PERFIL DE UN LÍDER

20 febrero, 2024

La vida tiene sorpresas que hacen reflexionar. En la vida, el que es llamado a asumir una responsabilidad pública, es a menudo lanzado a la acción sin que las circunstancias le permitan una larga experiencia y preparación completa. Esto resulta así sobre todo en los puestos ocupados que son de poca importancia.

 

Conforme crece la responsabilidad y dependencia de un cargo, quien esté al frente del mismo, necesitará características que no pueden improvisarse.

 

No hablamos ahora de si se es mejor como político-administrador, o político-ideólogo o uno que posea un gran carisma para atraer hacia sí las masas. Nos referimos a la cualidad por la cual un líder es auténtico, es decir: prudente, porque pone los medios y se deja decir las cosas y gobierna conforme a la realidad.

 

La historia refiere casos de pseudolíderes que han iniciado su gestión en circunstancias bastante adversas para alcanzar el ideal social que se proponían, y resulta que al término de su mandato han dejado a su país en peores condiciones de cómo lo encontraron.

 

Aplicaron remedios peores que la enfermedad. Si tomaron las riendas de una nación cuando padecía fiebre, luego la entregan con cáncer. Baste pensar en la Alemania de Hitler.

 

Quizá la primera cualidad del líder consista en poseer un apasionado amor por la verdad, como requisito para entender de qué problema se trata y entonces estar en condiciones de resolver el cómo. Sería un desorden tratar de solucionar un problema, sin antes preguntarse: ¿qué es? ¿de qué se trata? La adecuada respuesta a esta cuestión arroja suficiente luz para elegir los medios con acierto.

 

Afrontar la realidad es tal vez el primer rasgo de valentía que exigimos de un líder. Saber manejar esa realidad de acuerdo al interés del bien común, es otra característica no menos importante que la anterior. La huida o falseamiento de situaciones, y el miedo a saber que uno puede permanecer equivocado durante algún tiempo pueden incapacitar para el gobierno.

 

Si no se reacciona a tiempo, la arrogancia, la jactancia, el orgullo, la soberbia y la vanidad, pueden anular al líder, corrompiendo su juicio moral.

 

Un líder auténtico no duda en apoyarse en hombres más capaces que él y confía en ellos, y se esfuerza en llegar siempre a una concepción personal, habiendo recurrido a los datos acumulados por los expertos. Actúa con la mayor objetividad, y se cuida bien de no forjarse una imagen definitiva de las situaciones, como de un peligro que podría comprometer sus decisiones posteriores, que le llevarían a la pasividad y a la dependencia inútil.

 

Cuando descubre algo, o se le ocurre alguna idea da cuenta inmediatamente de sus perplejidades o dudas a los que deban trabajar con él, así como de las conclusiones, una vez que haya escuchado a los expertos.

 

Es flexible: ajusta su comportamiento a las circunstancias concretas de cada persona o situación: busca información de muchas fuentes; revisa sus actitudes; decide distinguiendo con claridad lo que es importante de modo permanente, de lo que es importante, pero transitorio.

 

Es profundamente comunicativo y no tiene miedo a descubrir que los demás opinen diferente que él.  Aprecia la pluralidad de opiniones como aportaciones que pueden arrojar más luz y asume una decisión, tomando en cuenta lo que está bien, no por quien lo haya dicho, sino porque es lo adecuado.

 

Sabe rectificar y aprende de sus errores; tiene clara conciencia de que existe un orden –que le da una visión amplia del mundo- y al cual debe ajustarse. Acepta que la religión y la moral, le indican los límites y los cauces de su quehacer político, sin más señalización que el respeto y el fomento de los derechos humanos.

 

Es fundamental que el líder adquiera los conocimientos para realizar con justicia su gestión, mediante el estudio detallado de la ley y el ordenamiento naturales del hombre y de las cosas. Convendría mucho que conociera bien la doctrina social del Magisterio de la Iglesia.