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Jesucristo Archivos - Somos Hermanos

Final de dos años 2>

Los católicos acabamos de terminar el año litúrgico e iniciamos uno nuevo. Estas fechas son variables. En este año de 2024 el año litúrgico concluyó con la conmemoración de San Andrés. Primer apóstol en seguir a Jesucristo y él presentó a su hermano Simón a quien Cristo llamaría Pedro y se quedaría al frente de la Iglesia como primer Sumo Pontífice.

El nuevo año litúrgico comenzó al día siguiente, domingo primero de diciembre, con el nombre de primer domingo de Adviento. Recorreremos otros tres domingos de Adviento antes del 25 de diciembre en que festejaremos el Nacimiento de Nuestro Redentor, Jesús.

Conviene reflexionar en el porqué de las fiestas y los regalos, para evitar el cansancio, el nerviosismo y el mal humor. Es una paradoja, pero todos experimentamos que eso sucede. Y al reaccionar así deterioramos lo que debería ser la oportunidad de disfrutar el regalo más importante para todos, sin excluir a nadie: Jesús vino a salvarnos del descamino, nos da la oportunidad de convertirnos en hijos de Dios y de ocupar el sitio que nos tiene prometido en el cielo, para toda la eternidad.

Los regalos que acostumbramos dar a nuestros seres queridos son una especie de adelanto del regalo impresionante que Jesús nos trae a cada uno de los humanos, sin excluir a nadie. Incluye a todas las personas de todas las regiones y de todas las épocas. Es algo inmenso cuyo recuerdo hemos de tener muy presente. No hay otro regalo semejante.

Este año es una nueva oportunidad de recordar este acontecimiento tan importante para disfrutar con más contenido el hecho de compartir regalos, los paseos para ver la iluminación de la ciudad o los adornos en las calles o en los centros comerciales. Motivo que debe llenarnos de alegría y recordárselo a quienes suelen ponerse tristes pues seguramente olvidaron el por qué o nadie se los ha dicho.

El otro fin de año es el del año civil. Ese sí tiene fecha fija y lo festejan todos los países, tanto que se unifican las celebraciones cuando dan las doce de la noche y cambia el calendario. Inicia el primero de enero y se representa muchas veces con un bebé recién nacido y nos llenamos de esperanza porque deseamos lograr en ese nuevo año todo lo que no alcanzamos en el que termina.

Está muy bien renovar la esperanza y los propósitos, pero para no caer en el desánimo ante el hecho de no conseguirlo, conviene recordar nuevamente que el premio que supera con creces todos los demás, ese sí es seguro, siempre que nuestra conducta se oriente a lo que Dios manda.

Por esta razón el festejo del inicio del año civil es la oportunidad de recordar los propósitos hechos ante el pequeño Niño Dios.      

La oportunidad de finalizar dos años de modo tan cercano es la mejor ayuda para perseverar en los propósitos de mejora. Siempre los hacemos y, también pueden olvidarse fácilmente por lo complicado de esos días. Por ejemplo, normalmente tenemos más compromisos laborales, pues revisamos los resultados del trabajo y proponemos nuevas metas. También hay compromisos sociales.

En la familia se esperan vacaciones y modo de disfrutar esos días, además de agasajos y regalos, como por tradición se viven de año con año. Y la doble oportunidad puede ayudarnos a renovar las disposiciones para construir recuerdos gratos, o rectificar algunos enfoques o respuestas desajustadas que pudieran deteriorar las relaciones con los seres más queridos.

   

ESTEMOS SIEMPRE ALEGRES 2>

Psicológicamente, la alegría se considera como un sentimiento en el cual lo que penetra inmediatamente en nuestra intimidad es vivenciado como un don (ya sea una cosa, un ser, un acontecimiento). En la alegría percibimos el sentimiento de felicidad.

Distinguimos dos clases de alegría:

Externa: fisiológica, caracterial (sentimiento de jovialidad): Es una diversión pasajera, un placer momentáneo. Se exterioriza en la risa, extroversión, dinamismo físico, etc.

Profunda: espiritual, basada más en el tono vital integrador de toda la personalidad. Se manifiesta: en la sonrisa, serenidad, paz interior… Es una alegría auténtica, que penetra toda vida anímica y “proporciona a nuestras percepciones un especial brillo; muestra todo el horizonte objetivo de nuestra existencia y una nueva luz, de nuestros pensamientos y de nuestra voluntad, una particular dirección” (P. Lersch)

Cuando la naturaleza de la alegría   es sobrenatural: “La alegría es una virtud no distinta de la caridad, sino cierto acto y efecto suyo” (Santo Tomás de Aquino). La alegría proviene de la unión con Dios, y es consecuencia de la filiación divina, del abandono filial. Exige como soporte una tranquila humildad. La alegría se hace más honda conforme nos entregamos al Señor.

Manifestaciones:

  • La alegría es fruto del alma en gracia, que está unida a circunstancias adversas o favorables. “Estad siempre alegres”, también a la hora de la muerte.
  • Serenos, contentos, objetivos –alegres, con contenido-, en todos los actos de la vida.
  • Fruto de la caridad.
  • Si queremos estar alegres –ser felices-, con buen humor vivamos la virtud del Amor auténtico, en:
  • Las relaciones sociales
  • Conversaciones, tratando de comprender; conviviendo con las personas como quisiésemos que nos tratasen.
  • “No quieras para otro lo que no quieras para ti”
  • Poniendo esto en práctica. Enfrentarse al toro: con nosotros mismos, haciéndolo con garbo.
  • Y de esta lucha brotará la paz, y luego, la alegría.
  • Es preciso saber que la falta de alegría es la tristeza, que es el estado subjetivo desagradable, causado por un mal presente y no deseado; a este estado va casi siempre unido un sentimiento depresivo de dolor, de aflicción, etc.

San Pablo describe la alegría: “Al presente me alegro; no de la tristeza que tuvisteis, sino que la tristeza los haya conducido a la penitencia: De modo que la tristeza que habéis tenido ha sido según Dios; así ningún daño os hemos causado. Puesto que la tristeza que es según Dios produce una penitencia constante para la salud; la tristeza del mundo, en cambio, produce la muerte” (2 Cor 7, 9 – 10).

Lo que distingue netamente a las dos tristezas es el amor a Jesucristo, que se vive en la primera y se abandona en la segunda.

La alegría verdadera, íntima, connatural es la que nace en el hombre al descubrir la voluntad de Dios en los acontecimientos grandes o pequeños y de reconocer a Dios en los acontecimientos de cada día.