La ética de los valores del líder familiar
Por: Adriana García Ruiz
Aquel que ejerce el liderazgo se compromete a ser un buen líder. Ante este compromiso asume un “sí” en el hacer y un “sí” en la capacidad de renunciar.
El líder dice “sí” a la práctica de los valores, dice “sí” a la conquista de la virtud y renuncia a todo aquello que le impida, le evite conquistar la virtud.
El líder se compromete a ser ejemplo de vida y actuar con rectitud de intención. De este modo el líder logra su objetivo de trascendencia, ya que vive en plenitud el compromiso.
Actuar con rectitud de intención es parte indispensable de la ética del liderazgo familiar; llevar el liderazgo con rectitud de intención favorece la participación, la colaboración y la responsabilidad familiar, ya que todo lo que se pide, tanto en los motivos como los fines se encuentra el bien personal y familiar.
¿Quién no querría el bien para sí mismo? El líder guía con el ejemplo, el líder es un puñado de virtudes, con su propia actitud motiva, impulsa. El líder familiar reconoce sus fragilidades, se levanta cada vez que tropieza, se corrige, pide perdón y continúa luchando por la virtud.
El líder familiar impulsa la participación, encuentra y hace ver el bien en lo que pide, fomenta la colaboración, siendo él el primero que colabora; es responsable de sus acciones y omisiones, responde a ellas con prontitud.
El líder familiar respeta y valora la individualidad de cada miembro de la familia, es capaz de reconocer a quien lo sigue como único e irrepetible y busca en esta identidad personal la forma y el modo de impulsar la colaboración, la participación y la responsabilidad. Ningún hijo es igual al otro, cada uno tiene talentos distintos, temperamentos diferentes, y maneras de realizar las acciones. Por ello es que el líder es un estratega y un observador, que encuentra en cada miembro de la familia los puntos de oportunidad de desarrollo y crecimiento.
El líder comprende que la autoridad es servicio, es ayuda, por lo que es capaz de vivir las virtudes como la paciencia, la humildad, la sencillez y el optimismo para lograr sus objetivos. Es parte del liderazgo a manera de servicio, la capacidad de poner límites.
Los límites son lineamientos a seguir, son barreras de protección, son luces que iluminan el camino, son instrumentos que nos facilitan llegar a las metas y objetivos.
Un límite no es una prohibición, no es un castigo, no es un acto de dureza, no es un mal. El límite es un bien mayor.
Los límites los hemos satanizado, los hemos visto durante años como una fuerza que se ejerce sobre alguien o algo, por ello nos asusta o nos da miedo marcarlos. Un límite puesto con, y en rectitud de intención, genera paz y nos ayuda a mantenernos firmes, ya que estamos dispuestos a pagar el precio, pues la retribución será siempre la conquista del bien. El costo es la virtud, la paciencia, la perseverancia, la firmeza y el amor. El ver en la virtud la motivación de hacer y vivir el bien, nos ayudará a pagar el precio que implica poner un límite.
El líder reconoce el camino al aprendizaje, “aprender a aprender”; sabe que para ello se necesita habilidad, conocimiento y madurez, que es lo mismo que: destreza, experiencia y valores.
Por ello, es capaz de acompañar a quien lo sigue en este camino, favoreciendo la oportunidad del aprendizaje, a través de la prueba y el error, visto como algo natural en el desarrollo y adquisición de la virtud. El líder motiva la práctica, la experimentación y la perseverancia, sabe qué es necesario para alcanzar el aprendizaje y, sobre todo, reconoce que sin la madurez (sin la virtud), ni la experiencia ni el conocimiento serán suficientes.
Ya que, si recordamos el artículo anterior, nos damos cuenta que no sólo importa llegar a conquistar metas, sino cómo vamos a llegar a ellas. Buscar la obediencia de los hijos a través del miedo, no los hace alcanzar la virtud de la obediencia; si acaso, lograrán ser personas llenas de miedo e inseguras de sí mismas. Por ello es que la ética de los valores en el liderazgo es el pilar que sostiene al núcleo familiar.