La fidelidad de los cónyuges es lo que más los llena de alegría, lo mismo que los hijos y los nietos. Paladean todos esos años que vivieron juntos, desde que se conocieron. Luego cuando se pusieron de novios e iban a fiestas y bailes.
Las palabras y las acciones necesitan ser conformes a la realidad que expresan. Esta afirmación nadie la niega. Es necesario, para la convivencia humana dar mutuo crédito a las palabras y creer que nos dicen la verdad. La sinceridad, es, pues, como la principal cualidad de la conciencia.
El mal radical consiste en hacer de tu víctima cómplice de tu iniquidad. Así lo afirmaban Lévinas y otros filósofos judíos, tras analizar los entresijos que condujeron a los grandes genocidios del siglo XX. Innumerables personas, sufriendo un atropello indecible a su dignidad, cooperaron en el exterminio de sus propios hermanos.
Al darse la fecundación, el nuevo ser humano es querido por Dios. No es alguien que nace y “a ver qué sucede”, esa criatura tiene una misión, un encargo directamente dado por Él. Y además dotado con unas inclinaciones para realizar ese proyecto. Esa misión es para provecho de la misma persona, y con esa tarea beneficiar a los demás.
La vida humana es consecuencia de todo un proceso humano y divino. Y digo divino pues el ser humano está compuesto por tres dimensiones: corpórea, espiritual, y afectiva. Si fuera un derecho, toda mujer tendría la posibilidad de ser madre y no es así.