¿Cómo vivir mejor la Semana Santa?
Raúl Espinoza Aguilera
Blog: www.raulespinozamx.blogspot.com
Hace tiempo se puso de moda una canción popular titulada: “¿Qué tan grande es tu amor?” de los Bee Gees y, siempre que la escucho, la asocio con la agonía y fallecimiento de un amigo mío, Ricardo, quien tenía leucemia y se encontraba en fase terminal en un conocido hospital.
Recuerdo que me pidió que le llevara a un sacerdote para prepararse espiritualmente. En plan privado, tuve largas conversaciones con él. Me decía que la enfermedad le hacía sufrir mucho y que casi no dormía. Le recomendé que uniera todos sus dolores a la Cruz de Cristo y de este modo santificaría todo ese malestar general.
Una idea medular, de modo natural, surgió en nuestras pláticas: en el sacrificio se encuentra la mejor manera de corresponder al infinito amor que el Hijo de Dios tuvo para con nosotros, dejándose clavar gustoso a un madero, con la finalidad de salvar al género humano y abrirnos las puertas del Cielo.
Y como dice el dicho: “amor con amor se paga”. Poco antes de fallecer, este amigo besó con devoción un crucifijo. Me decía que todo el dolor lo estaba ofreciendo por la Iglesia entera, por el Papa y por todas las almas y que, además, lo hacía con mucho gusto y por amor de Dios. Hasta el último momento, Ricardo aceptó la Voluntad de Dios y murió con una enorme paz y serenidad.
Después de su deceso en el hospital –yo iba en mi coche camino a casa-, pensativo y bastante impactado y, en el alto de un semáforo, volví a escuchar esa canción, “¿Qué tan grande es tu amor?”, que se difundía desde el altavoz de una tienda. Comprendí que este amigo mío había sido fiel hasta la muerte, dejando este mundo como ejemplar cristiano, y que había tenido la valentía y fortaleza de decir que “sí” al gran sacrificio que Dios le pedía.
Estamos en Semana Santa. Me parece que una pregunta que nos podemos hacer es: “-En mi vida ordinaria, ¿cómo puedo corresponder a tanto derroche de amor que Jesucristo tuvo por cada mujer y cada hombre en particular, mediante su crucifixión?” Porque no lo hizo por una masa anónima sino pensando individualmente en cada uno de nosotros.
En primer lugar, es importante no dejar que estos días pasen “como agua entre las piedras” y se reduzcan a una mera temporada vacacional. Por ello es recomendable, hacer una buena confesión y recibir al Señor en la Eucaristía.
Después, asistir a los Oficios de Jueves y Viernes Santo, además –por supuesto- de la Santa Misa del Domingo de Resurrección. El Papa Benedicto XVI recomienda vivamente que meditemos la Palabra de Dios de esos días y todo lo relativo a la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor que se recogen en los cuatro Evangelios. Leyéndolos, no de prisa, sino en forma pausada y sacando consecuencias prácticas para nuestras vidas.
Existe, también, otra piadosa costumbre que consiste en rezar el Vía Crucis, siguiendo cada una de las 14 Estaciones de la Vía Dolorosa, y que tanto bien ha producido en millones de católicos a lo largo la historia del cristianismo.
De la misma forma, es aconsejable rezar un poco más y procurar ofrecerle a Jesús algunos actos de penitencia o privaciones voluntarias, como por ejemplo: no comer algún platillo que nos apetezca, dejar aquel postre que nos agrada, no ponerle azúcar al café, privarnos de algún antojo, etc. Se trata de hacer algunas mortificaciones pequeñas que realmente nos cuesten porque sabemos en nuestro interior que a Dios le agradan esos ofrecimientos personales.
Finalmente, hay una bella y piadosa costumbre en México que consiste en ir a una iglesia o capilla para darle el pésame a la Virgen María, la tarde del Viernes Santo, en que recordamos la muerte de su Hijo.
En suma, es necesario que nos metamos de verdad en las escenas que revivimos de la Pasión. Sin duda, ese silencio y recogimiento interior es señal cierta de madurez cristiana y que dejan abundantes frutos espirituales y en beneficio directo de los demás, comenzando por los que conviven a diario con nosotros.
A este propósito escribía San Josemaría Escrivá de Balaguer: “Los sucesos divinos y humanos de la Pasión penetrarán de esta forma en el alma, como palabra que Dios nos dirige, para desvelar los secretos de nuestro corazón y revelarnos lo que espera de nuestras vidas” (Es Cristo que pasa, No. 101).