La evolución de los mercados, de Tenochtitlán
Por: Fernando Óscar García Chávez
“Pásale, pásele, marchanta”. “Por preguntar no se cobra”.
Es el grito más común y con este grito los vendedores te invitan a ver su mercancía.
Gritos típicos de vendedores mexicanos en los tianguis.
En el México prehispánico, el mercado o tianguis era el centro de propagación de la comunicación y el trueque. Al momento de la Conquista los testimonios españoles manifiestan la grandeza, la muchedumbre, los productos y la importancia que tenía el tianguis para los indígenas. La Iglesia, por su parte, no pasó por alto la ventaja de tener reunidas a tantas personas; de modo que plantó y estableció la catedral junto al mercado (como en Europa) y reemplazó las reliquias prehispánicas erguidas en el momoxtli del tianguis por un predicador.
Cuando los aztecas dominaron Tlatelolco, construyeron allí el mercado principal, ya que contaba con facilidades de comunicación a través de La Lagunilla, especie de caleta o pequeña bahía en la cual cabían varios miles de canoas.
El mercado de Tlatelolco fue visitado por Hernán Cortés poco antes de la guerra de conquista y aquí tuvo lugar la última y decisiva batalla contra los mexicas el 13 de agosto de 1521, cuando fue derrotado Cuauhtémoc y obligado a capitular ante Cortés.
En los escritos de los primeros conquistadores que visitaron México-Tenochtitlán en la gran plaza del Mercado de Tlatelolco calcularon entre 40 mil y 60 mil personas reunidas, además de ver tan bien arregladas las innumerables mercancías, la mayoría desconocidas por los españoles y con un sistema de trueque bien establecido.
Los litigios entre vendedores y compradores estaban resueltos inmediatamente por jueces y vigilantes que pasaban entre las filas para asegurarse que todo iba bien. Si se sorprendía a una persona en el acto de robar o de hacer trampas con la venta de sus productos, se la detenía al instante, la condenación dependía del delito, pero la muerte inmediata era el castigo más probable. El condenado subía entonces en una estrada edificada en el centro de la plaza y lo ejecutaban con un golpe de macana en la cabeza o bien linchado.
Esta estructura redonda, según Fray Diego Durán (historiador y fraile dominico español, 1537-1588), se llamaba momoztli o mumuztli, lo que según el diccionario de Fray Alonso de Molina (lexicógrafo español, 1513-1579), tiene dos significados: “calvarios-humilladero”, sirviendo probablemente para castigar en público los delitos cometidos.
Según Fray Diego Durán, en la época prehispánica el mercado era el único lugar donde se podía intercambiar cualquier tipo de mercancías a través de un sistema de trueque bien establecido. Cualquier persona sorprendida en vender o comprar fuera del espacio sagrado del tianguis estaba condenada a muerte al instante. El hecho es que durante la segunda mitad del siglo XVI, las Ordenanzas insistían en el hecho de no vender en casa de los particulares, sino en las plazas de mercado previstas para este efecto.
Más que un simple espacio de compra y venta de artículos de consumo, los mercados en México son una síntesis de la historia y cultura de una región, así como de las relaciones comerciales con otras poblaciones. Estos espacios de abastecimiento tienen sus orígenes en la época prehispánica, cuando se realizaban trueques entre las diversas culturas mesoamericanas, entre ellos los mercados del barrio de Atenantitlan, donde se comerciaba sal; el de perros para comer, en Acolman; y los de esclavos, en Azcapotzalco y en Iztocan.
Hoy en día, en pleno siglo XXI, casi todos los mercados tienen un altar con una imagen de la Virgen o de Cristo; esa religiosidad tiene viejas raíces que rebasan la tradición católica, pues también los prehispánicos ponían aras allí para honrar a sus dioses.
Después de la caída de Tenochtitlan, Cortés pidió la construcción de la nueva ciudad e insistió en que se hiciera sobre las ruinas de la capital azteca por razones evidentes de supremacía.
Alonso García Bravo (geómetra, 1490-1561), fue el arquitecto encargado de llevar a cabo esa nueva tarea de construcción de la nueva Ciudad de México. A partir de entonces, sobre el antiguo recinto ceremonial mexica, está la ciudad habitada únicamente por españoles, más conocida bajo el nombre de “la traza”. Consideraba, en aquella época, lo que sería las cinco primeras cuadras del actual México. Así, a la usanza española, en el corazón de la traza se encontraba el centro administrativo, comercial y religioso de la Colonia. La plaza de armas recibía el mercado cotidiano, con lo que el tianguis de México se convirtió en el centro comercial más grande de la Nueva España.
Al llegar los españoles quedaron fascinados ante la visión que ofrecían los mercados nativos, que eran al aire libre, o sea tianguis. En el siglo XVI hubo pocos cambios en los mercados. Los comerciantes indígenas traían y llevaban mercancías dentro del extenso territorio de lo que fue el imperio azteca. Continuaron vendiéndose productos autóctonos, a los que se adicionaron algunos provenientes de España, sobre todo manufacturas. Las semillas de cacao siguieron fungiendo como moneda, a la par que las metálicas que se empezaron a acuñar; el cacao conservó su valor monetario hasta principios del siglo XIX.
En noviembre de 1521 Alonso de Zuazo, quien visita la capital mexica recientemente conquistada, especificó que el mercado empezaba un poco antes del amanecer y duraba hasta tarde, práctica prehispánica si nos apegamos al Códice Ramírez que precisa que un hombre llamado “semanero” estaba encargado en poner fin a la jornada laboral con un tambor a la puesta del sol. Al llegar el amanecer, el instrumento volvía a escucharse para reanudar las actividades cotidianas.
El tambor del que hace referencia debió de ser un panhuehuetl, de forma vertical con un sonido más grave que el teponaztli, horizontal y utilizado más bien durante las ceremonias.
El gran mercado de México no era el único de la ciudad. En los primeros años de la Colonia, la traza de los españoles estaba rodeada por los barrios indígenas más conocidos en el momento de la construcción de la ciudad: San Sebastián Atzacualco al Noreste, San Pablo Teopan al Sureste, San Juan Moyotla al Suroeste y Santa María Tlaquechiucan al Noroeste; Santiago Tlatelolco al norte era uno de los barrios más alejado de la traza.
Durante la época Colonial, perduraron tres importantes mercados indígenas llamados: el de San Juan, de San Hipólito y de Santiago.
Corazón de la economía, la plaza del mercado era el lugar donde se podían informar de las últimas leyes puestas en vigor, ya que el pueblo estaba mantenido al tanto de las nuevas ordenanzas a través del pregón público.
La plaza era un lugar de culto, un lugar sagrado donde el comercio y la religión estaban íntimamente ligados, lo que facilitará la tarea de los sacerdotes españoles en su proceso de evangelización.
A partir de 1580, con el pósito (depósito de cereal) y la alhóndiga (establecimiento para vender, comprar o almacenar grano), la intervención del gobierno en la comercialización de granos básicos es abierta. Por su parte, el clero empezó a cobrar importancia como productor de alimentos y en los dos siglos siguientes llegó a ser muy poderoso. La preponderancia comercial de los españoles civiles y religiosos no eliminó a los indígenas.
El mercado prehispánico de Tlatelolco, fue sustituido por el mercado de San Juan, ubicado a un costado de la Alameda, donde los aztecas vendían frutas y verduras, dejando de funcionar a consecuencia de la inundación de la ciudad en 1629 y por ello muchos comerciantes emigraron a la plaza principal del Palacio Virreinal, hoy Palacio Nacional.
En 1703 se inaugura El Parián, mercado ubicado dentro del Zócalo capitalino. 1778 marca el inicio de la apertura comercial española: se termina con el sistema de flotas exclusivo entre Cádiz y Veracruz, abriéndose el comercio para otras doce ciudades hispanas. No obstante, el uso de otros puertos mexicanos además de Veracruz se dio hasta 1820.
El visitador en Nueva España José de Gálvez y Gallardo, marqués de Sonora escogió la Plaza del Volador, para establecer un mercado que inició actividades a finales del siglo XVIII, considerándose semejante a lo que hoy es la Central de Abasto.
La plaza del Volador fue una plaza de la Ciudad de México ubicada en el espacio que actualmente ocupa la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Construida sobre una superficie rectangular de aproximadamente 7,828 metros cuadrados. En ella se encontraba uno de los principales centros de abastecimiento de la Nueva España. Debe su nombre a que ahí se llevaba a cabo el Ritual Solar de los Voladores, hoy conocidos como Voladores de Papantla.
“La ceremonia ritual de los voladores es una danza asociada a la fertilidad que ejecutan diversos grupos étnicos de México y Centroamérica, en particular los totonacos del Estado de Veracruz. Su objeto es expresar el respeto profesado hacia la naturaleza y el universo espiritual, así como la armonía con ambos.
El origen de los famosos Voladores de Papantla es una plegaria a la divinidad para que haga caer la lluvia sobre los cultivos en tiempos de sequía. Cada uno de los “voladores” es uno de los cuatro puntos cardinales. El caporal, el personaje que toca el tambor y la flauta, es el centro de la Tierra.
Una leyenda cuenta que hace muchos años, una fuerte sequía causó considerables daños entre los pueblos de la región del Señorío de Totonacapan entre los estados de Puebla y Veracruz. Por lo que un grupo de viejos sabios mandaron a unos jóvenes a buscar el árbol más alto y recto del monte, con el propósito de requerir la bondad de los dioses para que les regalaran lluvias.
La ceremonia tenía que llevarse a cabo en la parte superior del tronco, para que las fervientes oraciones sean escuchadas por las deidades.
Actualmente los voladores bailan alrededor de un mástil de aproximadamente 30 metros de altura, incrustado al suelo que permite que sea giratorio; en él que se apoyan los danzantes y desde él se lanzan al vacío cuatro jóvenes voladores, mediante unas cuerdas, amarrados y enrollados a los ganchos del mástil. Los voladores giran 13 veces cada uno de ellos, que multiplicado por los cuatro voladores da el resultado de 52, número que simboliza el ciclo de 52 años del Calendario Maya.
Sentado en la plataforma que remata el mástil, un quinto hombre, el caporal, toca con una flauta y un tambor melodías en honor del sol, así como de los cuatro vientos y puntos cardinales. Después de este acto de invocación, Los danzantes que se lanzaron al vacío desde la plataforma giran imitando el vuelo de los pájaros mientras la cuerda se desenrolla, y van descendiendo paulatinamente hasta el suelo”.
Con el fin de despejar la plaza principal y concentrar a todos los comerciantes que se encontraban dispersos, el segundo Conde de Revillagigedo, Juan Vicente de Güemez Pacheco de Padilla decidió construir un mercado especial de madera dentro de la Plaza del Volador, que tenía ocho puertas, empedrado, fuentes y atarjeas.
El 19 de enero de 1792, quedó formalmente inaugurado el nuevo Mercado del Volador. Con un costo aproximado de 44 mil pesos. Dentro de él existían más de 200 cajones móviles de madera, donde se comerciaban alimentos, metales, especias, animales vivos, loza, petates, ropa e incluso puestos donde atendían barberos.
Con la ventaja de los puestos móviles se continuaron organizando corridas de toros, peleas de gallos y carreras de liebres. Estas eran perseguidas por perros y las más listas para escapar se arrojaban a la cercana acequia ante el júbilo popular. Al concluir los actos regresaban los expendios al mercado.
El 9 de octubre de 1793, el mercado fue víctima del incendio de una de las aceras de cajones, lo que provocó, junto con el traslado de mercaderes al cementerio de la catedral, que el mercado perdiera mucho de su vida y movimientos anteriores. En consecuencia, dentro de la Plaza imperaron las corridas de toros, aunque el comercio continuó efectuándose a menor escala.
Al finalizar el periodo virreinal, la actividad comercial capitalina tenía como centro la Plaza Mayor y contaba con El Parián, los portales de Mercaderes, las Flores y la Diputación, además del mercado de El Volador.
Consumada la independencia hacia 1837 el Ayuntamiento decidió comprar la plaza al duque de Monteleone, descendiente de Cortés, con el fin de edificar un nuevo mercado, adquiriendolo por una cantidad de 32 mil pesos y midiendo la plaza 104 varas de largo y 118.5 de ancho (una vara corresponde a 0.836 metros).
El 31 de diciembre de 1841, Antonio López de Santa Anna colocó simbólicamente la primera piedra de la construcción. Dos años después a finales de enero de 1844, se entregó el mercado totalmente terminado. En el centro del edificio se erguía una columna con la estatua del general Santa Anna inaugurada el 13 de junio del mismo año.
El Mercado del Volador fue víctima de diversos incendios, teniendo el más impactante la noche del 17 de marzo de 1870.
El 11 de febrero de 1890 se decidió adaptar el mercado a otra clase de comercio: un bazar. Así, cuatro días después, el 15 de febrero, fue cerrado el histórico mercado.
Muy interesante es observar la evolución del comercio a través de los tradicionales mercados de la Ciudad de México y seguimos para tercera parte.
“Aquí sólo bueno, bonito y barato”
Las tres “b” el sueño de todo comprador que el comerciante conoce.
Frases típicas de vendedores en los tianguis
Con información de:
https://www.jornada.com.mx/2016/06/05/opinion/030a1cap