Joseph Ratzinger. El papa que visitará México. Agenda 2012.
Jorge Traslosheros
Arrieros Somos
Benedicto XVI visitará México. Me parece necesario comprender quién es este hombre cuya importancia en la Iglesia de los últimos cincuenta años es innegable y, por la densidad histórica vivida, lo será en el futuro. Para tal fin sacaremos provecho de la agenda que él mismo ha trazado para la Iglesia en el 2012.
El año en curso estará marcado por dos acontecimientos que serán decisivos para el rumbo de la Iglesia en el futuro próximo, parte importante del rico legado de Benedicto XVI y, en cierta forma, culmen de la trayectoria teológica y pastoral de Joseph Ratzinger.
El primero. En su carta apostólica “Porta Fidei” (La puerta de la Fe), el Papa convocó a la Iglesia a celebrar el cincuentenario del Concilio Vaticano II con un año de oración y reflexión, de octubre de 2012 a octubre de 2013. Su preparación ha dado inicio y se han librado ciertas orientaciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Deben ser entendidas como invitación a la imaginación evangélica y no como instructivo para abrir cajas de cereales. Como siempre en Ratzinger oración, reflexión y acción son unidad que gana coherencia por Cristo, con él y en él.
El segundo. Ha convocado a una asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, para tratar el tema de la “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”.
Ambos acontecimientos apuntan a consolidar un modo de ser Iglesia impulsado decididamente por el Concilio Vaticano II. Puesto en perspectiva histórica, constituyen la confirmación de una serie de transformaciones vividas por la catolicidad en el último siglo y medio. Digamos, desde poco antes del pontificado de León XIII, desde los tiempos de la conversión del beato John H. Newman, por ponerle tiempo y nombres significativos.
La riqueza y oportunidad de las convocatorias es mayúscula y tiene muchas líneas de interpretación. No obstante, quiero reflexionar sobre lo que implica para el ejercicio de la autoridad en la Iglesia, el futuro del Concilio Vaticano II y la concreción de la nueva evangelización. Ante la imposibilidad de agotarle en una sola entrega, iremos arriando las reflexiones por el camino.
Contra lo que dice la conseja ilustrada dentro y fuera de la Iglesia, la autoridad jerárquica sacerdotal está muy lejos de haberse desarrollado como un poder único ejercido por un Papa autárquico. Sería difícil encontrar un momento así en dos mil años de historia. Por el contrario, el caminar de la Iglesia está marcado por la presencia de una autoridad ejercida desde la tradición, por el sucesor de san Pedro quien es cabeza de la Iglesia, en comunión con el colegio episcopal. Se trata de parte importante de la tradición apostólica, fuente de legitimidad sacramental y potestativa.
Estamos ante la forma original de ejercer la autoridad en la Iglesia. Pedro es cabeza indiscutida, en comunión con el colegio de los apóstoles. Así, quienes hoy pretenden un Papa sometido a una especie de parlamento eclesiástico mundial o, por el contrario, unos obispos sin participación ni responsabilidad, dejan de lado parte sustantiva de la historia de la Iglesia, por lo que hierran en el intento.
La fuerte autoridad del colegio episcopal ha sido la menos atendida por los historiadores de cualquier signo, incluidos los católicos. Su forma constante y más acabada es la tradición sinodal ejercida desde los tiempos apostólicos a través de concilios ecuménicos, generales y provinciales, sínodos generales y diocesanos, sin dejar de considerar nuevas formas nacidas al calor del siglo XX, como las Conferencias Episcopales latinoamericanas.
Esta forma original de ejercer la autoridad ha sido muy dinámica a lo largo del tiempo. Cuando el equilibrio se ha roto las consecuencias han sido graves llegando incluso al cisma. El concilio Vaticano II le dio nuevo impulso. Fortaleció la figura del Papa y también la del colegio episcopal, al impulsar la celebración constante de sínodos generales ordinarios para tratar los más distintos temas como, ahora, la nueva evangelización. Los ejemplos de este tipo de asambleas se multiplican desde la época de Paulo VI.
Pues bien, Ratzinger fue uno de los teólogos más notables del concilio y después como arzobispo, prefecto y cardenal, ha impulsado esta forma de conducir a la Iglesia. No sólo en su larga trayectoria ha tenido oportunidad de participar en múltiples sínodos, también como Papa los ha convocado sin empacho para diversas materias y regiones del mundo, sin contar los muy numerosos que se han celebrado a nivel local y que, al final, han contado con el “fiat” del sucesor de San Pedro en confirmación de la comunión de la Iglesia. Traigo a la memoria, por ejemplo, la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Aparecida, los sínodos sobre la Eucaristía y la Palabra de Dios, así como los de África y Medio Oriente.
Nada más lejos de Benedicto XVI que la imagen creada de un hombre autoritario e intransigente. Joseph Ratzinger, en su trayectoria teológica y pastoral, ha sido uno de los grandes impulsores de esta forma original de ejercer la autoridad dentro de la Iglesia. Una milenaria tradición que el Concilio Vaticano II confirmó al renovarla con un profundo sentido de la historia. Pero de la relación del Papa con el Concilio nos ocuparemos en próxima ocasión.