Anunciación.- Aún olía a Selva Lacandona en 1995. Seguía flotando en el ambiente de las calles de todas las ciudades de nuestro País ese tufo a error de diciembre, a retórica comunista de un encapuchado, a discurso de 6 de marzo de un candidato presidencial malogrado, a Grupo San Ángel, a tecnocracia, a reinado de la versión vernácula de los Chicago Boys, a NAFTA… 

Olía así. Ese ambiente que respirábamos hace más de 20 años. Toda una generación pasada, o perdida… Olía, decía yo, a apertura financiera y eliminación de barreras arancelarias, y en ese contexto, en el que hasta Jacobo Zabludovsky remachaba la palabra modernidad como avatar de los tiempos que se vaticinaban para México, vino una de esas tardes de sobremesa intelectual con el gran Jorge Camil y su costumbre frecuente de regalarme libros de alto interés. Me entregó un ejemplar escrito por Julieta Campos cuyo título no podía ser más perturbador.

¿Qué hacemos con los pobres? Seco, metálico, devastador cuestionamiento. Julieta discurría, a través de cientos de páginas, por un camino ominoso de un país que elegía, una vez más, precisamente el sentido equivocado –contrario, pues- para abatir la pobreza como fenómeno lacerante y vergonzante. Describía, con precisión quirúrgica y con fundamentos devastadores, todos esos pasos que fuimos siguiendo desde la cúpula del poder, la mezquindad de los negocios jugosos y la indiferencia  ciudadana, para radicalizar la esquizofrenia social, para profundizar las diferencias, para generar las condiciones que promovieran aún más la brecha de ingresos en perjuicio de las mayorías. En fin, para fabricar más pobres… Ya para 2016 éramos más de sesenta millones.

Ya sabíamos en esa época que había, por ejemplo, millones de niños trabajando en vez de estar estudiando. Ya sabíamos que, además, sus trabajos eran peligrosos, insalubres, esclavizantes. También sabíamos que a muy pocos siquiera se les entregaba algún estipendio. Ya sabíamos hace veintitantos años que de manera artera estábamos lesionando su vida, sus derechos, su dignidad… Que les estábamos mutilando las terminales nerviosas de su derecho fundamental a perseguir un sueño, crear riqueza, decidir su destino.

Ellos, hoy ya son mujeres y hombres privados de opciones, con un destino estrecho que implica luchar a muerte todos los días por conseguir el mínimo indispensable para sobrevivir; descogotándose por un salario mínimo insultante, por una despensa y una limosna periódica que les de la sociedad indolente o un candidato a cambio de su voto.
Esos millones que contabilizamos cada año, y cada año siguen siendo más pobres, sin importar la frecuencia con la que aparezca su estadística en discursos de campaña, en conferencias y seminarios, en reportes al gran público inversionista.

¿Qué hacemos con los pobres? usted se preguntará y le preguntará, me imagino, a su amigo que esté a la mano. ¿Qué hacemos? como satirizaba Luis Estrada en su película Un Mundo Maravilloso, y comunicaba con la espectacular elocuencia histriónica de Cecilia Suarez, Carmen Beato y Damián Alcázar. ¿Qué hacemos? Porque para unos significa un reto por resolver, vidas por incluir; pero para otros, un elemento (humano) por eliminar: para no pensar en ellos, para no entorpecer los proyectos de la modernidad que generan utilidades ensombrecidas por esas lamentables, inconvenientes y olorosas historias de pobreza.

Parece ser que precisamos de sacudir la cabeza y pensar de nuevo, pues una posible respuesta a una pregunta tan draconiana debe tener tintes de influencia relacionados con la idea colectiva; con construir un modelo de convivencia radicalmente distinto, para compartir entre nosotros y reducir su nivel de pobreza. No es crecer ni progresar, lector querido, es aprender a desarrollarnos compartiendo, considerándonos, respetándonos, sumándonos, en fin, para multiplicar.

Progreso. Modernidad. Incursión en el primer mundo. Cifras macroeconómicas, disciplina financiera. Buenos chicos, pupilos de los organismos internacionales… Más pobres en número y dimensión, más niños trabajando empeñando su futuro ante el anatocismo social. Regímenes de derechas, centros e izquierdas. Gobernantes multicolores. Empresarios cupulares.

Dependiendo del ventrículo del corazón con el que usted se relacione con el régimen prevaleciente de los últimos cuarenta años, existen, diría yo, excusas verbalizadas como excluyentes de responsabilidad atribuidos a presidentes, legisladores e integrantes de la cúpula del poder en turno…, pero nadie responde ¿qué hacemos con los pobres?

Qué hacemos con los pobres, ay, ay, ay, Julieta Campos. Veinte y cien años después. Una pregunta tan perniciosa como la realidad que encierra…

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