Anunciación.- En el mundo laboral, a menudo escuchamos frases como: “No sé qué me pasó, pero perdí todo el día sin poder sacar mis pendientes”; “Esta semana se me fue como ‘agua’ en la oficina y mi jefe me llamó la atención por no cumplir con los asuntos que me encargó”; “Me puse a hablar por mi celular y a contestar los mensajes que tenía, ni cuenta me di y cuando menos pensé, ya era la hora de la comida, ¡qué desastre!”.
Un aspecto muy importante, al comenzar nuestra semana laboral, consiste en estudiar con calma cuáles asuntos, que debemos de resolver, son: 1) prioritarios e importantes; 2) urgentes; 3) Y fijar una jerarquía para sacarlos adelante; 4) determinar los días precisos en que nos avocaremos a solucionarlos; 5) terminarlos con calidad profesional y hasta sus últimos detalles.
Porque hay pendientes que son verdaderamente urgentes y se deben de atender cuanto antes. Recuerdo una broma que se estilaba en las salas de redacción de los antiguos periódicos impresos, cuando un reportero le preguntaba al Jefe de Redacción: -¿Y este reportaje para qué día lo quieres?” Y la respuesta tajante era: “¡Para “ayer”! ¡Hay que publicarlo mañana mismo!”
Se requiere un especial ejercicio de la voluntad, que con el tiempo se convierte en un buen hábito, el centrarse en los asuntos que deben atenderse “hoy y ahora”. A la vez, tener la prudencia para decidir qué otros trabajos se pueden resolver el día de mañana, pasado mañana, o un tercer día y que, al proceder de esa manera, no afectaría mayormente el curso de las actividades habituales.
Así se aprende a distinguir lo urgente de lo importante. Es muy probable que en la vida laboral nos hayamos topado con personas que aparentan ser tremendamente activas: suelen correr por los pasillos y oficinas; suben y bajan escaleras a toda prisa; contestan numerosas llamadas telefónicas; se mueven continuamente de un lado a otro, y los observamos casi siempre “como a todo galope, montados en un caballo desbocado”.
Y cuándo se les pregunta si sacaron adelante lo más importante de esa jornada, responden negativamente excusándose que tuvieron “bomberazos” (o emergencias) durante todo el día. Es lógico que, al final de la semana, esas mismas personas comenten que se sienten completamente agotadas y que requieran de un profundo descanso.
Por ello, reviste especial trascendencia el aprender a trabajar con paz y serenidad. Es decir, terminar bien un asunto y poniendo “los cinco sentidos”. Y una vez concluido, pasar con calma al siguiente pendiente importante y prioritario, y así sucesivamente…
Sin embargo, es inevitable que ocurran sucesos que nos hagan cambiar radicalmente de planes durante algunos días. Pero desde luego no se puede ir por la vida funcionado a base de “bomberazos”, de “casos de emergencia”. Porque con esa actitud, no se logran ni la eficacia ni los resultados esperados en el quehacer profesional.
Diría, además, que detrás de esa “activitis” o “hiperactividad” en el modo de trabajar, pudiera ser que se escondiera una cierta pereza, que se manifieste en solucionar de inmediato los asuntos más fáciles, pero que son superficiales o intrascendentes, y postergar los realmente importantes cuya solución requiere de más esfuerzo intelectual por ser más laboriosa y compleja.
Por otra parte, junto con esa responsabilidad laboral, se encuentran los deberes familiares. Por ejemplo, el saber cortar a tiempo con el trabajo para llegar a buena hora de regreso a casa para conversar serenamente con la esposa y los miembros de la familia; auxiliar en las tareas escolares a los hijos; ayudarles con los oportunos consejos para contribuir a mejorar en su rendimiento académico y en su formación en virtudes y valores; colaborar en las tareas cotidianas del hogar…
Toda esa acertada combinación de orden, paz y buen aprovechamiento de las horas, tanto en el trabajo como en la familia, contribuye a que las personas sean más eficaces; lleguen a metas y objetivos más altos; tengan espacios de reflexión y puedan planear mejor sus actividades; y, en definitiva, que aprendan a controlar su agenda con la finalidad de que logren tener realmente señorío y dominio sobre su propio tiempo.