LA GENEROSIDAD: UNA VIRTUD CONTAGIOSA
Tengo muy grabada en mi mente el recuerdo de la Santa Misa que celebró el Papa Juan Pablo II (ahora Santo) en el Valle de Chalco, Estado de México, en mayo de 1990, ante más 500,000 personas. En la noche anterior, había llovido abundantemente y se formaron grandes charcos y lodazales.
Aquel espectáculo era desolador, a pesar de ello, la multitud siguió con devoción y piedad la Misa, con numerosas muestras de cariño hacia el Romano Pontífice. En esa ocasión, “el Papa Viajero” -como le decían algunos periodistas- mencionó durante su homilía: “No podemos vivir y dormir tranquilos mientras miles de hermanos nuestros -muy cerca de nosotros- carecen de lo más indispensable para llevar una vida humana digna”.
Estas palabras calaron hondo en muchos mexicanos. Fue el Obispo y Prelado del Opus Dei, Monseñor Álvaro del Portillo (ahora Beato), quién de inmediato pidió que varias personas de la Obra en México junto con sus amigos, se encargaran una labor social de envergadura que aliviara -en parte- las necesidades de esa zona tan depauperada en la periferia de la metrópoli.
Ya en su viaje pastoral, en mayo de 1983, Monseñor Álvaro Del Portillo se dolía profundamente por las patentes desigualdades económicas de la población, lo que le dio ocasión para hablar con mucha fuerza de las obligaciones sociales de los católicos, e impulsar a miembros del Opus Dei a poner en marcha nuevas iniciativas sociales de gran alcance, además de las ya existentes en la República Mexicana, que no eran pocas.
Por ello, se comenzaron labores como “La Ciudad de los Niños” en Monterrey y “Jarales” en Guadalajara (de ambos sexos) para niños y jóvenes de escasos recursos.
Así que, en 1990, se formó un equipo de señoras y profesionistas emprendedores, quiénes asumieron esa responsabilidad. La primera tarea fue conseguir un vasto terreno donde se pudieran iniciar las actividades educativas una escuela para niñas y otra para niños.
Gracias a la generosidad de un benefactor, esa propiedad se consiguió en el casco de una vieja y semiderruida hacienda, llamada “San Francisco Acuautla”, en el municipio de Ixtapaluca, Estado de México, enmarcada dentro de un pueblo que lleva ese mismo nombre.
Se organizaron varias campañas de donativos para reconstruir parte de la hacienda y algunas aulas. Muchas personas ayudaron a esta noble causa porque estaban convencidos de la finalidad netamente altruista que se perseguía y el bien que repercutiría en la niñez y juventud de ese rumbo de la ciudad.
En 1991 iniciaron un kínder para niños (“Acuautla”) y niñas (“Meyalli”) en parte del casco viejo reconstruido. Se iniciaron las clases con privaciones de todo tipo, pero con mucha ilusión. A esta iniciativa en su conjunto, la llamaron “EDUCAR, A.C.”. A la vuelta de los años y, con la generosidad constante de miles de personas, se abrieron estudios de preprimaria, primaria, secundaria y preparatoria.
En lo personal, fue en 1993 cuando comencé a dar clases primero y, años después, formé parte del comité directivo. Me daba gusto observar con qué entusiasmo y alegría trabajaban los profesores, directivos, miembros del Patronato y padres de familia, porque eran conscientes que se estaba comenzando una gran iniciativa y ellos eran los pioneros. A los padres se les hacía un estudio socioeconómico y, en mayor o menor grado, en un inicio todos los alumnos estaban becados.
Pronto salieron interesantes iniciativas. Por ejemplo, como todos los días yo viajaba desde el poniente de la ciudad hasta los colegios, situados a poca distancia de la autopista México-Puebla, muy cerca de Chalco. Un grupo de profesionistas jubilados me buscaron porque querían colaborar como preceptores académicos. Entre ellos: un médico, un arquitecto, varios ingenieros, un administrador, etc.
Se organizaban cursos intensivos de orientación familiar en una ex Hacienda del Estado de Morelos. Se combinaban clases, deporte y tertulias musicales. Me acuerdo que un padre de familia -con un trabajo sencillo porque reparaba ponchaduras de llantas- me comentó: – ¡Qué falta me hacían estas clases de orientación familiar! Porque ya sé cómo educar mejor a mis hijos y no “a la brava” como fue la educación que recibí de mis padres, de mis tíos y, en general, lo que me daba cuenta de los padres de mis amigos.
Se organizaron en forma permanente cursos de orientación para matrimonios en las aulas del colegio. Como expositores se consiguieron a magníficos pedagogos de la Universidad Panamericana.
Estos avances se le informaban a Monseñor Álvaro del Portillo quien, además, sugirió hacer una labor de Evangelización en esa zona. Verbigracia, muchas parejas no se casaban por la Iglesia Católica con la explicación “de no tener dinero para comprar el borrego”.
Así que varios profesores se dieron a la tarea de capacitar a esas personas para que estuvieran bien preparadas para poder casarse, de acuerdo con el Párroco del lugar.
Se les hizo ver que no necesitaban gastar un dineral, sino que se juntaran varias parejas y que se casaran en la Parroquia, con un convite sencillo y familiar porque lo importante era recibir el Sacramento del Matrimonio.
A los profesores y padres de familia -que lo deseaban- se les impartieron unos cursos de formación cristiana, así como clases sobre el Catecismo de la Iglesia (1992). Luego se estudió el modo de construir un Oratorio (o Capilla), pero resultaba demasiado costoso.
Un Ingeniero chileno, que se encariñó con esta labor de formación integral, comentó que él cubriría la totalidad de los gastos que se hicieran. Actualmente, se llega a 690 padres de familia, a 75 profesores y a 1,600 alumnos.
Continuamente hay conferencias y exposiciones de los alumnos y alumnas sobre diversas ciencias, sobre tecnología, acerca de las energías renovables, sobre electricidad y magnetismo; se organizan campeonatos de futbol, cursos de orientación vocacional, etc. Muchos exalumnos han cursado carreras universitarias y ahora son destacados profesionistas.
Todo comenzó con las palabras de urgente petición de San Juan Pablo II, durante la homilía de la Santa Misa celebrada en Chalco, Estado de México, y el dinamismo que le imprimió el Beato Álvaro del Portillo para que muchas personas se involucraran en este megaproyecto, que ahora es una maravillosa realidad.