LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS TIENE QUE SER PERSONALIZADA
Por: María Teresa Magallanes Villarreal
Ser padres no consiste solamente en engendrar a los hijos; supone necesariamente aceptarlos, amarlos incondicionalmente, mantenerlos, y procurarles educación escolar por lo menos hasta el nivel medio. Pero, la responsabilidad de los padres respecto de cada uno de sus hijos no termina ahí. La educación escolar no es en modo alguno suficiente. La labor de los padres en la educación de sus hijos en la familia es tarea principal de sus deberes como padres.
Los seres humanos somos lo que somos, no sólo por haber recibido la vida de nuestros padres, en colaboración de Dios, sino por la educación que ellos nos han dado en la intimidad del ámbito familiar.
Todos los padres quieren lo mejor para sus hijos. El problema está en cuál es su concepto de lo “mejor”. Muchos pensarán en que sus hijos logren un nivel de vida superior al que ellos mismos han tenido y les pueden dar; sin embargo, lo mejor para sus hijos es recibir en el ambiente familiar una educación que logre la formación de su carácter, que les vaya llevando paulatinamente a ser cada vez mejores personas y, por lo tanto, personas felices.
Pero, ¿cómo educar a los hijos, si no somos educadores profesionales, sobre todo cuando nos damos cuenta de que cada hijo es diferente del otro o de los otros?
Lo primero que necesitamos para saber cómo educar a nuestros hijos es conocerlos, y me dirán “yo conozco muy bien a mis hijos”, pues yo te digo que no, tu sabes cómo son tus hijos, porque los conoces desde su nacimiento, porque convives con ellos cotidianamente, sabes cómo son, pero no sabes por qué son así cada uno de ellos.
Cada niño tiene una individualidad que le hace diferente a todos los demás, y hay que saber de ellos mucho más de lo que la apariencia nos dice su comportamiento.
Necesitamos tomar en cuenta en cada uno algunas variables que forman parte de su personalidad, y por lo tanto de su conducta.
En primer lugar, hay que tomar en cuenta que tienen una carga genética de origen, que incluye los rasgos heredados de sus padres, pero también aquello que los padres heredaron de los suyos, aunque no sea en ellos tan evidente.
Toma en cuenta que muchas de sus conductas proceden más bien de la etapa evolutiva en que se encuentran. Los bebés suelen llorar por lo menos cada tres horas, sobre todo en la madrugada. Los niños de uno o más años, ya no lloran de noche. Los adolescentes tienen conductas que nos sorprenden y nos hacen pensar que “alguien” nos los está echando a perder, cuando sus actitudes y conductas tienen como causa principal la etapa de desarrollo en que se encuentran.
Hay que considerar también que cada uno tiene un perfil peculiar de: cualidades y defectos, capacidades y limitaciones, virtudes y vicios, (por ejemplo, sinceros o mentirosos)
Luego, hace falta identificar cuál es su temperamento. Todos tenemos un temperamento que conviene reconocer, ya que no se puede cambiar, sólo puede educarse, es decir “sacarle el mejor partido posible” a través de la educación.
Muchas de las conductas de los niños y adolescentes tienen que ver con su temperamento. Este lo tienen de origen, así son y no los podremos cambiar, habrá que educarles.
En el temperamento hay tres rasgos principales que son: emotividad, actividad y resonancia.
La emotividad se refiere a la mayor o menor intensidad de las emociones que experimentan ante diferentes estímulos, y su forma de reaccionar ante ellos. Hay personas muy emotivas y otras poco emotivas, pero todos somos emotivos. La diferencia es sólo de grado.
Cuando un hijo es muy emotivo, hay que ayudarle a reconocer las emociones y sentimientos de los demás, y no centrarse sólo en sí mismo. Habrá que ayudarle a reconocer la verdadera importancia de lo que le sucede para que sus reacciones sean proporcionadas a la realidad. En cambio, a un niño poco emotivo habrá que ayudarle a desarrollar la afectividad, a ser más sensible. Suele ayudarle mucho el tener y cuidar una mascota, o mejor aún, el tener hermanos menores que pueden despertar su ternura, aunque también pueden provocarle enojo en algunos momentos. Ambas cosas son buenas para estimular su emotividad.
La actividad se refiere a la mayor o menos disposición a la acción. Hay algunos niños que apenas dicen, “quién puede…?, y saltan diciendo “yo!”. A estos niños no les cuesta ponerse a hacer su tarea en cuanto terminan de comer, en cambio hay otros a los que hay que insistirles mucho. Con los niños activos necesitamos ayudarles a pensar antes de actuar, porque suelen saltarse ese paso. Con los niños no activos necesitamos ofrecerles incentivos, como “cuando termines la tarea vamos a ir a …..” Poco a poco, ellos empezarán a encontrar motivos internos para actuar, aunque su tendencia original será la no actividad.
La resonancia tiene que ver con la intensidad y duración de las experiencias, positivas o negativas. A los niños que tienen una resonancia poco intensa, suelen tener emociones muy pasajeras, aunque sean intensas si son muy emotivos, pero las vivencias les dejan poca huella. Suele ser el niño que en un momento está llorando, y si le haces una cara chistosa, suelta la risa a pesar de las lágrimas. A estos niños les resulta fácil perdonar, pero también las experiencias positivas les dejan poca huella. Son personas que no aprenden de los errores, ni de los éxitos; acumulan poca experiencia. En cambio, hay niños que tienen una resonancia prolongada. Son aquellos que pueden seguir enojados por largo tiempo, les cuesta mucho perdonar cuando han sido ofendidos por un hermano o compañero. La resonancia tiene también que ver con el grado de emotividad, puesto que las experiencias positivas o negativas favorecen la resonancia prolongada en los que son muy emotivos.
Como se puede ver, la tarea de educar de los padres no es cosa fácil. Sería bueno que se plantearan la necesidad de prepararse adecuadamente para la tarea más importante de su vida, de la que la felicidad de sus hijos y la de ellos mismos dependerá en el futuro. Siendo los padres los primeros y más importantes educadores de sus hijos, lo deseable es que se tomen su deber de educar con un sentido de profesionalidad, ya que en asunto tan gravemente importante no se puede aplicar el dicho de que “echando a perder, se aprende”, sobre todo tomando en cuenta que los padres de hoy tienen tan pocos hijos, que tal vez terminen echando a perder los pocos que tienen sin haber aprendido a educar.