CRECER EN SINCERIDAD, NO TIENE LÍMITES
La sinceridad de vida se identifica con la veracidad, virtud por la que el hombre se manifiesta en palabras y hechos tal como es interiormente, según lo exigen las relaciones humanas (Santo Tomás)
Las palabras y las acciones necesitan ser conformes a la realidad que expresan. Esta afirmación nadie la niega. Es necesario, para la convivencia humana dar mutuo crédito a las palabras y creer que nos dicen la verdad. La sinceridad, es, pues, como la principal cualidad de la conciencia.
“Sea, pues, vuestro modo de hablar: sí, sí, o no, no, que lo que pasa de esto, de mal principio proviene (Mt 5, 37). Esta sinceridad es particularmente necesaria para manifestar le verdad de la fe, ante los demás hombres, con hechos o con palabras; hasta el martirio, si fuese necesario.
La sinceridad la necesitan todas las personas para poder comunicarse.
Para juzgar rectamente de la moralidad de nuestras acciones no basta tener doctrina, es necesaria aplicarla rectamente a las circunstancias particulares. Someterse a Dios, reconocer que dependemos de Él y las exigencias que esto comporta, y reconocer que se ha obrado mal –si así ocurre- y rectificar.
Si se ha obrado bien: ¡!qué bueno!
Encontrarse personalmente con Dios en actitud de plena sinceridad, lograr la plena sinceridad con Él, es de gran utilidad, no sólo para buscar el perdón sino la fortaleza y luces nuevas para progresar en todas las virtudes.
Objetividad con uno mismo. con Dios y con los demás. Evitar el disimulo de la propia flaqueza, y tratar de conocerse uno mismo, evitando la ignorancia de sí. Esta actitud es indispensable, pues nos lleva a la auténtica humildad, mediante un periódico examen de conciencia. Contrición. Penitencia.
La aspiración a la sinceridad de vida, ha de cimentarse en la gracia divina.
Dada su importancia, la persona necesita adquirir continuamente la sinceridad. Si la persona es cristiana, debe hacerlo con la ayuda de la gracia de Dios y con el ejercicio personal necesario.
Juzgar honestamente no es una tarea fácil. Es imprescindible juzgar con rectitud la moralidad de nuestras acciones. Y para ello, no basta tener doctrina, es necesario aplicarla rectamente a las circunstancias particulares.
Y aquí en la valoración de una acción, entran en juego otros elementos de diversa índole.
No hay que olvidar que el pecado original –aun perdonado por el Bautismo- y los pecados personales dejan en el hombre la tendencia a ver las cosas propias según las disposiciones morales, con lo que se dificulta el objetivo conocimiento propio.
La raíz de esta actitud está en la soberbia, origen del pecado original y de todo pecado personal. Por ello, crecer en sinceridad, no tiene límites y hay que hacerlo siempre.