CÓMO MEJORAR A LOS JÓVENES
Autor: Gabriel Martínez Navarrete
¿Por qué México es un país débil? ¿Acaso no podemos destacar como nación líder? Sí. Entonces: ¿Qué nos pasa?
La respuesta es compleja, pero existe un común denominador que impide ir hacia adelante: la futilidad, la vida sin sentido y la carencia de formación que afecta a un gran número de jóvenes, de modo que han llegado a ser juguete de las circunstancias.
El ser útil, el dejar huella positiva, el aprovechar la vida como si fuera oro fino en servicio de los demás, brilla por su ausencia.
¿Qué nos pasa? Sin duda algo grave, que es necesario eliminar su causa.
Existe consenso general entre la población de que la educación actual no se adecúa a los requerimientos de ellos: se termina una carrera y no se está preparado para afrontar la vida con garbo.
A falta de una acción de las autoridades educativas, que no debemos esperar, la responsabilidad recae por entero en los padres de familia, quienes deben sentir vivamente el compromiso de educar personalmente a sus hijos, sin tratar de suplir la función de la escuela y de la universidad, porque esta es muy pobre en cuanto a los valores.
La educación profunda que da sentido -que trascendente a la vida- no la encontramos en la mera instrucción, que es lo que usualmente ofrecen las escuelas. Esa educación recae principalmente en los progenitores.
Cuando los hijos aún son niños, el peso casi total de la educación debe llevarse en y desde la familia; cuando los niños atraviesan la adolescencia y la juventud, se presenta el hecho de nuevas necesidades de afecto, de experiencia, de prestigio, que la misma sociedad les va exigiendo y que se satisfacen fuera del hogar… en la escuela, en la universidad, participando en grupos juveniles, etc.
El adolescente comienza por descubrir su intimidad y tiende a exaltar su “yo”. Por lo que dice y por lo que hace nos percatamos de un afán de independencia –que antes no tenía-, desea sentirse responsable, se interesa por los valores más altos y espirituales, como la lealtad, la fidelidad, la veracidad, la generosidad, la laboriosidad, etc. que es preciso encauzar rectamente. El joven sufre cambios internos y debe readaptarse a la realidad. Resulta vital, para él recibir ayuda.
¿Quién le debe ayudar? Los padres en primer lugar, y luego los profesores si son auténticos. La experiencia siempre es útil.
¿Cómo ayudar? ¿Qué actitudes asumir para ello? Los educadores las resumen en cinco: respeto, aceptación, comprensión, cariño y el ejemplo, que no solo convence, sino que arrastra. En este punto la amistad juega un papel importantísimo, que implica una genuina colaboración entre el adolescente y el educador. Comprender implica un esfuerzo por ponernos en el punto de vista del joven: ver las cosas exactamente como él las ve, y el buen ejemplo que convence.
Aceptar quiere decir considerar a cada uno como es y no como quisiésemos que debiera ser. Aceptarlo con sus aspiraciones y afanes, con sus preocupaciones y ansiedades, sus defectos y sus virtudes. Aceptar las cosas como hechos; no implica conceder el visto bueno o reprobar.
La responsabilidad personal se desarrolla sólo en clima de sana disciplina. Eliminar la disciplina –como sucede en tantas familias y centros de enseñanza- causaría efectos desastrosos en los jóvenes: ¿Cómo aprenderán a respetar a los otros sino existen unas reglas? ¿Cómo comprenderían la exigencia que la sociedad les pedirá en el futuro? ¿Cómo crecerán en sentido de responsabilidad si carecen de las condiciones para lograrlo?
Cuando se olvida la disciplina y la responsabilidad personal, y las cosas se dejan al capricho del momento-, se convierte la persona en inútil: ¿Por qué se es débil?: Porque se ha cedido diez mil veces en cosas que exigen fortaleza. Es así como se llega a ser juguete de las circunstancias.
Cambiar a una actitud positiva, que les lleve a vivir los valores humanos de lealtad, responsabilidad, veracidad, laboriosidad, amistad, sentido del humor, alegría, etc. es el cauce adecuado.