LA CONVIVENCIA SOCIAL ES TAREA DE TODOS
Autor: Gabriel Martínez Navarrete
Actualmente parece que el buen ambiente y la convivencia social están entrando a un túnel donde reina el caos, y muchos tienen miedo de que empeore, con daño para innumerables personas de todas las clases sociales. Pero esto tiene remedio. La educación y la cortesía son vehículos de la caridad.
Jesucristo tuvo trato con el deseo de servir (salvar) a todos: Niños llenos de inocencia y sencillez, a hombres cultos y pudientes, mostró gran aprecio a la familia. Por ello, necesitamos imitarlo y aprender a ser personas abiertas con capacidad de hacer amistades profundas, dispuestas a comprender y a disculpar. Hemos de preocuparnos por los demás y por lo que pasa a nuestro alrededor. No juzguemos las intenciones de los de los demás.
Convivir con todos: Aprender a tratar con personas muy distintas: Con caracteres, formación cultural y humana muy distintas, con modos de ser similares y opuestos. Hacerlo en la familia, en el trabajo, en el vecindario.
Una persona veraz y afable, ordena las relaciones de los hombres -sus semejantes- tanto con hechos como con palabras. El afable lleva a hacer la vida más grata a los demás. Amar y vivir la veracidad, para confiar en los demás. Estas actitudes nos llevan a la confianza mutua.
La veracidad como virtud, nos deja ver que la convivencia con los demás, es decir la capacidad de decir siempre –que sea necesario- la verdad y omitir la mentira como un vicio que destruye la confianza, es imprescindible para vivir en paz.
Otras virtudes que llevan a hacer amable la vida cotidiana: la generosidad, el buen humor, la buena educación, el orden, la sonrisa y tener en cuenta los gustos de los demás.
Es necesario que, de estas virtudes sociales, tengamos una gran provisión y muy a la mano, pues se han de usar de continuo.
La caridad hace la afabilidad más fuerte, más rica, más elevada: Disentir de los demás con caridad, sin hacernos antipáticos. Actitud firme y continua, sin humillar, ni despreciar: sino apreciando y aprendiendo de lo demás.
Ver en los demás hijos de Dios. Merecen respeto, atención, consideración Tratar a todos: Sin detenernos en los defectos y deficiencias de los demás. Hacernos el encontradizo con algunos.
Vivir la benignidad y la indulgencia: Juzgar a las personas y su actuación en forma favorable (ver más lo positivo).
La gratitud, el recuerdo afectuoso de un beneficio recibido, con el deseo de corresponder de algún modo. La cordialidad. La amistad: qué gran cosa es poder llamar amigos a aquellos con quienes trabajamos y estudiamos, padres, parientes.
Hacer posible la amistad: El desinterés, la comprensión, el espíritu de colaboración, el optimismo y la lealtad, especialmente ésta última. Amistades profundas especialmente entre padres e hijos y hermanos.
La alegría. Nace de ser y sentirnos hijos de Dios. Se manifiesta en la sonrisa oportuna o en un gesto amable. Hace posible el diálogo y la comprensión. Anima a superar las numerosas contradicciones de la vida. Enriquece a todos.
El respeto mutuo permite mirar a los demás como imágenes irrepetibles de Dios: “venerar” a los demás apreciando lo bueno que hay en cada persona -Condición para contribuir a la mejora de los demás.
Cuando se avasalla se hace ineficaz el consejo, la corrección, las advertencias. Es preciso comprender a los demás, mirarlos con simpatía inicial y creciente, con cariño.
Aceptar a los demás con optimismo, con sus virtudes y defectos.