Para saber si nuestro ideal es algo que valga la pena –por el esfuerzo y las cosas que dejamos para hacerlo realidad-, es preciso las propias posibilidades con las necesidades de los demás, porque todos requieren recibir ayuda: nadie se puede sostener solo.
Es natural que quienes forman un hogar piensen en la responsabilidad con la que se comprometen, primero con el cónyuge y luego con la posible prole. Esto es lógico y loable, pero es miope esa visión porque es indispensable tener consciencia de que es cierto que la familia es célula de la sociedad, y la propia familia influye para bien o para mal en el entorno. Y es de desear que influya para bien.
Tanto la maternidad como la paternidad son dos formas de liderazgo. Los hijos aprenden del modo como lo realizan los padres. Y aprenderán que el liderazgo no es exclusivo de un modo de ser, así se alejan de los modos dictatoriales. Si las relaciones del padre y la madre son buenas aprenderán que se pueden tener distintos modos de resolver los asuntos y eso no causa pugnas. Entonces los hijos aprenderán a escuchar distintos enfoques para elegir el mejor.
Los hijos entenderán que el hombre y la mujer son diferentes, pero se pueden complementar. Descartaron la lucha de sexos, no aceptarán ni el machismo ni el feminismo sino la colaboración de los dos puntos de vista. Estos ejemplos los preparan a ser ciudadanos con mente amplia, capaces de escuchar a todos. No buscan igualdad, saben de sobra que las diversas opiniones enriquecen y abren posibilidades.
La vida de los pueblos se mejora cuando todos los ciudadanos participan, consolidación las instituciones. Se defiende el estado de derecho, la división de poderes y la capacidad de escuchar a todos para elegir las mejores propuestas. Así es más fácil forjar una patria acogedora.
Hay líderes ejemplares como lo fue Angela Merkel, canciller de Alemania por quince años, se inspiró en principios cristianos. Reconstruyo su patria después de la guerra y promovió el entendimiento entre las naciones. Apoyó la solidez de las instituciones. Nos deja un ejemplo, aunque cada ciudadano ha de adecuarse a las necesidades de su patria.
El papa Francisco, como siempre, abre horizontes, y nos impulsa a vivir la fraternidad entre personas, grupos y pueblos, creyentes y no creyentes. Y construir un futuro humano digno, sobre todo, para las generaciones que vendrán. Señala que la mejor política, la más alta y noble se inspira en la caridad, porque la unidad es superior al conflicto.