¿Qué cara tiene el demonio?

Raúl Espinoza Aguilera

Blog: www.raulespinozamx.blogspot.com

Hace poco me comentaba un amigo, que yendo de compras por un mercado en una colonia popular, se sorprendió porque -en un oscuro y discreto rincón- se había  encontrado a un grupo de personas adorando una pequeña escultura de Lucifer.

Me vino a la memoria que en España, hace años, conocí a un sacerdote que –además de ejercer sus funciones pastorales ordinarias- tenía permiso del Obispo para atender casos de posesión diabólica y nos narró algunos exorcismos que realizó.

Comenzó diciendo que para abordar cada uno de esos casos, era preciso hacer mucha penitencia y oración; que hacía rigurosos ayunos y le pedía su gracia al Señor en la Santa Misa y, de modo particular, al comulgar en la Eucaristía.

Recuerdo un caso que nos contó. Se trataba de un estudiante que comenzó a asistir a sesiones de espiritismo. Con el  tiempo, sus compañeros de departamento que asistían a la misma universidad se enteraron y lo comenzaron a notar raro. Por ejemplo, cada vez que se hablaba de Dios, de la Virgen María o de religión en general, se irritaba al extremo de gritar blasfemias e insultos.

Ellos llegaron a la conclusión que estaba endemoniado. Como a esas edades no se mide el peligro por falta de formación teológica, a esos compañeros se les hizo muy fácil actuar por su propia iniciativa.

 Un día que el extraño universitario  estaba muy concentrado estudiando, uno le echó por la espalda       –con una jeringa- agua bendita (de nada huye tanto el demonio como de la oración y el agua bendita) y el otro le llamó para que volteara y le mostró un crucifijo.

El estudiante raro tuvo una reacción completamente inesperada: dio un enorme grito de terror y, desde un primer piso, se lanzó al vacío rompiendo los cristales.

Los compañeros universitarios llamaron de inmediato a una ambulancia y fueron corriendo a contarle al presbítero exorcista de lo ocurrido. Por supuesto que les hizo ver  la grave imprudencia que habían cometido “porque con el demonio no se puede jugar” –les comentó.

El sacerdote fue de inmediato a la clínica universitaria y charló largamente con el joven. Éste, en un principio, le insultaba y se mostraba  agresivo y violento.

-¿Quién eres? –se encaró el exorcista con el demonio a través del joven poseso.

-Me llamo Asmodeo y a éste le tengo agarrado por la garganta. No te podrá responder a nada de lo que le preguntas. –le contestó con voz carrasposa.

Pero gracias a la perseverancia de este sacerdote que hizo mucha oración y mortificación, finalmente el muchacho le confesó acerca de las invocaciones al demonio que habían hecho un grupo de personas y él durante las sesiones espiritistas.  Y finalizaba  este presbítero narrando que tardó un buen número de semanas hasta lograr el exorcismo con este universitario y que volviera a llevar una vida normal, con un nuevo acercamiento a Dios.

También, me acordé que en una reunión de sacerdotes de una conocida parroquia de Guadalajara, salió el tema de la práctica de “La Ouija”. A mucha gente le parece un “juego inocente”. Pero un presbítero relató que un día le llegó a su iglesia una señora acompañada de su hijo de unos 11 años. La madre le explicó que por temporadas estaba bien, pero que a menudo se ponía a hablar en una lengua extraña.

El sacerdote interrogó privadamente al niño y éste le reveló que, a través de “La Ouija” le pedía favores al diablo.

Con ocasión de este lamentable suceso y otros similares, algunos sacerdotes decidieron reunirse con padres de familia de sus respectivos templos para que orientaran bien a sus hijos acerca de la gravedad que encerraba este aparente juego.

¿Cuál es mi intención al describir estos hechos? Que existe una realidad innegable: el diablo existe y actúa en las personas y en la sociedad. Es un ser personal y concreto, de naturaleza espiritual e invisible, y que por su pecado se apartó de Dios para siempre. Su actividad es misteriosa, pero real y eficaz. Busca encaminar al mal y, por tanto, al Infierno a las almas.

Por otra parte, quizá sea el mismo demonio el más interesado en que ahora se considere al Infierno (el lugar de la Condenación Eterna después de la muerte, con indescriptibles penas y sufrimientos físicos y morales), como una “leyenda para asustar a los niños” o algo completamente superado para estos tiempos modernos.

¿Cómo actúa el demonio? Es el primer causante de las perversiones, los odios y las rupturas que se producen en las familias y en la sociedad.

Además, como sabe que las mujeres y los hombres anhelan la felicidad, les presenta bienes falsos y una felicidad ficticia por medio de las tentaciones. Cuando las almas caen engañadas bajo sus seducciones, aquel supuesto bien se torna siempre en soledad y amargura porque fuera de Dios no existen ni pueden existir ni el bien ni el mal verdaderos.

Pero el poder del demonio es limitado y también él está bajo el dominio y la soberanía de Dios, que es el único Señor del universo y a quién debemos adorar.

El santo Cura de Ars escribía que “el demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado”.

Pero Cristo -con su Pasión, Muerte y Resurrección- es el verdadero vencedor del diablo. El Señor nos ha dejado muchos medios espirituales para vencer frente a las asechanzas del Maligno: la oración, la mortificación, la recepción frecuente de la Eucaristía, el Sacramento de la Reconciliación y el acudir a la Santísima Virgen María.

Por otra parte, existe una realidad maravillosa: ¡somos hijos de Dios! Si acudimos a Él con confianza, si nos arrepentimos de nuestras faltas, si lo buscamos y realmente lo amamos, obedeciendo a sus Mandamientos,  entonces no tendremos nada qué temer ni a Lucifer ni a las adversidades de la vida.

Todo lo contrario, nuestro paso por la tierra se llenará de seguridad, paz y alegría. De esa paz que les transmite Jesucristo a sus discípulos en todas las ocasiones en que se les aparece, después  de su Resurrección: “La paz esté siempre con ustedes”.