La fidelidad de los cónyuges es lo que más los llena de alegría, lo mismo que los hijos y los nietos. Paladean todos esos años que vivieron juntos, desde que se conocieron. Luego cuando se pusieron de novios e iban a fiestas y bailes.
Quizá el punto de partida sea el tratar de comprender bien a los demás y adentrarnos en la situación de cada uno. Ningún individuo es idéntico a otro. Cada quien tiene su propia personalidad, su carácter, su temperamento, sus metas e ilusiones profesionales, familiares; sus propios gustos y aficiones.
Más que predicar en templos semivacíos o centros de convenciones, tendremos que vivir con más fidelidad lo que creemos para atraer a otros a esta senda del valorar a la persona humana desde el momento de la concepción y hasta su muerte natural.
Nadie puede obtener el triunfo, si antes lo rechaza mentalmente. Esto implica imaginar y pensar previamente, con detalle, lo que apasionadamente deseamos. Ponerlo por escrito. Ponga su confianza en Dios y en usted mismo. Si es para bien, amemos con pasión el triunfo.
La televisión y el internet se presentan como la alternativa más cómoda para mantener a los hijos “ocupados” y podernos dedicar a nuestros asuntos y descansar.