NECESITAMOS ESTAR ABIERTOS A LA VIDA
“La contracepción evita el aborto” y la “contracepción favorece el aborto” son dos argumentos –entre otros muchos- que continuamente se leen o se escuchan, y que significan casi lo mismo, porque las píldoras anticonceptivas son prácticamente abortivas.
Constantemente, el significado profundo de la maternidad, piedra de toque de toda nación vigorosamente sana, implica no usar medios artificiales y estar abierto a la vida. Es Dios quien es dueño de la vida.
Resulta oportuno hablar de esa “hora difícil”, en la cual la mujer adquiere la gran dignidad de ser madre: “…y le llegó el día del alumbramiento” canta el adagio popular, cuando nace el niño. Hay muchas madres que dan a luz sin dolor, gracias a la ciencia médica; pero de ordinario el niño nace llorando, tal vez con sufrimiento, porque el dolor es parte integrante de la vida.
En circunstancias raras pero difíciles el parto implica un holocausto, de modo que provoca que nos inclinemos, reverentes, ante la madre: no sin razón “ser mamá es ser mártir”, dice un refrán italiano. Mientras el niño abre los ojos a la vida, la madre los cierra para siempre, es decir muere.
La progenitora, al recibir a su vástago acabado de nacer, da testimonio al mundo de su amor a la vida y de sacrificio generoso por el hijo. Las molestias –y quizás hasta peligros serios contra la salud física de la madre- durante la gestación se transforman rápidamente en gozo; ya que nada se olvida tan pronto como los padecimientos anteriores al alumbramiento.
Si por alguna circunstancia no se quiere o no se pueden tener hijos, es mejor optar por la castidad.
Actualmente casi todas las mujeres se internan en una clínica cuando notan los síntomas de dar a luz. No quiere decir que lo hagan por enfermedad, pues se trata de un suceso totalmente natural, donde suele brotar una vida nueva: signo de la victoria del amor conyugal. Si el parto se realiza con la debida precaución, carece de todo peligro.
El vástago al nacer, da sus primeros pasos en los brazos de su madre, en la más profunda intimidad con ella. Por eso, una mujer que se digne de apreciar la maternidad, al abrazar a su hijo recién nacido, le parecerá que ha llegado el momento que tanto ha anhelado durante toda su vida.
En ninguna parte –más que en la familia- se fusionan tanto el dolor y la alegría, que permite cerrar el círculo sagrado de padre, madre e hijos. Es este un gozo que marca la cumbre de la alegría humana.
La misma Eva, después de verse expulsada del paraíso, reprobada y desechada, exclamó al dar a luz su primer hijo: “He alcanzado de Dios un varón. El nacimiento del niño trae consigo grandes dones; no son oro y plata, sino el lazo de unión, más valioso que una montaña de piedras preciosas: La nueva criatura enciende en fuego vivo el amor de los esposos, proporcionándoles un fin, una meta en la vida.
Al tener un hijo, los padres –quizá hasta entonces un poco insensatos- cobran conciencia de la responsabilidad de su misión y advierten el sentido positivo de su vida.
El nacimiento de un niño, hace rico y feliz al padre, quien se siente impulsado a trabajar, con alegría las duras jornadas en la oficina, en la fábrica o en el campo. El suceso cura las rebeldías y transforma a los padres en personas que aceptan generosamente su situación ante la vida.
El recién venido a la vida es fuente de gozo; con sus manecitas y balbuceos, puede aniquilar –sin ser notado, las rencillas que existían entre los familiares. Incluso los abuelos de ánimo irritable se enternecen al jugar con el nieto.
El nacimiento de un niño ha significado mucho en la historia de los pueblos. Por ejemplo, cuando en 1938 vino al mundo la heredera del trono de Holanda, todo el imperio vibró de entusiasmo. El emperador Napoleón III, al nacer su hijo primogénito, regaló un millón de francos para fines benéficos.
Son numerosos los padres que externan su alegría, al tener un hijo: reparten regalos a los necesitados y dulces a los conocidos, tomando ocasión del suceso, el cual es acogido con gozo por muchas otras personas.
El lugar del nacimiento suele considerarse como un sitio sagrado. Así, por ejemplo: respecto a los santos, las habitaciones donde ellos nacieron, a menudo se han construido ahí capillas. Con relación a los héroes, se acostumbra colocar –con el nombre y fecha- el sitio donde vieron por primera vez la luz.
Podríamos llenar un disco duro, resaltando las realidades insospechadas de la maternidad, pero pienso que siempre nos quedaríamos cortos.