Un ejemplo de vida para hacernos pensar
Por: Ana Teresa López de Llergo
Cada año, el 6 de julio, celebramos la fiesta de Santa María Goretti. Una niña que murió a los 12 años de edad. Con estos simples datos podríamos pensar que es una gran desgracia morir a tan escasa edad y que quienes deben haber sufrido mucho fueron sus padres, pues nunca se espera la muerte de niños o de jóvenes. Se piensa en esa realidad cuando se llega a la adultez o a la ancianidad.
Sin embargo, en este caso, como en el de todos los santos nos deberíamos plantear conocer sus vidas y descubrir el sorprendente ejemplo que nos dan. Si lo hiciéramos, descubriríamos que no sólo nos dan ejemplo, sino que desean y pueden ayudarnos si se lo pedimos. Y no lo hacen exclusivamente el día de su celebración sino cuantas veces acudamos a ellos. Llegan a ser grandes amigos.
María nació en una familia de campesinos italianos, en el año de 1890 y la asesinaron y murió el 6 de julio de 1902. Viven en un lugar pantanoso donde la malaria es frecuente. Cuando tenía diez años vio morir a su padre de ese mal. En esa familia los padres enseñaron a los hijos a vivir cristianamente y sobre todo a evitar el odio, a perdonar siempre.
A los once años hizo la primera comunión y pidió ayuda a Dios para nunca ofenderlo y preferir la muerte antes de cometer un pecado mortal. Como eran muy pobres y eran varios niños, los padres habían accedido a convivir con un hombre viudo que tenía un hijo, Alejandro de aproximadamente 18 años. Al quedar viuda la madre salía a trabajar y dejaba la casa a cargo de su hija María, quien además cuidaba a una hermana más pequeña.
Así pasaban los días de María quien llegó a la edad de doce años. En una mañana del mes de julio, estaba en su casa cuidando a su hermana pequeña. Llegó Alejandro ciego de pasión y se quiso llevar a María a otra habitación, ella forcejeó negándose a las propuestas del joven, amargado y endurecido por la vida que llevaba, enceguecido por la pasión y frustrado por la negativa de María, sacó un cuchillo y la apuñaló varias veces.
La madre al llegar encontró a María todavía con vida, la llevó a una clínica cercana. Allí agonizó, pero dijo no odiar a Alejando, al contrario ofrecía sus sufrimientos por él para que llegara a gozar del cielo. Y expiró. Murió con fama de santidad y pronto Dios le concedió hacer milagros.
El milagro más grande fue conseguir la conversión de Alejandro, quien después de cubrir su condena en la cárcel, pudo asistir con la madre de María a la canonización en el año de 1950.
Queda palpable la realidad de que una niña puede saber lo que está bien o lo que está mal, y con una buena educación religiosa y familiar, puede tener la fortaleza de elegir el bien.