Muchas virtudes y valores que observamos hasta nuestros días, han nacido de la doctrina de Jesucristo. Por ello, se dice que vivimos dentro de la civilización cristiana.
La experiencia señala que un pueblo se sostiene en pie, únicamente si el número de los hijos es de tres o cuatro por familia; el número ha de ser mayor si se quiere que aumente la población.
Me llama la atención que el reconocido pedagogo, David Isaacs, en su libro “La Educación en las Virtudes Humanas y su Evaluación” ponga como primer capítulo “La Educación en la Generosidad” y afirme: “Esta virtud actúa en favor de otras personas desinteresadamente, y con alegría, teniendo en cuenta la utilidad y la necesidad de la aportación para esas gentes, aunque cueste esfuerzo.”
La alegría proviene de la unión con Dios, y es consecuencia de la filiación divina, del abandono filial. Exige como soporte una tranquila humildad.
Para saber si mi ideal vale la pena –por el esfuerzo y las cosas que dejamos para hacerlo realidad-, es preciso relacionar las propias posibilidades con las necesidades de los demás, porque todos requieren recibir ayuda: nadie se puede sostener solo.