Recuperar el modo natural de convivir
Por: Ana Teresa López de Llergo
Fotografía: Derechos Reservados
Parece mentira que en pleno siglo XXI tengamos la misma impotencia que en la Edad Media ante una pandemia. Podemos responder de muy diversos modos, hay que analizarlos porque de ellos depende la mejora o el deterioro personal y grupa. Esto nos da luces ante la realidad de que las actitudes personales repercuten en los demás, aceptémoslo o no.
Pero lo más importante es reconocer que las relaciones no son exclusivamente entre los seres humanos, hay otra relación importantísima: la de todos –cada uno- con Dios. Y, precisamente, porque nos desvinculamos de Él caemos en el desprecio de Su ayuda, imprescindible para vivir la prudencia en nuestros proyectos, en la aplicación de nuestros descubrimientos, y un largo etcétera.
Estamos asustados por hechos que se nos escapan, no sabemos cómo solucionarlos, y entonces sí alzamos los ojos al cielo. Aunque nos sintamos apenados por mostrar nuestra mezquindad al acudir a Dios cuando “no queda de otra”, Él no nos abandona y aprovecha la circunstancia para restablecer la relación. Este aprendizaje hemos de compartirlo, para no reincidir.
Hay personas tan alejadas de Dios que estas ideas les parecerán incomprensibles, el Papa Francisco nos aconseja algo hermoso: ellas dirán “no puedo rezar porque no creo’. Pero pueden creer en el amor de la gente que le rodea y allí encontrar la esperanza”. Pues esa es una tarea para llenar estos días de encierro.
Sobreponernos a los temores y vivir pequeños o grandes detalles de atención con quienes convivimos: tener hacia parientes, amigos palabras de ánimo y abrir horizontes evitando los presagios negativos. Llenar los días de detalles de afecto, de compasión. Ser serviciales a la hora de comer, pensar en quienes están lejos y enviar mensaje o llamarles por teléfono. Con esos detalles ayudamos a recuperar el sentido de la vida.
Dejar la comunicación virtual y disfrutar la cercanía llena de atención y comprensión, para seguir cultivándola cuando recuperemos la vida ordinaria.
Tener pensamientos de agradecimiento para el personal sanitario –médicos, enfermeros y voluntarios- y para nuestros pastores que nos recuerdan la palabra de Dios. Que no falten tampoco oraciones por los difuntos y sus parientes para que se abran a la fe y a la esperanza.
Cultivar el agradecimiento se logra recordando a esas personas y el papel que desempeñaron al estar pendientes de nuestras limitaciones y del modo en que actuaron, casi siempre, sin que tuvieran la obligación de hacerlo. Por lo tanto, el agradecimiento se cultiva primero en la memoria, compartiendo los recuerdos de los bienes recibidos. El agradecimiento también se muestra en la prontitud para ayudar a quienes ahora nos rodean, sin que nos lo pidan.