Por Juan Carlos Carrillo Cal y Mayor

Anunciación.- En los tiempos que corren,

si uno oye hablar de santos, probablemente piense en cierto equipo de futbol, o en las películas de un mítico luchador “el enmascarado de plata”. Con un poco más de perspectiva, quizá uno piense en esas figuras de rostros adustos y hábitos largos que parecen mirarnos desde los oscuros rincones de las iglesias. Pero pensar en un santo de nuestros días, o imaginar que quizá en las iglesias podrían estar colocadas figuras de santos cuyas actividades sean tan variadas y actuales, como: una catedrática en Ciencias de la Comunicación, un médico neurocirujano, un ingeniero en Computación, un dinámico empresario o un conocido futbolista –o tú o yo–, eso quizá –de entrada- parezca más extraño. Y por eso es tan interesante la fiesta del 26 de junio.¿Qué celebra la Iglesia Universal en ese día? La festividad de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei (Obra o Trabajo de Dios, en castellano). Se trata de un santo contemporáneo, que nació en el siglo XX (1902) y murió en 1975. Así que hasta en www.youtube.com/josemaríaescrivá, uno puede ver videos de este santo “en vivo” (un lujo casi increíble, porque afortunadamente se recogieron encuentros filmados con multitud de personas de los cinco continentes). En esos videos, San Josemaría aparece sonriendo, hablando, respondiendo a preguntas concretas que le hacían… Todavía más interesante es lo que este santo afirmaba, desde que por inspiración divina -un 2 de octubre de 1928- vio con claridad meridiana que el Señor quería que fundara una Institución universal, integrada por fieles laicos y sacerdotes, a la que le dedicaría su vida entera.

En su mensaje explicaba que todas las mujeres y los hombres estamos llamados a la santidad y al apostolado por el solo hecho de estar bautizados. Que la llamada a la plenitud de vida cristiana no era cosa de privilegiados ni de unos cuantos. Estos conceptos fueron ratificados solemnemente por el Concilio Vaticano II en los Documentos “Lumen Gentium” y “Apostolicam Actuositatem”.
Es decir, con este horizonte verdaderamente novedoso que planteaba San Josemaría, por un deseo expreso de Dios, este santo sacerdote de nuestros días lo resumía en una frase que repetía con emoción y gozo: “¡Se han abierto los caminos divinos de la tierra!”

Sin duda, un mensaje exigente con la finalidad de tomarse a Dios en serio. Se trata de comprometerse a luchar por vivir todas las virtudes del cristiano; de ofrecerle el trabajo cotidiano bien hecho y –dentro de las propias limitaciones- terminado hasta sus últimos detalles por amor al Señor; de cumplir cabalmente con los deberes familiares, procurando ser un buen cónyuge y dedicar el tiempo suficiente en la esmerada educación de los hijos, así como sus deberes sociales como ciudadano. Todo puede y debe ser ocasión de un encuentro con nuestro Padre Dios. No importa tanto qué actividad se realice –si es una profesión encumbrada o un empleo discreto- sino el amor sobrenatural con que se lleve a cabo. O sea que la santidad es, como dicen los vendedores en el Metro capitalino, “para el niño, para la niña”, ¡para todas las personas que tienen la ilusión de imitar ese Modelo de vida que es Jesucristo!

Por lo tanto, el mensaje de este santo de nuestros días es, si cabe, cada vez más actual. El Papa Francisco, como hicieran sus predecesores el Beato Juan Pablo II y Benedicto XVI, nos están continuamente recordando que los fieles laicos debemos participar activamente en la “Nueva Evangelización”. “Nueva” porque está dirigida a una sociedad que presenta grandes retos y desafíos, y a la vez, para subrayar su mensaje siempre actual (“Evangelio” significa precisamente eso, la “Buena Nueva”).

Se trata justamente de que a través de la propia actividad profesional, sea la que sea (con tal de que sea honesta), se contribuya a recristianizar la sociedad desde sus entrañas mismas y eso se logra con base al prestigio ganado en el trabajo hecho con seriedad y responsabilidad, al buen ejemplo de conducta cristiana y al afán de acercar –con ocasión de la amistad sincera- a muchas personas al calor de la fe. Precisamente por ello, la Iglesia Católica ha convocado a un “Año de la Fe”, para impulsar que todos los miembros de la sociedad, que libremente lo deseen, tengan un encuentro –no con una larga serie de principios éticos ni de reglamentos- sino con una Persona individual y concreta que nos ama profundamente: Jesucristo.