SUGERENCIAS PARA QUE MEJOREN LOS JÓVENES

5 julio, 2022

Autor: Gabriel Martínez Navarrete

La respuesta es compleja, pero existe un común denominador que impide ir hacia adelante: la futilidad, la vida sin sentido y la carencia de formación que afecta a un gran número de jóvenes, de modo que han llegado a ser juguete de las circunstancias. El ser útil, el dejar huella positiva, el aprovechar la vida como si fuera oro fino en servicio de los demás, brilla por su ausencia.

 

¿Qué nos pasa? Sin duda algo grave, que es necesario eliminar su causa.

Existe consenso general entre la población de que la educación actual no se adecúa a los requerimientos de ellos: se termina una carrera y no se está preparado para afrontar la vida con garbo.

 

A falta de una acción de las autoridades educativas, que no debemos esperar, la responsabilidad recae por entero en los padres de familia, quienes deben sentir vivamente la responsabilidad de educar personalmente a sus hijos, sin tratar de suplir la función de la escuela y de la universidad, porque esta es muy pobre en cuanto a los valores. La educación profunda que da sentido trascendente a la vida –no la encontramos en la instrucción, que es lo que usualmente ofrecen las escuelas -: recae principalmente en los progenitores.

 

Cuando los hijos aún son niños, el peso casi total de la educación debe llevarse en y desde la familia; cuando los niños atraviesan la adolescencia y la juventud, se presenta el hecho de nuevas necesidades de afecto, de experiencia, de prestigio, que la misma sociedad les va exigiendo y que se satisfacen fuera del hogar… en la escuela, en la universidad, participando en grupos juveniles, etc.

 

El adolescente comienza por descubrir su intimidad y tiende a exaltar su “yo”. Por lo que dice y por lo que hace nos percatamos de un afán de independencia –que antes no tenía-, desea sentirse responsable, se interesa por los valores más abstractos y espirituales, se manifiesta en él sentido del honor, etc.  que precisan encauzarse rectamente. El joven sufre cambios internos y debe readaptarse a la realidad. Resulta vital, para él recibir ayuda.

 

¿Quién le debe ayudar? Los padres en primer lugar, estos tienen un carácter excelente, y luego los profesores si son auténticos. Su experiencia siempre es útil.

 

¿Cómo ayudar? ¿Qué actitudes asumir para ello? Los educadores las resumen en tres: respeto, aceptación y comprensión. En este punto la amistad juega un papel importantísimo, que implica una genuina colaboración entre el adolescente y el educador. De nada sirve una actitud arbitraria e impositiva: provocaría rebeldía. Comprender implica un esfuerzo por ponernos en el punto de vista del joven: ver las cosas exactamente como él las ve.

Sólo así se capta el modo de ser personal, lo propio de los problemas del otro.

 

Aceptar quiere decir considerar a cada uno como es y no como quisiésemos que debiera ser. Aceptarlo con sus aspiraciones y afanes, con sus preocupaciones y ansiedades, sus defectos y sus virtudes. Significa saber aceptar las cosas como hechos; no implica conceder el visto bueno o reprobar.

 

Respeto profundo y desinteresado a la libertad del adolescente. Conviene aconsejarle de modo que la aceptación de nuestra experiencia en ningún momento le mengüe la responsabilidad. La responsabilidad personal se desarrolla sólo en clima de sana disciplina.

 

Eliminar la disciplina –como sucede en tantas familias y centros de enseñanza- causaría efectos desastrosos en los jóvenes: ¿Cómo aprenderán a respetar a los otros sino existen unas reglas? ¿Cómo comprenderían la exigencia que en el futuro les pedirá la sociedad? ¿Cómo crecerán en sentido de responsabilidad si carecen de las condiciones para lograrlo?

 

Cuando se olvida la disciplina y se deja todo a la espontaneidad personal –al capricho del momento-, se convierte la persona en inútil: ¿Por qué eres débil?: Porque has cedido diez mil veces. Es así como se llega a ser juguete de las circunstancias. Tú mismo has llegado a darles fuerza, sin que ellas hayan sido la causa de tu debilidad.

 

Cambiar a una actitud positiva, que les lleve a vivir los valores humanos de lealtad, responsabilidad, veracidad, laboriosidad, amistad,  sentido del humor, alegría, etc.  sería el cauce adecuado.