Anunciación.- La violencia, sin duda, es atributo esencial del ser humano. La historia de la humanidad acusa plaga de violencia; cualquier mundo feliz tuvo cimiente en ella, o terminó de manera súbita con violencia.  Siempre han existido asesinatos, fratricidios, masacres que nos manchan.  En nombre de una religión, de la ambición de poder, de un instinto sexual o, incluso, de la paz, nuestra historia se hidrata con la sangre, se abigarra con la carroña, con el sepulcro.

En consecuencia, el hombre, cada día, inventa más sofisticadas formas de matar.  Cada vez las dota de efectos aún más letales, con operación más simple.  La versión recargada de la carrera armamentista de la guerra fría es parte de nuestra realidad presente.

Grandes genios mercenarios se prostituyen con contratos millonarios para dedicar su vida a inventar esas nuevas formas de matar, a dar más poder destructivo a las armas existentes, a generar armas inusitadas cuya crueldad parece trivializarse por un mundo decadente  y frívolo.

Modalidades, las hay todas, como las armas biológicas, que permiten exterminar a toda una comunidad sin la engorrosa molestia de romper un solo vidrio.

El 9/11, el 11/M, el 7/J, Manchester, París, Bamako, Estambul, Peshawar…, son exactamente eso, el producto de meses –quizá años- de trabajo de uno o varios grupos de malnacidos que amalgamaron de manera creativa formas viejas de asesinar: los conceptos del Kamikaze, del hombre bomba, la inmolación personal, y la cobardía del terrorismo que utiliza civiles inocentes para regar el olor a sangre y regodearse con la desgracia ajena.

En cualquiera de estas fechas o ciudades (tantas otras en la lista), groseramente célebres con torres derruidas, estaciones de tren o metro destruidas, multitudes acribilladas o arrolladas, fosas clandestinas descubiertas con miles de cadáveres, ante nuestros ojos, atestiguaremos también un colapso de las supuestas civilizaciones modernas que indolentes han intercambiado progreso tecnológico, globalización y mercados financieros por dignidad, sentido de la vida.

Es doloroso ver como miles de personas mueren en un instante, pero más doloroso es saber que nuestra indiferencia a la muerte de los demás en el devenir cotidiano del planeta, es el signo ominoso del futuro, que nos revela una destrucción devastadora de miles de cuerpos y millones de almas.

La guerra seguirá, abierta o camuflajeada, reconocida abiertamente o cobardemente recaracterizada en la retórica. Seguirá porque la venganza también es natural al hombre.  No sabemos cuántas personas inocentes habrán de morir en este episodio de la humanidad que parece seguir en el comienzo del nuevo milenio. Violencia, genera más violencia, y crece en espiral la capacidad sanguinaria del vengador.

El chacal que organiza cada una de estas masacres morirá eventualmente, de manera violenta, o putrefacto en su madriguera, no sin antes sentenciar a muerte a otros muchachos inocentes, y llevar, a los que sobrevivan, aún más cerca del infierno.
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