Si somos mejores, los demás también lo serán

4 marzo, 2025

Nada anima tanto como conseguir que los demás mejoren: porque uno entonces habrá mejorado. Si deseamos superarnos, debemos aprender a ser mejores, nadie nace sabiendo. Para educar, es necesario ir por delante, dar ejemplo, vivir antes las cosas. No podemos dar lo que no tenemos.

“Farol de la calle y oscuridad de tu casa”, reza el refrán. Y es cierto: la caridad empieza por casa, y primero por el ejemplo.

Psicológicamente, cuando el niño pequeño de la familia crece, se realiza en él un proceso de identificación con sus padres, quienes empiezan a estar presentes en la conciencia del chiquillo y forman parte integrante de la personalidad del pequeño.

Ésta es una de las razones por las que el carácter de los padres necesita ser excelente, dado que el niño aprende a superarse imitando, y se identifica con las personas que le sirven de patrón: los rasgos que asimile influirán en su vida posterior.

El niño que no es querido por sus padres, que es identificado como malo y regañado o maltratado sin razón, adopta una actitud negativa hacia sí mismo, que, a su vez, influye en sus procesos de identificación posteriores, que le llevarán a una desintegración de su personalidad y a ser potencialmente un delincuente: “si mis padres me rechazan, es porque soy malo.”

Es probable que el niño se haga el siguiente razonamiento: Si en mi casa me tratan mal, Luego también la sociedad –compañeros de clase, profesores, la gente, etc. – lo harán así conmigo”. Incapaz de vivir la solidaridad y la lealtad con los demás, se convertirá en un joven problema.

Si el niño es acogido con cariño por sus padres, y se le ayuda desde pequeño a identificar las cosas como son, cuando sea adulto tenderá a formarse en una expresión de sano equilibrio y positivo desarrollo mental.

No obstante, lo más importante de todo consiste en educar a los hijos para que desarrollen las virtudes humanas, que son propiamente las fuerzas del hombre, lo perfeccionan y le permiten realizar el bien. En este sentido puede uno mejorar sin límites.

Cuando los niños ven en sus padres una actitud cansina y pesimista ante la vida, cuando se lamentan y sr quejan ante las dificultades; cuando no son sinceros; cuando descubren que sus padres no desean tener más hijos -por miedo a complicarse la vida-; esos niños se encuentran lejos de formarse en la alegría.

El pesimismo como disposición psicológica es un vicio emparentado con la desesperanza, la soberbia, la vanidad y la presunción, es decir, con la tristeza.

Los hijos requieren formarse en un ambiente de alegría, en un claro optimismo, que es una virtud íntimamente unida a la fortaleza de ánimo, audacia y humildad para cumplir los deberes. Esa alegría se fundamenta en la misma libertad y responsabilidad personales y en la realidad de sentirse hijos de Dios.

Ayudar a los hijos a que dominen el presente:   el cumplimiento exacto de sus deberes de cada instante: estudiar, hacer la tarea, realizar un encargo, jugar, saber ser un amigo, rezar, etc.- les ayudará a tener un sentido positivo de la vida, sobre todo si se les enseña a comprender y a tratar a los demás como quisieran ellos ser tratados.