Reflexiones en torno a un viaje inesperado
Benedicto XVI en México
Jorge E. Traslosheros
Para la revista italiana Testimoni
En México estamos de plácemes. Benedicto XVI nos visitará a finales de marzo. Se trata de un acontecimiento tan inesperado, como alegre. Su innegable importancia nos obliga a una serie de reflexiones que ahora comparto con los lectores.
¿Qué México encontrará y con quién nos encontraremos?
México se encuentra en serios problemas. Vivimos una crisis cuya más terrible expresión es la violencia que toma forma en la inseguridad y en el temor cotidianos. No se trata de que al salir a la calle nos secuestren o nos topemos con una banda de narcotraficantes. Se trata de que esto es posible, lo que acaba con nuestra tranquilidad. Se afirma que la raíz del problema es cultural porque hemos extraviado los valores que posibilitan la convivencia. Sin embargo, el problema es más profundo. En México se ha perdido el aprecio por la persona humana. Los valores que guían nuestra existencia se nutren de lo que consideramos que es el ser humano. Cuando reducimos a quienes debieran ser nuestro prójimo a simples objetos de uso y abuso, cuando degradamos a cada persona a simple cosa, entonces extraviamos nuestra humanidad y nuestra capacidad de asombro ante el Misterio que nos abarca. Este es, a grandes rasgos, el problema más acuciante del México que visitará el Santo Padre.
Benedicto XVI, por su parte, es uno de los exponentes más destacados de la revolución teológica que se gestó desde finales del siglo XIX y que ha sido central en la transformación de la Iglesia desde entonces. Me refiero a la teología personalista, es decir, al regreso a la persona de Cristo como fuente de cualquier transformación en el corazón y en la Iglesia. Primero la persona de Cristo en su infinito amor por el ser humano. La cultura, incluidos los valores, se levanta sobre esta firme roca. Por ser el Papa Ratzinger el vicario de Cristo, por su gentileza, humildad y capacidad de comunicación, por recordar siempre que la fe transforma nuestro ser desde lo más profundo porque nace del encuentro con Jesús, tenemos grandes esperanzas en su visita.
¿A qué viene el Papa a México?
Benedicto XVI explicó los motivos de su viaje a México durante la misa en honor a la Virgen de Guadalupe celebrada en la Basílica de san Pedro el 12 de diciembre de 2011. Lo que entonces anunció se ha ido confirmando en declaraciones y signos de diverso tipo. Tiene implicaciones para la Iglesia en América Latina y para los católicos mexicanos. Veamos.
En el último año, el Papa ha impulsado con fuerza el proyecto más ambicioso de la Iglesia para el tercer milenio, siempre en armonía con el Concilio Vaticano II. Se trata de la Nueva Evangelización anunciada por Juan Pablo II, pero que ha sido Benedicto XVI quien le puso lo que le faltaba: dientes. Para tal efecto creó un Dicasterio específico bajo el liderazgo del arzobispo Rino Fisichella, redactor de la encíclica Fides et Ratio, tema favorito del Papa Ratzinger. Sus recientes viajes por Europa y África, sus decididas acciones en Asia a través de la diplomacia en China y los nombramientos episcopales en Filipinas, así como la semilla sembrada en la JMJ de Australia, confirman el fuerte impulso evangelizador de esta Iglesia que por algo se llama católica.
América Latina, adelantándose a los demás continentes, configuró este proyecto desde la V Conferencia Episcopal Latinoamericana, celebrada al pie del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida (Brasil, 2007). Baste con revisar el discurso pronunciado entonces por Benedicto XVI y la riqueza de los documentos generados. Pero más significativos son sus resultados a casi cinco años de distancia. El planteamiento es sencillo: ser discípulos y misioneros en Cristo. Así, a nadie debe sorprender que el Papa venga ahora a México para “animar el afán apostólico que actualmente impulsa y pretende la misión continental promovida en Aparecida”.
En su homilía del 12 de diciembre citó los documentos de Aparecida en su numeral trece. Se trata de avanzar “sin desfallecer, a la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia”. América Latina es la avanzada de la Nueva Evangelización, como lo explicó muy bien el Cardenal Ouellet en entrevista exclusiva para Vida Nueva.
Se trata de un mensaje para nuestro continente que encuentra gran resonancia en México y así lo dijo el Papa. La Iglesia tiene una gran tarea por realizar en esta patria, empezando por la formación de católicos con profunda conciencia ciudadana que fomenten iniciativas y programas de reconciliación, fraternidad, solidaridad y cuidado del medio ambiente; con capacidad para vigorizar los esfuerzos de superación de la miseria, el analfabetismo, la corrupción; para erradicar la injusticia, la violencia, la criminalidad, la inseguridad, el narcotráfico y la extorsión. En suma, para ser auténticos discípulos y misioneros de Cristo para que en él encontremos vida en abundancia.
Reacciones en contra
La alegría que provoca el Papa entre católicos y diversas personas de buena voluntad es contestada por una minoría vociferante con gran presencia en los medios de comunicación.
La medalla de oro se la llevan quienes afirman que se trata de reactivar el negocio ante la crisis de la Iglesia mexicana. Acreditan como prueba que ya solamente el 84% de mexicanos se definen como católicos. Si tal es el síntoma de una crisis, cualquier organización social que se respete desearía vivir en semejante infierno. La Iglesia mexicana tiene problemas, pero está muy lejos de una crisis. Se mantiene, junto con el ejército y la familia, como la institución que mayor confianza genera en el país. Esto no se gana con declaraciones periodísticas, sino con el esfuerzo cotidiano de millones de católicos.
La medalla de plata se la ganan quienes ven en la visita un atentado contra el Estado laico. Resulta difícil explicar por qué la presencia de un líder religioso pudiera configurar tal amenaza. Por ejemplo, el Dalai Lama ha venido en diversas ocasiones y los católicos, dicho sea de paso, siempre lo hemos recibido con deferencia y cariño. Catolicidad obliga. La visita de un líder religioso de proyección mundial es una expresión madura de civilidad y libertad religiosa, un derecho que un Estado laico y democrático debe garantizar. La presencia del Papa confirma que la sana laicidad del Estado mexicano toma ventaja, lo que pone nerviosos a los anticlericales y sacrofóbicos de siempre.
Ganaron la medalla de bronce quienes dicen que se trata de una patraña para favorecer al Partido Acción Nacional (PAN) en las próximas elecciones y, entre otras cosas, afirman que los obispos han gozado de mayor libertad bajo el gobierno federal del PAN. Olvidan tan distinguidos analistas que, con el PAN, los católicos no la hemos pasado bien. La tentación de ciertos grupos ultraconservadores del PAN por manipular la fe y la Iglesia en beneficio de sus intereses políticos ha sido una piedra en el zapato y Guanajuato ha sido tierra fértil para esta pretensión manipuladora. Lo cierto es que, por ganas de hacer de la religión un instrumento político, no se quedan atrás ni el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ni el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Es tarea de la Iglesia no caer en tan perjudiciales juegos de poder. Algo que ha repetido Benedicto XVI a tiempo y destiempo.
Por último, la mención honorífica. Un famoso analista afirmó con adusta seriedad que, puesto que él está a favor de la legalización de las drogas y como la religión es el opio del pueblo, no podía oponerse a la visita del Papa.
Reacciones desde adentro que pudieran malinterpretar la visita
Las únicas reacciones que me preocupan son las que vienen del interior de la Iglesia, de trasnochados clericalistas ubicados así entre los “tradicionalistas”, como entre “progresistas”, tan parecidos ambos en sus intentos por manipular a la religión con tal de sacar raja en la política partidista.
Por un lado están los que consideran la presencia del Santo Padre en Guanajuato como la reivindicación de la guerra cristera que tuvo en este Estado uno de sus dramáticos escenarios. Se trata de un discurso que pretende manipular a la religión como trampolín político. Urgentes lecciones de historia les hacen falta. La guerra cristera (1927-1929) fue un movimiento armado de índole defensiva protagonizado por campesinos agredidos, despojados de sus tierras por un régimen autoritario que, además, quería privarlos de su derecho a vivir su religión en libertad. Un momento crítico dentro de una larga persecución que duró 24 años (1914-1938), durante la cual los católicos resistieron por vías civiles y pacíficas.
Por otro lado, están los hermanos gemelos de este clericalismo “conservador” que son los autodenominados “católicos críticos”, autodefinidos “progresistas”, que ven en el Papa la imposición del autoritarismo clerical, un atentado contra las causas liberales. Lo cierto es que, al igual que sus gemelos, exigen del Papa una bendición a sus causas finalmente políticas.
En ambos casos se pretende manipular a la religión para usarla como trampolín político, mostrándose incapaces de imaginar una Iglesia de carismas como la impulsada por el Concilio Vaticano II, la CELAM de Aparecida, esta Nueva Evangelización y, por supuesto, Benedicto XVI desde sus tiempos de Joseph Ratzinger, aquel teólogo perito del Concilio.
El Santuario de Cristo Rey, el conocido “Cristo de la Montaña”, a cuyos pies celebrará una misa multitudinaria Benedicto XVI, fue construido por el esfuerzo de la catolicidad mexicana en medio de sabotajes y maltratos. Hoy por hoy, es el monumento a la libertad religiosa. A su sombra se puede reivindicar un derecho que beneficia por igual a los creyentes de todas las religiones, como a los agnósticos y a los ateos. Cristo resucitado, con sus brazos extendidos al horizonte y en cruz, abraza a la humanidad sin excepciones.
Que quede muy claro. El Papa no viene a reivindicar a nadie, ni a favorecer proyectos políticos de dudosa legitimidad. Viene a confirmarnos en la fe para que seamos, como Iglesia, portadores del Evangelio en México y en América Latina. Dicho en sus propias palabras, para “proclamar la Palabra de Cristo y que se afiance la convicción de que éste es un tiempo precioso para evangelizar con una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente”.
¿Por qué no viene a la ciudad de México?
No ha faltado, dentro y fuera de la Iglesia, quien ponga en tela de juicio la pertinencia del viaje porque no viene a la ciudad de México, más concretamente, a la Basílica de Guadalupe.
La izquierda quiere llevar agua a su molino y dice que se ausenta para no saludar a Marcelo Ebrard, jefe de gobierno de la ciudad, por promover el aborto y dar estatus de matrimonio a las parejas homosexuales. Brincos dieran. Olvidan que Ebrard es un político de mediana estatura, que el Papa se ha encontrado con gente mucho más radical en sus posiciones anticatólicas, de mayor tonelaje político en la escena mundial y que no ha mostrado empacho para decir lo necesario, siempre con gran elegancia digna de emulación.
La respuesta hay que buscarla en razones de tipo pastoral íntimamente vinculadas al personal estilo de Benedicto XVI.
Contra lo que suele decirse, el Papa Ratzinger ha promovido el gobierno sinodal de la Iglesia en profunda sintonía con el Concilio Vaticano II. Así lo demuestra la confianza depositada en el episcopado de América Latina, los diversos sínodos celebrados durante su pontificado y el impulso que ha dado a la colegialidad a través de las conferencias episcopales, a diferencia de Juan Pablo II quien tenía preferencia por la autoridad del Primado de cada país. Su presencia en el Estado de Guanajuato refuerza la autoridad de la Conferencia del Episcopado Mexicano y la propia del Consejo Episcopal Latinoamericano, ambos presididos por el mexicano Carlos Aguiar Retes.
Benedicto XVI ha explicado en diversas ocasiones (por ejemplo en la encíclica Deus Caritas Est) cómo la fe no surge por la adhesión a un código ético o un programa político, sino del encuentro con Jesús de Nazaret. El Papa que nos invita a fiarnos de Jesús, que viene a retarnos para ser auténticos discípulos y misioneros, celebrará misa con el pueblo mexicano, en presencia del episcopado latinoamericano, al pie de uno de los más importantes santuarios en toda América dedicados a Cristo resucitado. La estética del mensaje es contundente. Cristo es quien impulsa a la Iglesia. El origen de la pretensión cristiana, como lo ha señalado el teólogo Joseph Ratzinger en diversas ocasiones, es sencillo: Cristo es el camino, la verdad y la vida.