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Historial

La otra historia detrás de las guerras 2>

Anunciación.- Termina un año, que ha resultado más violento que los últimos anteriores. El gran reto es descubrir la “otra historia” que ha acontecido simultáneamente, y que puede ser la fuente para que nuestras esperanzas de paz no sean expectativas vanas. 

1. Un especial recuento del año. Como es tradicional, en la reciente Navidad, el Papa Francisco impartió la bendición “urbi et orbi” (‘a la ciudad y al mundo’). En su discurso, el Pontífice dio a entender que acontecen al mismo tiempo tanto guerras y problemas económicos que producen una “degradación humana, social y ambiental”, como la otra historia, la del encuentro de Dios con los seres humanos a través del rostro de Cristo, Dios hecho hombre.

El Papa hizo un especial repaso de los sucesos difíciles del año que termina. Fue un recuento singular porque el Pontífice mencionó que el rostro de Dios se puede contemplar en los niños que sufren en los países en guerra, como ocurrió hace dos mil años cuando se pudo apreciar la cercanía Dios a través de los padecimientos del Niño Jesús, para el que “no hubo lugar en la posada” (Lucas 2,7).

 

2. Descubrir la historia sobrenatural. En su mensaje, Francisco hizo una especial invitación para descubrir la intervención divina en los acontecimientos del año, como el conflicto de Tierra Santa, las guerras perdidas de África y la situación de Venezuela.

El Papa invitó a ver a Jesús “en los niños de Oriente Medio”, que están “sufriendo por el aumento de las tensiones entre israelíes y palestinos”. Ante esa historia de dolor, el Pontífice pidió buscar la “otra historia”, en la que Dios participa, para que venga la paz en Jerusalén, haya voluntad de dialogar y se llegue a una “coexistencia pacífica de dos Estados”: Israel y Palestina.

 

Epílogo. La historia de los hombres, que se disputan las fronteras y las riquezas de las naciones, camina junto a la historia sobrenatural, que consiste en las intervenciones de Dios a favor de los humanos.

Los creyentes y las personas de buena voluntad siempre se han esforzado para descubrir ese otro designio divino, que siempre termina por imponerse a la mala voluntad de los tiranos. Reconocer esa “otra historia” es quizá la manera más realista de conservar la esperanza de paz en un mundo “azotado por la guerra”.

 

@FeyRazon    lfvaldes@gmail.com

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Reforma 2>

Anunciación.- Caminábamos sobre la avenida Reforma, una de las vías más transitadas de la Ciudad de México y cerca de la zona centro. Era de noche y disfrutábamos, agotados, de nuestro día de descanso, después de haber pasado días enteros encerrados trabajando para poner fin al trimestre en curso. El frío acompañaba a la mágica época decembrina y platicábamos sobre lo que haríamos con nuestras familias durante la navidad y el año nuevo. De pronto, detuvimos nuestro andar, pues un joven, de tez clara, cabello corto, bien vestido y atento, se acercó a nosotros, a paso corto e inseguro, para hablarnos.  

Inició su plática con un “necesito ayuda, por favor”. Al momento, me reproché el haberme detenido, ya que quería prestar mi tiempo a escuchar a mi amiga. Pero lo escuché a regañadientes. El muchacho nos comentó en seguida sobre su trágica situación cuando viajaba hacia la Ciudad de México, al haber sido asaltado y despojado de sus pertenencias. De poco en poco cambié mi postura, pues note un aire de sinceridad en sus palabras y en su postura. Afortunadamente él no había sufrido ningún daño físico, pero se encontraba muy angustiado por su regreso a casa, situada en la ciudad de Pachuca, Hidalgo.

Como nos detuvimos para escucharle, decidimos entonces a sentarnos a una banca angosta hecha de cantera, distintiva de la parte peatonal de la avenida. La plática duró una media hora, al menos. Él era originario de Atlanta, Georgia, y había estudiado artes plásticas en la universidad de su ciudad. Se había casado con una compañera suya de la universidad, la que, precisamente, era procedente de la ciudad de Pachuca. Además, había viajado a la capital para hacer unos negocios con unos futuros socios, pero le habían timado y nada había resultado bien entre ellos. Por otro lado, andaba hambriento y quería que los apoyáramos dándole dinero para regresar en camión.

Le hice una serie de preguntas a detalle para obtener más información y para no ser timado por un completo desconocido, pero de todas formas, no tenía modos para comprobarlo. Le di uno de mis sándwiches y mi amiga le dio veinte pesos. Al final nos despedimos y él se marchó. Al momento de su retirada comenzamos a especular sobre el momento extraño que habíamos pasado con él. Decidimos confiar en él y le brindamos algo de lo que teníamos. Era imposible para nosotros saber si nos mentía o si su historia era completamente verdadera. Sin embargo, creímos en él sin conocer el trasfondo de él y de su tempestuosa narración. Nos quedamos con la duda ¿qué sucedió después con él? Si mintió en alguna parte de su historia ¿por qué habrá mentido? ¿qué lo habrá llevado a mentir? Si fue verdadera su historia ¿habrá conseguido llegar con su familia? Creo que jamás lo sabremos: el partió con su historia, para siempre.

Escrito por Pedro Jacobo López del Campo.
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Años… 2>

Anunciación.- Transcurrieron los años y, con ellos, ciertas partes de mí se habían esfumado. Las noches en el pueblo, en aquella actualidad, me parecían terriblemente desoladoras, las estrellas durante la basta e inacabable obscuridad me dejaron de atrapar y me había distanciado de mi familia. La amargura consumió mi temple y mis enérgicos deseos de celebrar las fiestas decembrinas, habían desaparecido. Sin embargo, jamás podré olvidar las agraciadas palabras de María, una joven citadina con la que platiqué una tarde en la plaza principal. 

Fue extraño, ella me miraba con atención, sentada a pasos de distancia en una vieja banca frente a mí, y tanto que me comenzaba a incomodar. Intentaba hacerme a un lado sus miradas escribiendo, me dejaba envolver por la melancolía de mis recuerdos y me dejaba guiar por la asombrosa caída del sol sobre el horizonte. Después de unos momentos, la joven se acercó a mí y me saludó. Desconcertado, le contesté el saludo, me respondió preguntándome si podía sentarse en mi banca y acepté con extrañeza e inseguridad. Al momento decidí parar de escribir para prestar atención.

Su nombre era Julia y era proveniente de un pueblo cercano. Después de unas cuantas preguntas de presentación, me relató sobre sus extraordinarias tardes y noches durante la época de diciembre en compañía de su familia y amigos. Le encantaba disfrutar de los romeritos de una de sus tías, de carcajear hasta madrugar con varios de sus primos y de levantarse hasta tarde y encontrar el almuerzo preparado. A pesar de no ser católica, gozaba de todas aquellas costumbres del pueblo: las posadas, la construcción de un enorme nacimiento que era toda una obra de arte y de la celebración de la nochebuena.

Algo comenzó a suscitarse dentro de mí. Al escucharla comencé a recordar todas aquellas alegrías de años pasados, pero mi memoria me llevó a otras partes. Reflexioné rápidamente en mí y me di cuenta que mi distanciamiento había ocurrido por situaciones absurdas entre nosotros, como la falta de tolerancia y empatía. Julia había desencadenado una serie de pensamientos y recuerdos que había dejado en el olvido, a partir de sus propias experiencias actuales.

Después de un rato ella tuvo que irse e intercambiamos números de celular, para seguir en contacto. Al quedarme solo en el parque, me di cuenta que la noche me había envuelto. Decidí dejar mi lápiz y cuaderno para otro momento y me dirigí a casa para reunirme con mi familia. Después de la plática con aquella joven no pude evitar dejar de sonreír por darme la oportunidad, una vez más, de convivir con la gente que me ha visto crecer y me quiere.

Escrito por Pedro Jacobo López del Campo.
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“Ámame dos veces” 2>

Anunciación.- “Ámame dos veces”, repetía y machacaba a las siete de la mañana a través de la radio, como vuelto a nacer y cargado de toda esa energía que parecía explotarle en la voz y escaparle por la mirada. “Ámame dos veces, porque me voy…”, reiteraba tempranito por la mañana fría, de invierno y año nuevo, James Douglas Morrison, con ritmo, y ese dejo invitacional a seguirle, que a tantas almas tocó por los años en los que aún oficiaba de terrícola en su peregrinar por México, Estados Unidos, Canadá y Europa.  

“Ámame dos veces”, repetía el portador de la voz inconfundible que hacia cobrar vida a la “Mujer de Los Ángeles”, como conjuro a lo que ya sabemos era su destino al que avanzaba inexorablemente, apresurado, vertiginoso, sin sosiego. El destino a los veintisiete, increíblemente fatal, anunciado como repentino, como lo fue en el caso de otros grandes que no podrían detenerse tampoco para mandar su mensaje, en un tránsito velozmente furioso que llevaba al extremo la resistencia humana para traducir lo que percibían, sensorial y extra sensorialmente, para dejarlo en papeles, discos y, principalmente, nuestra memoria para toda la eternidad. Destinos indescifrables como el de Janis Joplin, Jimi Hendrix, Brian Jones, o ya más recientemente Kurt Cobain, Amy Winehouse.

Y claro que la letra que convocaba a amar dos veces se confeccionó por otras causas inspiradoras, lejanas a las infernales alucinaciones de LSD, peyote, y demás artilugios insospechados que campeaban en la contracultura de finales de los sesenta y principios de los setenta, y particularmente el apremio de vivir aceleradamente una vida que parecía no agotar ningún exceso y se escurría por los dedos de ambas manos.

Amar dos veces por causas más cercanas a la separación y el viaje, solo de ida, de aquellos que parten para no volver, para ir a entregar la salea a otras tierras exóticas en guerras organizadas en nombre de un juego político y de poder que se dirige desde grandes mansiones y limusinas negras, disfrazado de frases elocuentes de libertad, justicia y democracia. Al menos eso es lo que dicen inspiró a Robby Krieger, el guitarrista de “Las Puertas”, a acuñar la petición de abrazo doble sin un mañana que le amparara.

Ámame dos veces (y quizá Morrison hasta hubiese querido decir por favor). Ámame dos veces, porque me voy (quizá hubiese querido decir Morrison también, lejos o definitivamente). El reto lanzado en la voz ronca, salvaje y emblemática de quien alguna vez fue llamado el poeta hermoso americano pareciera tomar la dimensión correcta si se le analizara por la pasión desbocada por vivir y que aún mantiene y despierta en miles de personas; por la pasión, en fin, con la que aún se celebra su vida en su tumba del cementerio PèreLachaiseenParís.

A pesar de que James Douglas Morrison no confeccionó las palabras de una de las canciones con la que cualquier terrícola con elementales conocimientos musicales le identifica como un abanderado del atrevimiento creativo de la década de los sesenta del siglo pasado, quizá pudo cifrar otros mensajes ya en una interpretación de conjunto con su obra musical, las canciones que sí compuso, las ideas que improvisaba en sus conciertos y su febril escritura genéricamente identificada como poética.

El paso del tiempo. El apremio de vivir. No es optativo. El cambio en el calendario medido en días o en años, en millas avanzadas, en canciones cantadas, que da igual, pues solamente recuerda que sin nuestro consentimiento estamos condenados a dar, en cada momento, un paso más hacia un sitio en el que eventualmente, y ya sin papeles ni aliento, nadie dará un paso más por lo redondo.

En el fondo todos soñamos con tener esa maestría para producir arte, música en particular. Dar el golpe de suerte, la pincelada brillante, y ser un poco como James Douglas, a nuestro aire, con nuestra circunstancia, con nuestro muy personal sello de lo que sería en nuestro entendimiento hacer esa obra hermosa que nos libere de la carga y nos reconforte con un sentido verdadero a la hora de encontrar ese destino tan fatal como común a todos. Que nos llene de orgullo en el momento de “Atravesar al otro lado”.

Quizá ni Morrison ni los Doors, ni ninguno otro de esos soñadores hacedores de música que precipitaron sus vidas hasta el límite infranqueable de un destino fatal a los veintisiete años de edad, se rebelaban contra el establishment, ni mucho menos la autoridad, sino más bien contra una forma de concebir al mundo muy basada en la apatía, en la aceptación de los satisfactores artificialmente impuestos, que cauterizan las terminales nerviosas de todo ser humano para reír, pero sobre todo para llorar y sentir con el corazón expuesto en carne viva precisamente hacia el riesgo de vivir.

Una conexión, decía Morrison en un poema, existe “cuando dos movimientos concebidos como infinitos y mutuamente excluyentes, se encuentran en un momento determinado”.

En el devenir sicodélico de los años sesenta y aún los setenta, no se podría sospechar una forma distinta sin un caleidoscopio similar, vaya, uno que encendiera de verdad nuestro fuego.

Del pasado ya nadie regresa, y el futuro solamente se construye por la sucesión de hilvanadas del presente. Me lo llevo sangrando en canal, hubiera dicho Morrison, o Hendrix, o Joplin, probablemente, pero me lo llevo sin quedarme estático a escurrir mi sangre en lo que no puede ser ya más en el momento que vivo.

En algún concierto pletórico y a reventar de fanáticos, precisamente antes de convocar a toda la audiencia a “amar dos veces”, James Douglas Morrison, con su voz salvaje y emblemática, emplazó para siempre: “No internal rewards will forgive us now for wasting the dawn…” (Ninguna recompensa interna nos perdonará ahora por desperdiciar un amanecer).

Twitter: @avillalva_

Facebook: Alfonso Villalva P.

Navidad, ¿una fiesta pagana del Sol? 2>

Anunciación.- ¿Por qué celebramos la Navidad el 25 de diciembre? –La Navidad es la adaptación de una festividad romana del Sol a una celebración cristiana, que pone a Jesús como Sol que ilumina la existencia humana. 

1. ¿Cuándo exactamente nació Jesús? La Navidad cristiana recuerda el nacimiento de Jesús en Belén. A diferencia de nuestra cultura, en la que festejamos el día exacto del alumbramiento de una persona, los primeros cristianos celebraban un evento: el que Dios se hubiera hecho un ser humano. Por eso, no importa realmente saber o no el día exacto en el que Jesús vino a este mundo.

En cambio, lo que sí sabemos es que cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio romano en el año 313 con el Edicto de Milán, el emperador Constantino sustituyó las celebraciones romanas por fiestas cristianas.

 

2. De la fiesta romana del “Sol invicto” a la Navidad. Los romanos tenían, desde el 22 al 25 de diciembre, el Festival del Nacimiento del Sol Inconquistado (en latín: Dies Natalis Solis Invicti), que se celebraba cuando la luz del día aumentaba después del solsticio de invierno, en alusión al “renacimiento” del sol. (Wikipedia)

El cristianismo adaptó con mucha facilidad la fiesta del Sol, porque en la Biblia Jesús es comparado con ese astro. Pero no se trataba de introducir una celebración pagana en el cristianismo, sino lo contrario: mostrar que en realidad Jesús es la verdadera luz que ilumina a los hombres.

Jesús se denominó a sí mismo como la “luz del mundo” (Juan 8,12). Ya antes, Zacarías, el padre de Juan el Bautista, se había referido al nacimiento de Jesús comparándolo con el sol, mediante un himno: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1, 77b-79).

 

3. Luz para nuestros días. Las celebraciones navideñas llenan de luces las calles de nuestras ciudades y las salas de nuestras casas. Es tradicional decorar con focos de colores los árboles de Navidad.

Esa iluminación representa la intuición de que también nosotros necesitamos una luz que alumbre el camino de nuestra existencia, “especialmente en esta época en que sentimos tanto el peso de las dificultades, de los problemas, de los sufrimientos, y parece que nos envuelve un velo de tinieblas” (Benedicto XVI, Discurso, 7 dic. 2011).

Y ese es precisamente el sentido de la Navidad: que Jesucristo, Dios hecho hombre, al nacer en un pobre y humilde pesebre, vino a compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, de manera que encontrar el significado de nuestra vida fijándonos en Él.

Pero no sólo eso, sino que Jesús, en cada Navidad, “se acerca a cada uno de nosotros y pide que lo acojamos nuevamente en nuestra vida, nos pide que lo queramos, que tengamos confianza en Él, que sintamos su presencia que nos acompaña, nos sostiene y nos ayuda” (Benedicto XVI, ibídem).

 

Epílogo. La celebración de la Navidad tiene muchas dimensiones y todas son muy entrañables, como los son la reunión familiar, la decoración de las casas y las ciudades, los intercambios de regalos y la riqueza gastronómica.

Pero esos aspectos cobran sentido pleno, cuando esta festividad nos lleva a buscar la verdadera orientación de nuestra vida y la descubrimos en Jesucristo, al que aceptamos como  sol del que surge la luz que nos permite descubrir el “para qué” más profundo de nuestra existencia.

 

@FeyRazon    lfvaldes@gmail.com

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