Es un error soñar con lo fácil porque el esfuerzo que realicemos nos viene muy bien, nos mejora, NOS HACE FUERTES, nos asegura la preparación para afrontar el porvenir.
Por ejemplo, tenemos la oportunidad de acercarnos a Dios y poner delante de Él la multitud de nuestras faltas, de nuestros pecados, de nuestras faltas de virtud en lo humano y en lo sobrenatural.
Es sorprendente la capacidad que tenemos los humanos para acostumbrarnos a lo más trascendente en vez de solucionar prioritariamente los cuestionamientos anteriormente mencionados, como auténticos chiquillos en la infancia nos llenamos de juegos y diversos entretenimientos; en la adolescencia nos atraen las fiestas, los deportes, las chicas; luego viene la edad de los grandes ideales y metas para estudiar las carreras universitarias, obtener un título.
Estamos asustados por hechos que se nos escapan, no sabemos cómo solucionarlos, y entonces sí alzamos los ojos al cielo. Aunque nos sintamos apenados por mostrar nuestra mezquindad al acudir a Dios cuando “no queda de otra”, Él no nos abandona y aprovecha la circunstancia para restablecer la relación.
Y, en la práctica, todo se reduce a intercambiarse regalos, a organizar brindis, a tener comidas con abundantes bebidas. Es decir, se ha perdido la brújula sobre el verdadero sentido de la Navidad.