Anunciación.- Ni siquiera te sobresaltes, tranquilo. Te lo recomiendo. Escucha, y mírame bien a los ojos, cuando puedas, donde me encuentres, donde sea que nuestros caminos se crucen nuevamente, como ahora lo hicieron, en este momento, después de tantos años de ejercicio profesional, con tantos inviernos atravesados en el corazón, siempre al margen de lo que tú, fanfarronamente, llamas vida política nacional.  

No tengo –de hecho, nunca he tenido- el menor interés de poseer una filiación política particular. Además de que en mi profesión de cirujano, hubiese siempre representado una pérdida de tiempo miserable e imperdonable, también siempre me pareció muy poco ético solventar la alimentación y el vestido de mi familia con recursos que no provinieran de mis desvelos ante los libros, de mis horas de pie en los quirófanos, de tardes interminables de consulta médica.

Yo te he dejado hacer a ti y a todos los que como tú, en el pasado, han pretendido hacernos creer que verdaderamente les necesitamos, que son la solución, la estrella y la leche, coño. Mira, te recuerdo con otras caras, con otros nombres quizá, allá en la facultad: que la sociedad de alumnos, la representación ante el claustro de profesores, la resistencia al mal gobierno generado por López Mateos y radicalizado por Díaz Ordaz.

Los otros –siempre los otros-, que en sus puestos burocráticos universitarios, politizaban el sindicato de secretarias, afanadores, archivistas y similares para clavarle el diente a las cuotas, para recibir canonjías de la universidad, recursos inconfesables de la Secretaría de Gobernación, para trabajar menos y ganar más como producto de la cooperación forzada de todos aquellos que, como borregos, les seguían sin saber nunca para qué, y aportando siempre sus respectivas contribuciones.

Desde allí te veo, y luego en las presidencias municipales de todos los pueblos en los que realicé mis reglamentarias prácticas profesionales, en los pueblos en los que yo luchaba contra la disentería con la más absoluta improvisación ante la ausencia de recursos, mientras los candidatos, los caciques, los líderes populares, los representantes del partido, se regodeaban en la efímera riqueza que podían generar las arcas del Ayuntamiento y la ignorancia de sus habitantes.

A mí ya no me puedes engañar. Te he visto tantas veces, he escuchado con tal reiteración la carroña que sale de tus fauces, he visto tanta decadencia generada por tus seguidores que fincan un sueño irrealizable en tus descaradas promesas; me he descubierto con nauseas tantas veces después de un discurso, una entrevista, una arenga popular, que no, a mí ya no me engañas, no.

Pero mira, comprenderás que para mí has sido definitivamente irrelevante. Yo te he dejado hacer, y echar a perder, y dispendiar, y cometer errores, y abusar, y pastorear, y todo lo demás. Yo me he dedicado a lo mío, a despanzurrar gente con problemas en el colon, y en el píloro que comunica al esófago con el estómago. A reparar tantas vísceras con inflamación: gastritis, diverticulitis, colitis, en fin. A investigar, a escribir, a enseñar a los jóvenes médicos de vocación. A desvelarme hasta no encontrar la causa de la dolencia de doña fulana de tal, o hasta no solucionar la hediondez que proviene de la zona más austral del tórax de don menganito de cual.

Sin aspavientos, así ejercemos los de mi clase, los de mi profesión, sin acordarnos de que tu existes, sin recordar que cada seis años se organiza un jaleo descomunal para arrebatarse a la madre de todas las posiciones políticas, al último espacio en la gloria de una carrera política construida palmo a palmo con sacrificios, humillaciones, servilismo y venganzas.

Pero hoy si tengo que intervenir, me importa muy poco, y mira que a mí no me han matado a una hija, no me han secuestrado un hermano. Mira que en mi caso puedo contar con una solvencia adecuada que se ha fincado en la disciplina del ahorro, en el trabajo ininterrumpido. Hoy intervengo, sí, y te recuerdo que no importa cuántos recursos nuestros te gastes en esas ridículas campañas televisadas, no importa cuántas veces nos digas que tú eres el redentor de la democracia y del progreso, no, verás, no importa, porque todos sabemos que aquí no alcanzaremos nunca la inmundicia porque la gran mayoría se ha apartado de eso que tu llamas política, y se ha dedicado, precisamente a hacer lo suyo, a cubrirse de una gloria anónima que permitirá a los hijos, y a los hijos de los hijos, levantar la frente y sentir orgullo.  Una gloria que se ha ganado por su gente, no por sus políticos, a ver si ya te enteras, o sea.

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