Sal y TierraDe escándalos, cardenales y soledades

Jorge E. Traslosheros
jtraslos@revistavidanueva.mx

Se llevó a cabo el cuarto Consistorio del pontificado de Benedicto XVI. Su importancia es imposible de disimular. Fueron creados veintidós nuevos purpurados. Diez ocupan altos cargos en la curia vaticana, sus nombramientos son recientes y se hicieron con plena aprobación de Ratzinger. Ocho provienen de muy importantes iglesias del mundo como son la India, China, Italia, Alemania, Chequia, Holanda, Canadá y Estados Unidos. Cuatro más recibieron el capelo en reconocimiento a los servicios prestados a lo largo de sus más de ochenta de edad.

Ahora, el colegio de cardenales se encuentra formado en tercios casi iguales por hombres provenientes de: la curia; Europa y América del Norte; América Latina, Asia y África. Si observamos con detenimiento los cardenales no europeos dominan. Sin negar la importancia del necesario equilibrio al interior del Colegio, me parece más importante considerar los siguiente.

A partir de ahora, los purpurados nombrados por Benedicto XVI son mayoría. Si sumamos los que desde su nombramiento ya le eran afectos y siguen en funciones (no muchos), podemos afirmar sin equívocos que el actual colegio de cardenales son “generación Ratzinger”. El común denominador que los identifica es su Ortodoxia propositiva. Se formaron bajo la influencia del concilio Vaticano II, comprenden su interpretación y aplicación dentro de la lógica de la “hermenéutica de la renovación”, es decir, como la reforma profunda de la Iglesia sin menospreciar dos mil años de historia, han mostrado capacidad para dialogar con el mundo sin complejos ni temores, con alegría y decisión, dando razones claras de sus propuestas, sin negociar su identidad católica. Entre los nombrados sobresale, a modo de ejemplo, Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, quien ha logrado consolidar su liderazgo en la muy importante Iglesia norteamericana, no ha tenido reparos en cuestionar con fuerza al presidente Obama por su avanzada contra la libertad religiosa y, además, fue protagonista del consistorio. Cosas similares podrían decirse de otros más.

Las dos tareas más importantes que realizan los cardenales -ser el principal apoyo del Papa y constituirse en colegio electoral del nuevo pontífice-, ahora se realizarán bajo la autoridad moral, teológica y eclesial de Ratzinger. Me queda claro que no se trata de buscar el control del próximo cónclave. Sería iluso y fuera del estilo del actual Papa. No obstante, uno de sus efectos directos es mermar considerablemente la capacidad de maniobra de quienes, desde diversos lugares (“progres” o “tradis”, no importa) pretenden sabotear la continuidad del Concilio.

Bien les dijo Benedicto XVI a los nuevos purpurados que su misión es “dar testimonio de la alegría del amor de Cristo”. En otras palabras, ser líderes de la Nueva Evangelización entre cuyas muy importantes tareas se encuentra llevar adelante el relevo generacional que consolidará el desarrollo del Concilio. Es ahora que se juega la suerte histórica de la obra iniciada por Juan XXIII. En esta lógica, es muy importante la continuidad de esta “hermenéutica de la renovación”.

Tengo la impresión de que Ratzinger cumple bien con el mandato evangélico de ser inocentes cual palomas y astutos como zorros. Me sorprenden, por decir lo menos, aquellas voces que han interpretado los últimos “escándalos”, fraguados en los laboratorios mediáticos, como señal de su soledad y debilidad. ¿Usted cree semejante afirmación? Yo tampoco.