IDENTIFIQUEMOS A UN AUTÉNTICO HOMBRE DE ESTADO

29 noviembre, 2022

Autor: Gabriel Martínez Navarrete

“El que no se sabe gobernar a sí, ¿cómo sabrá gobernar a otros?” –dice un viejo refrán”-: Desde luego que muy mal, pues aquel candidato que carece de unidad de vida: y lo que hace, dice y piensa no tiene coherencia:   difícilmente la ganará la confianza de aquellos que él se imagina.

 

Es lo que tienen muchos políticos: un desorden en la cabeza y en los afectos: por un lado, no saben poner orden en su casa, y por otro, se empeñan en dirigir un país. Irónico, ¿verdad? Pero este hecho, no deja de ser una realidad.

¿Por qué tantas crisis económicas, sociales, educativas, familiares, religiosas, etc.? Acaso será porque se oculta la verdad y se maquilla la realidad de los hechos, lo que revela ya una actitud peligrosa –tratando de hacer creer a los demás que lo negro es blanco y que lo amarillo es rojo-.

 

Querer gobernar siendo personalmente desordenado, es tan absurdo como querer escuchar la grabación de una aria de ópera interpretada por un mudo.

 

¿Cuál sería la formación necesaria para que un gobernante dirija con eficacia? La respuesta es clara: debe tener criterio, basado en el sentido común. Un dirigente necesita estar bien formado en el terreno de las cosas, en el campo de las ideas y ser un profundo conocedor de las personas, entendidas estas últimas en toda su dignidad humana. Por ejemplo, es necesario que esté a favor de la vida. Esto es sólo un botón de muestra, pero piedra angular de lo que exigimos del futuro presidente.

 

Cubrir las exigencias de un auténtico hombre de Estado, implica una formación excepcional, tan extraordinaria, que solo unos pocos mexicanos, están adecuadamente capacitados para dirigir a México hasta su alto destino.

 

Para asumir el poder se necesita del convencimiento de los gobernados, manifestado mediante los votos, de modo que la relación gobernante-gobernado se realice sin violentar la verdad y la libertad de los ciudadanos y sus asociaciones políticas, económicas, sociales, religiosas, etcétera. Desear el poder por el poder, sólo provocaría que fracasen los mejores proyectos de la Nación, se doblen como un churro, porque no hubo personas capaces.

 

No basta conocer los mecanismos necesarios para llegar al poder y permanecer ahí. Sólo con autenticidad, se llega a conocer el bien común, de cuyo respeto y defensa, dependen la concordia entre los gobernantes y los gobernados; la humanidad de las decisiones; el acatamiento a la libertad de la persona; la unidad del país…

 

Además, el gobernante debe ser un hombre capaz de comprender el mundo de las ideologías, sin caer en la ingenuidad de que estas son una panacea. Que solo basta aplicarlas, para que las cosas salgan. Se alcanzan las metas con trabajo eficaz, ordenado, constante, que dignifique al hombre. Pero sobre todo se necesita ser fiel, con una lealtad enteriza.

 

Si no fuera así, el dirigente quedaría atado de manos por los expertos que le asesoren en los aspectos que no domine, y en la práctica, dejaría de ejercer el gobierno. Y la obediencia del ciudadano convencido se resentiría, por los defectos dañinos que provoca todo desgobierno.

 

La formación del próximo Presidente tiene que ser integral: Debe ser una persona que cuide y domine todos los aspectos, por muy complejo y arduo que le resulte hacerlo así: no quiero decir que no delegue, sino que tener un equipo capaz. Y que tenga la humildad de reconocer sus errores (que cosa tan bella), y corregirse.

El ciudadano que no ejerce el poder es muy difícil de contentar, y para mantenerlo feliz, el gobernante necesitará ser sensible:   no solo a las materialidades más apremiantes, sino crear las oportunidades para que las gentes hagan lo que tienen que hacer.  No olvidemos, que se aprende más escuchando, que imponiendo.

 

Más aún: el próximo Presidente requerirá –más que nunca- ser un gobernante con autenticidad y veracidad, nada ingenuo y muy prudente. De lo contrario, los corruptos lo tratarán al antojo de ellos.

 

A mi juicio, debe irradiar –además de las cualidades mencionadas-: fortaleza, solidez, integridad y sentido común. La explicación es sencilla: un mandatario prudente pondrá los medios para rodearse de un clima de veracidad y de confianza con las demás personas, pues la verdad une. Pedirá consejo, para entender las necesidades y opiniones ajenas, y así ver la realidad con la mayor objetividad posible, y actuar en consenso democrático. Es muy conveniente que crea y ame a Dios.

 

Recordemos que los buenos conductores de Estados, no se han elevado a la categoría de “grandes hombres”. Dice un conocido adagio: “Dios libre a los pueblos de quienes se creen grandes hombres”