Es digna la alabanza del vigor de las personas cuando luchan por denunciar alguna injusticia, con el fin de terminar con ella. Sin embargo, conviene darse cuenta que quienes se unen por esa intención, tienen otros intereses que muchas veces difieren de los de los demás y entonces se corre el riesgo de querer uniformar a todos.
En las novelas románticas, en las películas que narran el amor entre dos personas o en los sueños por alcanzar la felicidad estable, para siempre, para siempre, el final feliz es contraer matrimonio en una ceremonia de sueño, donde los contrayentes se conviertan en el príncipe y la princesa de los cuentos.
En el mes de mayo celebramos el día de la madre, en junio al padre. Y son madre y padre respectivamente porque tienen hijos. Aunque resulte una verdad de perogrullo –verdad evidente-, conviene reconocer que aunque los progenitores busquen una relación horizontal, igualitaria, esta posición es ficticia, porque como les llevan bastantes años de experiencia a sus hijos, necesariamente los hijos esperan apoyo, enseñanza, seguridad. No pueden ser horizontales.
Lo primero es explicar qué entenderemos por competitividad. Esta palabra tiene relación con ser competente, esto equivale a realizar bien algunas actividades porque hay capacidad natural, o hay formación profesional, o se ha adquirido ese dominio con la práctica de actividades, o por la combinación de todos estos aspectos.
A lo largo de la historia encontramos que fuera del hogar el protagonismo del varón es evidente. Por eso, fue legítima la lucha para conseguir el voto de la mujer, el empleo fuera de la casa, y un sin número de aspectos que se han ido alcanzando.