¿La amistad es para un día del mes de febrero?
Por: Ana Teresa López de Llergo
Cada ser humano está concebido para que todas sus actividades manifiesten las distintas maneras del afecto. Esto es así porque la persona está diseñada para recibir y dar amor. Pero, también es necesario distinguir la gran riqueza del amor y sus manifestaciones. Al distinguir también sabremos expresarnos del modo adecuado, según las circunstancias y los destinatarios.
Desgraciadamente el mundo está sumamente erotizado, y cuando se habla de amor prácticamente se confunde y se reduce a las relaciones sexuales. Y, esto es empequeñecer el concepto de amor y confundir las relaciones humanas. El amor tiene muchísimas manifestaciones, en general se puede hablar de amor a Dios y amor al prójimo. También hay un aprecio por los objetos cuando nos recuerdan a alguien.
Una forma de amor es la amistad en donde se da una cercanía muy especial entre las personas. Resulta de un trato sincero, cercano y constante. Dos almas se encuentran y los sucesos en una de ellas producen resonancia en la otra. Así cuando uno está alegre y comunica su alegría, se multiplica esa alegría. Cuando hay tristeza y se comunica esa tristeza es más llevadera.
Por eso, la verdadera amistad no se reduce al festejo de un día o a manifestaciones más o menos pasajeras. La amistad es un estado del alma que incluye acciones concretas para conseguir lo mejor para el otro, y eso con un sentido de responsabilidad para donar lo mejor de sí y ayudar a que la otra persona también mejore.
Una amistad que no mejora al otro no es amistad auténtica, se confunde con la complicidad donde se ocultan ciertos hechos porque son transgresores y en el fondo avergüenzan. La amistad se cultiva, exige entrega, capacidad de renunciar a los propios planes cuando la otra persona nos necesita. Al renunciar a los propios planes, el trato humano aporta una gran alegría.
Las relaciones amistosas benefician a las instituciones, desde la familia, la institución laboral hasta la propia nación. Estos entornos refuerzan las afinidades profundas y la necesidad de establecer una convivencia que no es la de encuentros pasajeros sino la de aprecio y estima. En la amistad se honra a los demás. La colaboración, así es benéfica.
Las amistades con estas características son pocas, por eso, han de cultivarse con esmero.