MADUREZ Y AMOR CON OBRAS

13 febrero, 2024

La madurez es el equilibrio de vivir en paz con situaciones que no podemos cambiar o tener el valor de cambiarlas cuando las circunstancias lo exigen. Implica controlar la ira y zanjar las diferencias sin violencia ni destrucción. Significa paciencia.

La persona madura es libre de rechazar un placer momentáneo en aras de una felicidad permanente. “¿Por qué esas variaciones de carácter? ¿Cuándo fijarás tu voluntad en algo? –Deja tu afición a las primeras piedras y pon la última en uno solo de tus proyectos” (San Josemaría. Camino, 42).

Quien es maduro es perseverante y habilidoso para llevar a cabo un proyecto a pesar de las dificultades, obstáculos o fracasos.

Una persona madura es eficaz y eficiente: tiene propósitos y objetivos, no puede darse el lujo de perder el tiempo. Posee la capacidad de enfrentarse a las desgracias, frustraciones, molestias y derrotas sin lamentaciones o colapsos.

Madurez es humildad, aceptarse a sí mismo. Y tener la valentía de reconocer cuando uno se ha equivocado, para rectificar y tomar el camino correcto. La humildad es la verdad

El humilde es maduro. Ante todo, le interesa conocer la verdad. Toma una decisión y la sostiene. La gente inmadura se pasa la vida explorando sin posibilidades, sin fin, y termina sin hacer nada.

Madurez significa cumplir con la palabra dada. Las personas que carecen de ella, son aquellas que viven confusas y son maestras en las disculpas, su vida es una cadena de promesas rotas, de amistades pasajeras, de cosas y negocios sin terminar.

La madurez se refleja en el comportamiento. Una de las características básicas del maduro es su hondo sentido del amor con obras. La madurez se refleja en el comportamiento. Algunas de las características básicas de éste son el profundo  sentido de responsabilidad y de generosidad.

El maduro es aquel que vive en armonía consigo mismo, porque ha encontrado su lugar ante Dios, frente al prójimo, y ha logrado un equilibrio intelectual, de voluntad, afectivo, social y espiritual.

Cuando hablamos de madurez, lo primero que debe acudir a nuestra mente es el olvido de sí, concretado en el aumento y fruto de los talentos que poseemos, en servicio de los demás.

La madurez espiritual no se mide con los dones ni con las habilidades que una persona posea, sino con la disposición interior de aplicar la palabra de Dios a nuestras vidas, y de soportar con alegría lo que venga, sabiendo que nuestra confianza está en Dios.

La persona madura sabe vivir en equilibrio, en paz y tranquilidad con situaciones que no puede mejorar o modificar para bien. Cambia oportunamente las situaciones cuando las circunstancias así lo exigen.

La madurez se manifiesta en la perseverancia y habilidad para sacar adelante un proyecto a pesar de los fracasos y obstáculos. El maduro posee la capacidad de enfrentarse a las desgracias, molestias, frustraciones y derrotas, sin lamentaciones ni desmayos.

Una persona madura sabe controlar la ira y superar las diferencias sin violencia y destrucción.  Esto requiere la libertad o el temple de rechazar un placer momentáneo en aras de una felicidad duradera. Es decir, tener paciencia.

Madurez es tomar una decisión adecuada y sostenerla. Adecuándola a la realidad, según sea necesario.

El inmaduro se pasa la vida insistiendo sin posibilidades y termina por no hacer nada positivo. La persona madura cumple con la palabra dada y se compromete siempre con el bien.