Anunciación.- Sacude tu cabeza fuertemente y engulle otro par de aspirinas. Intenta desembarazarte de la descomunal cruda, resaca o guayabo que provocó la intensa fiesta de disfraces de anoche en la que, ante la imposibilidad física de abrazar a la bruja de tus entrañas y tus desvelos, sucumbiste a las sonrisas y al perfume oloroso y sospechosamente barato de una gárgola maltrecha, ostensiblemente afectada por los shots de Jager, tequila y brebajes azules. Amaneciste sin dinero, aún con maquillaje de tu caracterización de Drácula y con nueva novia, así. 

Sacude lo más que puedas la parafernalia hallowinesca y los planes del majestuoso puente que los muertos te han regalado este 2017, liquidando la semana laboral desde el miércoles entre adornos de cempasúchil, panes de muerto, tamales y liquidaciones de máscaras de latex por doquier.

Sacude todo eso por favor y mírate al espejo. Si, pálido, ojeroso. Sí. Pero fíjate bien. ¿No será que en la práctica todo ese cúmulo de excesos, felicidad frívola, inmediata y superficial sean un disfraz a tu propia muerte lenta y continuada que llevas a cuestas todos los días en tu interior?

Será posible que si pones más atención a tu rostro en el espejo pudieras distinguir a ese yo interno y privado que ha intercambiado a sus héroes por fantasmas, sus bosques por cenizas humeantes, comodidad, holgazanería y acomodamiento por cambio, evolución, prosperidad.

Será que cancelaste tu apasionada entrega a la mujer que te haga perder la cabeza por una novia sosa, predecible y perfectamente adaptada a la uniformidad social de la época.

Allí, frente al espejo… ¿Será que el homenajeado en día de los fieles difuntos eres tú mismo, a pesar de presentar aún pulso y respiración entrecortada? ¿Será que eres capaz de distinguir muerte en vida, vida de muertos, muertos vivientes? ¿Será, en fin, que desde donde estás ahora puedes distinguir la diferencia entre cielo e infierno, cielos azules y dolor, como lo planteaban David Jon Gilmour y Roger Waters en aquél 1975?

Tan salsita serás para saber la diferencia entre pastos verdes y un riel frío, gris y rígido en una vía de ferrocarril; para ya ni mencionar jamás a tus muertos pues a quién importan esos fiambres y calacas, mientras se está viviendo a tope con las terminales nerviosas abiertas y sazonadas con el éxtasis, los alcoholes y la irreverencia contra todo, el dominio de los dioses materiales, la opinión de todo desinformada, pero obcecada en las noches de pre, de antro y de after.

Eso es vivir, según se remacha en cada brindis previo al shot, por tus compañeros que desprecian los lazos familiares, los objetivos de largo plazo, el vacío familiar, amoroso y de propósito.

Sí. Lo ves ahora con claridad en el espejo, y te retumban en la cabeza las frases y las notas de Gilmour y Waters. Cambiaste tus ganas de combatir y cambiar las cosas por un rol protagónico dentro de una jaula estandarizante. A tus héroes por unos estúpidos fantasmas tirándote un clavado a ciegas dentro de una pecera en la que ya solamente das vueltas año tras año, desconectado de tus entrañas y tu espíritu guerrero de antes, encontrando solamente seres que, como tú, abdicaron la razón y el sentido de vivir, por una supuesta fiesta permanente sin sobresaltos, un trabajo sin exigencia y una crítica encarnizada a quien tenga poco más que tú.

Sacude la cabeza y mírate al espejo otra vez. Detecta la muerte que reluce a modo de opresión, conformismo, mediocridad, derrota. Mira a los muertos vivientes que por las noches se enfrentan de manera eterna con los mismos miedos de siempre, con los mismos dolores de la infancia y la adolescencia, con el mismo fracaso de sumarse a los ejércitos diseñados para sucumbir, consumir y creer que viven al disentir y lanzar risotadas entre amigos en los bares de copas.

Sí colega, parece ser entonces que hay más difuntos celebrando que enterrados bajo tierra. Parece ser entonces que tú te fuiste hace mucho y dejaste un amasijo de huesos, tejidos y sangre gravitando en la negación de tu propósito. Parece ser que, de no enterarte de una maldita vez, lo único que podrás decirte a ti mismo, desde el fondo de tu alma, extrañándote a rabiar y por el resto de tus días de muertos es: “desearía que estuvieses aquí…” (Wish you were here)

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