RENOVAR LA FAMILIA
En los días de Navidad, se palpa claramente que la familia es la célula fundamental de la sociedad. Los padres de familia, los abuelos, los niños se reúnen para la cena de Nochebuena y para la comida especial de Navidad. Esto sucede especialmente en los países cristianos y en menor grado en algunos que no lo son.
No podemos quedarnos únicamente con la celebración: es preciso renovarse cada uno -cada día- con la renovación interior, ser mejores, perfeccionar las virtudes humanas: lealtad, sinceridad, sencillez, laboriosidad, amistad, amabilidad, etc. y pedirle a Dios que nos aumente las virtudes sobrenaturales: fe, esperanza y caridad.
Se trata de mejorar constantemente, no sólo de luchar interiormente unos días y seguir igual o peor. La vida es milicia, y para esto ayuda mucho tener un amigo de total confianza que nos pueda ayudar, y que también él luche por ser mejor.
Las familias estables muestran vivamente la alegría de conmemorar el nacimiento del Niño Dios. Se alegran de tener en sus casas –tal vez en la sala de estar- una representación del Niño-Dios, la Virgen y San José. Algunos aprovecharán para hacer oración o rezar algo ante el pesebre.
Cómo se palpa la necesidad de que los hijos nazcan y se crezcan en una familia estable. Para que ellos, cuando estén ya mayores continúen celebrando la Navidad con ese espíritu de lucha que les haga estar cerca de Dios, no solo unos días, sino toda la vida.
Se descubre el derecho del niño a nacer en una familia verdaderamente estable, pues es de importancia capital, que el niño se beneficie, ya desde el principio, de la aportación conjunta que pueden dar el padre y la madre, unidos en matrimonio indisoluble, el cual es posible, si cada día refrescamos nuestra lucha (interior) por ser cada vez mejores, viviendo nuestra religión.
En la vida de muchos de nosotros surgen propósitos para renovar nuestra lucha personal, con actitud permanente. Si nos tomamos la vida en serio, lo iremos haciendo sin interrupciones, siempre luchando para mejorar, aunque a veces tengamos retrocesos.
Para ello es necesario ponerse unos objetivos claros, revisarlos cada día, y que lleven a querer más a los demás, especialmente a los más próximos. Se trata de hechos, no sólo de buenos deseos, aunque a veces no lo consigamos.
Es preciso hacer las cosas sin desánimos y por amor. No caben los desalientos porque la vida es lucha por amar a los demás como a nosotros mismos y a Dios sobre todas las cosas.