La amistad, realidad de muchas caras
Por: Ana Teresa López de Llergo
Fotografía: Derechos Reservados
El mes de febrero celebramos el día de la amistad. Generalmente se habla de los enamorados y se reduce el tema al noviazgo o al inicio de un cortejo. Esto está bien, pero es solamente una pequeñísima parte del riquísimo contenido de la amistad.
Si partimos de la necesidad fundamental del ser humano encontramos la respuesta en el hecho de que toda persona humana tiene una dignidad muy especial y, por eso, merece respeto, atención, buen trato. Todas estas características son manifestaciones de la realidad de encontrarnos con criaturas amables, esto quiere decir que merecen amor y también lo dan.
Cualquier ambiente en donde una persona se desarrolle ha de estar impregnada de cariño, de otro modo no estaremos respetando la demanda natural más profunda de cualquier hombre o mujer. De hecho, cada niño o niña por nacer cuenta con el regalo de la vida dada por Dios. Allí hay una carga de amor incomparable, depositada en los progenitores para que reciban ese don y lo prolonguen. Esto explica la afirmación de que la vida es sagrada.
La palabra amistad encierra la característica de amor debida al ser humano. Cada persona posee la capacidad de tratar a los demás con amor y también con la capacidad de recibir amor. Además, el modo de dar y recibir es único y exclusivo de la variedad de personas. De allí que el amor sea un misterio pues la donación y la recepción son únicas e inimitables.
Esta realidad ha de ser un aliciente para respetar el modo de ser de los demás y no imponer el modo como quiero que me quieran. En el fondo esta actitud es tremendamente egoísta porque la persona se pone de modelo y se cierra al enriquecimiento de conocer cómo lo hacen los demás. Si no hay apertura y respeto al modo de ser de los demás, se propician las incomprensiones y las rupturas.
La amistad es tan amplia que se ha de mostrar en la relación conyugal, distinta de la de la relación entre padres e hijos, entre hermanos, entre compañeros afines, entre colegas de trabajo, entre connacionales, entre personas de otras nacionalidades… La razón es que todos nos hermanamos en la raza humana.
La oportunidad de vivir otro 14 de febrero puede llevarnos a reflexionar en cómo vivimos esa reciprocidad en el amor. Y cómo adecuamos las distintas manifestaciones para vivirlas del modo más propio y a la altura del respeto que merecen los demás y del que cada uno merece.