Necesitamos líderes que sean sensatos
“El que no se sabe dirigirse a sí mismo, ¿cómo sabrá dirigir a otros? –dice un viejo refrán-. La respuesta: Desde luego que muy mal. Aquel candidato que no tiene unidad de vida: y en lo que hace, dice y piensa carece de coherencia –de criterio-, no podrá ganarse la confianza de los que él se imagina son o serán sus leales seguidores. El ejemplo arrastra, las palabras huecas desaniman.
Esto lo tienen muchos dirigentes: un desorden en la cabeza y en los afectos: por un lado, no saben poner orden en su casa, y, por otro se empeñan en dirigir un país… Irónico, ¿verdad? Este hecho es frecuente.
¿Por qué tantas crisis económicas, sociales, educativas, familiares, religiosas, etc.? Acaso es porque se oculta la verdad de los hechos y se maquilla la realidad de las cosas, tratando de hacer creer a los demás que lo negro es blanco y que lo amarillo es rojo-.
Querer dirigir siendo personalmente desordenado, es tan absurdo como querer escuchar la grabación de una aria de ópera interpretada por un mudo.
¿Cuál sería la formación necesaria para que un líder dirija con eficacia? La respuesta es clara: La verdad sobre el hombre. Un dirigente necesita estar bien formado en el terreno de las cosas, en el campo de las ideas y ser un profundo conocedor de las personas, entendidas estas últimas en toda su dignidad humana.
La libertad es la medida de la dignidad y de la grandeza del hombre. Se trata de que el líder, utilice la libertad en forma responsable, en base al bien, no en forma ventajosa y utilitaria. Se necesita que recordemos esas palabras tan conocidas: “La verdad os hará libres”.
Por ejemplo: Para muchos de los ciudadanos, y para mí, provoca una gran alegría y confianza, esa afirmación –clara, tajante- que está en boca de muchos: la vida del ser humano comienza en el primer momento de la concepción, y la necesidad imperiosa de respetar y defender esa vida. Esto es sólo un botón de muestra –pero piedra angular- de lo que exigimos del futuro líder.
La apariencia ya no funciona. Cubrir las exigencias de un auténtico líder, implica una formación excepcional, tan extraordinaria, que solo muy pocos mexicanos, están adecuadamente capacitados para dirigir a México hasta su alto destino.
En el entendido que para asumir el poder se necesita del convencimiento del pueblo, manifestado mediante los votos, de modo que la relación dirigente-ciudadano se realice sin violentar la verdad y la libertad de los ciudadanos y sus asociaciones políticas, económicas, sociales, religiosas, etcétera. Desear locamente el poder por el poder, sólo provocaría que los mejores proyectos de la Nación fracasen, se doblen como un churro, porque no hubo personas capaces.
No basta conocer los mecanismos necesarios para llegar al poder y permanecer en él. Sólo con autenticidad, se llega a conocer efectivamente ese bien común, de cuyo respeto y defensa dependen la concordia entre los dirigentes y los ciudadanos; la humanidad de las decisiones, el respeto a la libertad de la persona, la unidad del país.
Además, un auténtico líder debe ser capaz de comprender el mundo de las ideologías, sin caer en la ingenuidad que estas son una panacea, es decir: Que solo basta aplicarlas, para que las cosas salgan.
Se alcanzan las metas con trabajo eficaz, ordenado, constante, que dignifique al hombre. Es preciso conocer la verdad. Esta actitud implica superar el miedo, siendo conscientes de que el hombre no está sólo: Dios está con él.
Si no fuera así, el dirigente quedaría atado de manos por los expertos que le asesoren en los aspectos que no domine y, en la práctica, él dejaría de ejercer el gobierno. Y la obediencia del ciudadano convencido se resentiría, por los defectos dañinos que provoca todo desgobierno.
El ciudadano que no ejerce el poder es sumamente difícil de contentar, y para mantenerlo feliz, el dirigente necesitará ser sensible no solo a las materialidades más apremiantes, sino crear las oportunidades para hacer que las gentes hagan lo que deben hacer.
Pero, es importante decirlo, el próximo líder tendrá que abrir incontables cauces para construir e influir con ideas sensatas. No olvidemos, que se aprende más escuchando, que imponiendo.
Recordemos que los buenos conductores de Estados, no se han elevado a la categoría de “grandes hombres”. Dice un adagio chino: “Dios libre a los pueblos de los que se creen grandes hombres”.