CONVIVIR CON TODOS Y VIRTUDES HUMANAS
Jesucristo tuvo trato con deseos de servir (salvar) a todos: niños llenos de inocencia y sencillez; hombres cultos y pudientes; sanos y enfermos, tuvo amigos (Betania); muestra gran aprecio a la familia, etc. A quienes siempre rechazaba era a los hipócritas y a los dobles en sus intenciones. Por ello, para convivir con los demás, podemos imitar en ello a Cristo.
Convivir con todos. Aprender a tratar a personas muy distintas: en la familia, en el trabajo, en el vecindario. Con caracteres y formación cultural y humana y modos de ser diferentes. Aprender a ser personas abiertas, con capacidad de amistades profundas, dispuestas a comprender y disculpar (sin juzgar las intenciones de los demás). Como se trata de un aprendizaje sin límites, es preciso hacerlo siempre.
Por ejemplo, las personas afables ordenan las relaciones de sus semejantes, tanto en hechos como en palabras. Esta actitud les lleva a hacer la vida más grata a los demás: se hace tranquila y agradable la convivencia, y sobre todo se puede hacer con caridad.
Otras virtudes que ayudan a hacer amable la convivencia cotidiana son: la generosidad, el buen humor, la buena educación, la lealtad, el orden, la sonrisa, tener en cuenta los gustos de los demás, etc.
Es necesario que de las virtudes sociales tengamos gran provisión y muy a la mano, pues se han de usar de continuo. Por ejemplo: disentir de los demás, con caridad, sin hacernos antipáticos. Mantener una actitud firme y constante, sin humillar ni despreciar: sino apreciando y aprendiendo de los demás.
Ver en los demás hijos de Dios, que merecen respeto, atención y consideración. Tratar a todos sin detenernos en sus defectos y deficiencias (porque todos tenemos estas cosas). Hacernos el encontradizo con algunos.
Ser benignos e indulgentes: juzgar a las personas y su actuación en forma favorable (ver sobre todo lo positivo).
Gratitud: recuerdo afectuoso de un beneficio recibido, con el deseo de corresponder de algún modo.
Cordialidad y amistad: que gran cosa poder llamar amigos con quienes trabajamos y estudiamos y/o convivimos: padres, hijos, etc.
Alegría: Nace de ser y sentirnos hijos de Dios. Se manifiesta en la sonrisa oportuna, o en un gesto amable: hace posible el diálogo y conversación. Anima a superar las numerosas contradicciones de la vida. Enriquece a todos.
Respeto mutuo: mirar a los demás como imágenes irrepetibles de Dios. “Venerar” lo bueno que hay en cada persona. Ello contribuye a la mejora y delicadeza en el trato personal con los demás. Cuando se avasalla se hace ineficaz el consejo, la corrección fraterna o la advertencia.
Comprender a los demás, mirarlos con simpatía inicial y creciente: aceptarlos con sus virtudes y sus defectos. Ello hace posible la amistad: el desinterés, la comprensión, el espíritu de colaboración, el optimismo, la lealtad, la sinceridad, etc. Amistades profundas especialmente entre padres e hijos, y hermanos.
Decía Marco Tulio Cicerón (106 -43 a ce J.C): “Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo”. Y Miguel de Cervantes: “Amistades que son ciertas, nadie las puede turbar”.
“La adulación en un amigo verdadero es una cosa monstruosa” (Henry Ford” (1863 -1947). “El que se hace amigo de un mal sujeto ha de esperar que esta amistad le reportará otras amistades peores” afirma Juan Luis Vives (1492 – 1540).
“Ante todo debéis guardaros de sospechas, porque este es el veneno de la amistad” (San Agustín, 354 430)