemaría Escrivá de Balaguer)
Vivir el equilibrio en las relaciones con los demás, ser cordiales, humanos, felices… Si queremos estar alegres y dar alegría: no nos creamos ni los más listos, ni los depositarios de tener siempre la razón, ni los imprescindibles. De lo contrario adoptaremos la ley del más fuerte.
Respetar el punto de vista ajeno: saber escuchar. Todos nos necesitamos los unos a los otros, por ende, es buena virtud saber escuchar (se aprende más escuchando, que hablando).
Sólo unas cuantas cosas no son opinables, como el dogma. Las demás son verdades parciales que hay que aprender. Hablando se entiende la gente. Se puede convivir a gusto en una pluralidad de opiniones o criterios.
Para llegar a esta convivencia alegre, antes es preciso respetar la libertad de las conciencias. Actuar pensando que la gente es buena, hasta que no demuestren lo contrario.
El piensa mal y acertarás es pesimista y conduce al recelo y a la desconfianza. Sonreír es acertado y lubrica el trato mutuo.