LOS HOMBRES, Y EL ABORTO
Es curioso que en el tema del aborto se piense solamente en la mujer que está embarazada y, por la razón que sea, considera la alternativa de abortar.
Parece que seguimos pensando que la maternidad es cosa sólo de las mujeres, y que ellas son las únicas responsables de la existencia de un embarazo, así como de las consecuencias presentes y futuras de esa realidad; pero a poco que reflexionemos, reconocemos que en cada embarazo, en cada nacimiento de un bebé y en cada aborto, hay un hombre involucrado en la misma medida que la mujer, y en algunas circunstancias, en mayor medida, toda vez que la concepción de la criatura puede provenir de una violación.
Así es, me inconforma mucho cuando en las estadísticas se habla del “número de hijos por mujer”, como si las mujeres se embarazaran solas. Todos sabemos que los hijos son engendrados por la unión del hombre y la mujer, por lo que esto es una responsabilidad de ambos, no sólo en el inicio de la vida de los hijos, sino a lo largo de muchos años, hasta que los hijos son capaces de dirigir su propia vida.
Lo mismo diríamos en el tema del aborto. Hay muchos casos en que el hombre que ha “embarazado” a la mujer, desconoce su paternidad, en primer lugar, dudando de haber sido él quien causó el embarazo. Esta negación resulta ser un insulto a la mujer. Bastaría con que él haya tenido relaciones sexuales con ella, para que reconozca con hombría su paternidad.
Otros hombres, no desconocen su paternidad inicial, pero huyen de la responsabilidad que ello implica; huyen cobardemente, como si la vida del hijo supusiera para él casi, casi, ¡un peligro de muerte!
En la Carta del Papa San Juan Pablo II, hay un capítulo que habla sobre “Las mujeres” en el Evangelio; en ella comenta el episodio de la mujer sorprendida en adulterio, que los judíos presentaron a Jesús para ser apedreada, como estaba escrito en la ley. Y San Juan Pablo II dice, que en la oscuridad se ocultaba otro culpable, porque el adulterio es cosa de dos personas y no sólo de una, pero a ese nadie lo juzgaba, sólo se condenaba a muerte a la mujer.
Es verdad, parece que, desde tiempo inmemorial, se ha echado la responsabilidad de la conducta sexual y de sus consecuencias naturales sobre las espaldas de la mujer, como si ella sola se embarazara.
Detrás de un aborto, hay siempre un hombre; aquel que ha sido causa del embarazo al igual que la mujer, salvo en el caso de la violación, en el que el hombre es el único culpable. Y, cuando se llega al tema de qué hacer ante la dificultad de las consecuencias: el embarazo, la gestación que llevará la mujer, el parto y, sobre todo, la responsabilidad de ayudar al hijo a desarrollarse a lo largo de los años para ser una persona de bien, el hombre se hace a un lado, como si él no le incumbiera.
Cuántas mujeres se sienten tentadas a abortar ante el abandono irresponsable del hombre, del que ellas están enamoradas, del que aseguraba amarlas de verdad, que ahora las deja solas con la responsabilidad del hijo.
Algunas mujeres en esta situación sufren también la actitud de otro hombre, su padre. Este que rechaza a la hija por haberse embarazado, la juzga, la condena y le niega todo tipo de apoyo para salir adelante con su hijo. Cuánto desamparo sufre una mujer cuando su propio padre la corre de su casa, sin preocuparse por dónde irá a parar su hija en esas circunstancias tan difíciles.
Qué decir, del padre, ¡es él quien ha violado a su hija y es él la causa del embarazo! Qué hace la justicia humana con estos hombres inhumanos, que son capaces de atacar a las mujeres de su propia sangre. El derecho penal debería reconsiderar concienzudamente la pena que merecen tales hombres. Muchas veces son ellos mismos los que hacen abortar a la hija a base de violencia física, o llevándola a abortar.
También hay que considerar a otros hombres, que no son iguales. Estos, reconocen su paternidad y están dispuestos a asumir su responsabilidad; sin embargo, la esposa no está igualmente dispuesta, ella es quien no quiere al hijo y opta por el aborto contra la voluntad y hasta el conocimiento del esposo o pareja. Estas mujeres no tienen disculpa. Recuerdo una señora que había abortado porque el bebé venía en tiempo inoportuno; ella había decidido, no volverse a embarazar hasta que su cuerpo recuperara la figura perfecta para usar bikini. Como le falló el anticonceptivo, decidió abortar.
En estos casos, la mujer sí es absolutamente responsable del aborto; lo decidió ella sola, sin siquiera reconocer la voluntad del esposo. ¿Acaso no era él el padre?, ¿No había asumido totalmente la responsabilidad del hijo que venía? ¡Ella, en solitario decidió deshacerse de su hijo!
Todavía recuerdo el llanto de un hombre al que estuve atendiendo como Orientadora Familiar, que al enterarse de que su esposa se había procurado un aborto con “medicamentos”, me decía entre sollozos “es que, ¡era mi hijo!”
También hay hombres, hechos y derechos, víctimas del aborto. ¿Por qué hacer tanto énfasis en que la mujer es dueña de su cuerpo?, cuando el hijo en su vientre tiene su propio cuerpo, del que nadie debería poder disponer.
¿Por qué no defender el derecho del padre a proteger a su hijo de la legislación que pretende que la mujer haga lo que se le antoje con una persona que lleva en su vientre, del que no sólo ella es madre, sino que tiene también un padre con todo derecho a serlo en plenitud?
La cultura actual plantea muchas preguntas, a las que no quiere dar respuesta.