EL ESTADO DEBE DETENER PLANES DE CONTROL NATAL
Autor: Gabriel Martínez Navarrete
Seamos sinceros, casi todo mundo lo sabe. “En cada instante de su desarrollo, el fruto de la concepción, esencialmente distinto del organismo materno que lo acoge y lo alimenta. Desde la fecundación, es ese mismo ser vivo hasta la vejez el que se forma, madura y muere. Sus particularidades lo hacen único, y, por lo tanto, irremplazable”.
“Igual que el médico permanece al servicio de la vida que adoniza, de la misma manera protege la vida desde su comienzo. El respeto debido a los pacientes no depende de la edad, ni de la edad que pueda abatirles”.
“Ante situaciones de peligro, cuyas consecuencias pueden ser trágicas, el deber del médico es poner todos los medios para socorrer tanto a la madre como a su hijo. Por lo tanto, no es un acto propio de un médico la interrupción deliberada de un embarazo, por razones de eugenismo, o para resolver un conflicto moral, económico social” (Dr. Jérome Lejeume).
No obstante, esta valerosa declaración en defensa de la vida, es imprescindible tenerla en cuenta, tanto en los organismos oficiales como en los negocios privados. Pero hay que terminar el trabajo a favor de la vida. Prohibir el aborto ya es algo, pero es preciso llegar al fondo: las píldoras abortivas.
Por otra parte, se palpa un silencio en torno a los grandes efectos secundarios –comprobados científica y estadísticamente, que pueden producir los anticonceptivos. Situación que hace sospechar la orquestada propaganda con el fin de silenciar los escasos gritos de quienes pretenden informar verazmente al público, sobre los peligros que entraña el consumo de los anticonceptivos.
Curiosamente, se afirma que los susodichos productos son “maravillosos” son “maravillosos, que poseen todas las ventajas y ningún peligro para el usuario. Afirmación que no puede hacerse ni de los más perfeccionados medicamentos, que tienen por finalidad proporcionar salud a los enfermos.
A pesar de los ya no tan escasos años de observación, el Dr. Juan Jiménez Vargas, en su libro Aborto y Contraceptivos se cuenta con pruebas suficientes sobre las incidencias de trombosis y embolias, hipertensión, alteraciones circulatorias y “diabetes química” en las mujeres que toman anticonceptivos sin control.
Continúa diciendo Jiménez Vargas: es interesante subrayar, a propósito de las discusiones entre autores que tratan de los efectos secundarios, las diferencias entre la objetividad científica y los enfoques y “y los enfoques polarizados y dirigidos”.
Sería muy loable y necesario que las autoridades correspondientes y las empresas privadas y afectadas, informaran claramente al público de los perniciosos efectos secundarios que puede ocasionar el consumo irresponsable de los anticonceptivos.
Asimismo el Estado debería controlar el uso razonable de la llamada “píldora”, permitiendo la venta de esta, sólo por serias razones médicas y restituir así –evitando los dañinos efectos secundarios- el primigenio valor curativo de este fármaco. Cuya finalidad consistía –originalmente- en equilibrar el ciclo menstrual, desfasado, de algunas mujeres enfermas en la edad fértil.
Pero el peligro mayor estriba, en los efectos sociales y personales que lleva consigo la contracepción. Sabemos que la contracepción significa la ruptura total entre el placer y la responsabilidad que implica el fin natural del trato sexual.
Las consecuencias de tal disociación son varias: las relaciones conyugales no se consideran ya como únicas, lo que repercute en el desprestigio del matrimonio, como institución inviolable e indisoluble. Originando el divorcismo, el crecimiento de las inversiones sexuales, las relaciones prematrimoniales, etc.
La búsqueda del placer sexual puede conducir al hastío en el matrimonio, a la insatisfacción, y, sobre todo, a la infidelidad. No son raras las familias quebradas o disgregadas por el uso ilícito de los anticonceptivos. Dice Sófocles, en su tragedia griega Antígona: “Quien es bueno en familia, es también buen ciudadano”. Por eso una familia disgregada se convierte en inepta para constituir una sociedad sana e inepta. “La dignidad de la vida conyugal y familiar es como la columna vertebral del Estado” (Pío XII).
Muy probablemente exista una íntima relación entre el control natal, la desintegración familiar que origina el divorcismo y la delincuencia juvenil.
El buen sentido va dando la razón aquellas familias que mantienen en su seno un exquisito respeto a la vida. En estas células familiares está recayendo el peso amable y exigente de una insustituible misión social, en el forjamiento de la sociedad del futuro.