Category

Historial

Inicia colecta de la Cruz Roja Mexicana 2>

12/marzo/12
Sandra Monroy Gutiérrez  Twitter: @SaNaltruismo    alt

Anunciación.- Más 138 ambulancias fueron donadas a la Cruz Roja Nacional por parte del Nacional Monte de Piedad y la Fundación Gonzalo Río y Arronte, entre otras instituciones. Durante la entrega, Margarita Zavala, presidenta del Consejo Consultivo del DIF, fue la encargada de dar el arranque de la colecta 2012 .
Daniel Goñi Díaz, presidente nacional de la Cruz, indicó que significa un año más de esfuerzo por servir a la comunidad mexicana, “se han logrado más de un millón 200 mil servicios de ambulancia en emergencia que han sido gratuitos”. Expresó que en este mes se quiere recolectar fondos para este esfuerzo y junto con los voluntarios se pueda multiplicar y hacer una gran inversión de los recursos que todos los mexicanos donan.
Con el donativo, en cinco años, ya se cuentan con 900 unidades nuevas.
Respecto a la colecta, se implementará un nuevo sistema de recaudación a través de cargo al recibo telefónico marcando *6565, las aportaciones podrán ser desde 50 y hasta 500 pesos.
Margarita Zavala dijo que cooperar con esta colecta es una oportunidad para mostrar el agradecimiento, no sólo con palabras sino con el donativo económico, “hoy inicia la colecta y hacemos un llamado a la solidaridad de nuestro pueblo, para alcanzar más de 300 millones de pesos, lo podemos hacer y lo podemos lograr”.
Dijo que también se inicia el esfuerzo anual de sembrar esperanza, auxilio y solidaridad.
Cruz Roja Mexicana. Juan Luis Vives 200, colonia Los Morales. Número telefónico: 1084 9000. 

Reflexiones en torno a un viaje inesperado. 2>

Reflexiones en torno a un viaje inesperado
Benedicto XVI en México

Jorge E. Traslosheros
Para la revista italiana Testimoni

En México estamos de plácemes. Benedicto XVI nos visitará a finales de marzo. Se trata de un acontecimiento tan inesperado, como alegre. Su innegable importancia nos obliga a una serie de reflexiones que ahora comparto con los lectores.

¿Qué México encontrará y con quién nos encontraremos?

México se encuentra en serios problemas. Vivimos una crisis cuya más terrible expresión es la violencia que toma forma en la inseguridad y en el temor cotidianos. No se trata de que al salir a la calle nos secuestren o nos topemos con una banda de narcotraficantes. Se trata de que esto es posible, lo que acaba con nuestra tranquilidad. Se afirma que la raíz del problema es cultural porque hemos extraviado los valores que posibilitan la convivencia. Sin embargo, el problema es más profundo. En México se ha perdido el aprecio por la persona humana. Los valores que guían nuestra existencia se nutren de lo que consideramos que es el ser humano. Cuando reducimos a quienes debieran ser nuestro prójimo a simples objetos de uso y abuso, cuando degradamos a cada persona a simple cosa, entonces extraviamos nuestra humanidad y nuestra capacidad de asombro ante el Misterio que nos abarca. Este es, a grandes rasgos, el problema más acuciante del México que visitará el Santo Padre.

Benedicto XVI, por su parte, es uno de los exponentes más destacados de la revolución teológica que se gestó desde finales del siglo XIX y que ha sido central en la transformación de la Iglesia desde entonces. Me refiero a la teología personalista, es decir, al regreso a la persona de Cristo como fuente de cualquier transformación en el corazón y en la Iglesia. Primero la persona de Cristo en su infinito amor por el ser humano. La cultura, incluidos los valores, se levanta sobre esta firme roca.  Por ser el Papa Ratzinger el vicario de Cristo, por su gentileza, humildad y capacidad de comunicación, por recordar siempre que la fe transforma nuestro ser desde lo más profundo porque nace del encuentro con Jesús, tenemos grandes esperanzas en su visita.

¿A qué viene el Papa a México?

Benedicto XVI explicó los motivos de su viaje a México durante la misa en honor a la Virgen de Guadalupe celebrada en la Basílica de san Pedro el 12 de diciembre de 2011. Lo que entonces anunció se ha ido confirmando en declaraciones y signos de diverso tipo. Tiene implicaciones para la Iglesia en América Latina y para los católicos mexicanos. Veamos.

En el último año, el Papa ha impulsado con fuerza el proyecto más ambicioso de la Iglesia para el tercer milenio, siempre en armonía con el Concilio Vaticano II. Se trata de la Nueva Evangelización anunciada por Juan Pablo II, pero que ha sido Benedicto XVI quien le puso lo que le faltaba: dientes.  Para tal efecto creó un Dicasterio específico bajo el liderazgo del arzobispo Rino Fisichella, redactor de la encíclica Fides et Ratio, tema favorito del Papa Ratzinger. Sus recientes viajes por Europa y África, sus decididas acciones en Asia a través de la diplomacia en China y los nombramientos episcopales en Filipinas, así como la semilla sembrada en la JMJ de Australia, confirman el fuerte impulso evangelizador de esta Iglesia que por algo se llama católica.

América Latina, adelantándose a los demás continentes, configuró este proyecto desde la V Conferencia Episcopal Latinoamericana, celebrada al pie del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida (Brasil, 2007). Baste con revisar el discurso pronunciado entonces por Benedicto XVI y la riqueza de los documentos generados. Pero más significativos son sus resultados a casi cinco años de distancia. El planteamiento es sencillo: ser discípulos y misioneros en Cristo. Así, a nadie debe sorprender que el Papa venga ahora a México para “animar el afán apostólico que actualmente impulsa y pretende la misión continental promovida en Aparecida”.

En su homilía del 12 de diciembre citó los documentos de Aparecida en su numeral trece. Se trata de avanzar “sin desfallecer, a la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia”. América Latina es la avanzada de la Nueva Evangelización, como lo explicó muy bien el Cardenal Ouellet en entrevista exclusiva para Vida Nueva.

Se trata de un mensaje para nuestro continente que encuentra gran resonancia en México y así lo dijo el Papa. La Iglesia tiene una gran tarea por realizar en esta patria, empezando por la formación de católicos con profunda conciencia ciudadana que fomenten iniciativas y programas de reconciliación, fraternidad, solidaridad y cuidado del medio ambiente; con capacidad para vigorizar los esfuerzos de superación de la miseria, el analfabetismo, la corrupción; para erradicar la injusticia, la violencia, la criminalidad, la inseguridad, el narcotráfico y la extorsión. En suma, para ser auténticos discípulos y misioneros de Cristo para que en él encontremos vida en abundancia.

Reacciones en contra

La alegría que provoca el Papa entre católicos y diversas personas de buena voluntad es contestada por una minoría vociferante con gran presencia en los medios de comunicación.

La medalla de oro se la llevan quienes afirman que se trata de reactivar el negocio ante la crisis de la Iglesia mexicana. Acreditan como prueba que ya solamente el 84% de mexicanos se definen como católicos. Si tal es el síntoma de una crisis, cualquier organización social que se respete desearía vivir en semejante infierno. La Iglesia mexicana tiene problemas, pero está muy lejos de una crisis. Se mantiene, junto con el ejército y la familia, como la institución que mayor confianza genera en el país. Esto no se gana con declaraciones periodísticas, sino con el esfuerzo cotidiano de millones de católicos.

La medalla de plata se la ganan quienes ven en la visita un atentado contra el Estado laico. Resulta difícil explicar por qué la presencia de un líder religioso pudiera configurar tal amenaza. Por ejemplo, el Dalai Lama ha venido en diversas ocasiones y los católicos, dicho sea de paso, siempre lo hemos recibido con deferencia y cariño. Catolicidad obliga. La visita de un líder religioso de proyección mundial es una expresión madura de civilidad y libertad religiosa, un derecho que un Estado laico y democrático debe garantizar. La presencia del Papa confirma que la sana laicidad del Estado mexicano toma ventaja, lo que pone nerviosos a los anticlericales y sacrofóbicos de siempre.

Ganaron la medalla de bronce quienes dicen que se trata de una patraña para favorecer al Partido Acción Nacional (PAN) en las próximas elecciones y, entre otras cosas, afirman que los obispos han gozado de mayor libertad bajo el gobierno federal del PAN. Olvidan tan distinguidos analistas que, con el PAN, los católicos no la hemos pasado bien. La tentación de ciertos grupos ultraconservadores del PAN por manipular la fe y la Iglesia en beneficio de sus intereses políticos ha sido una piedra en el zapato y Guanajuato ha sido tierra fértil para esta pretensión manipuladora. Lo cierto es que, por ganas de hacer de la religión un instrumento político, no se quedan atrás ni el Partido Revolucionario Institucional (PRI), ni el Partido de la Revolución Democrática (PRD).  Es tarea de la Iglesia no caer en tan perjudiciales juegos de poder. Algo que ha repetido Benedicto XVI a tiempo y destiempo.

Por último, la mención honorífica. Un famoso analista afirmó con adusta seriedad que, puesto que él está a favor de la legalización de las drogas y como la religión es el opio del pueblo, no podía oponerse a la visita del Papa.

Reacciones desde adentro que pudieran malinterpretar la visita

Las únicas reacciones que me preocupan son las que vienen del interior de la Iglesia, de trasnochados clericalistas ubicados así entre los “tradicionalistas”, como entre “progresistas”, tan parecidos ambos en sus intentos por manipular a la religión con tal de sacar raja en la política partidista.

Por un lado están los que consideran la presencia del Santo Padre en Guanajuato como la reivindicación de la guerra cristera que tuvo en este Estado uno de sus dramáticos escenarios. Se trata de un discurso que pretende manipular a la religión como trampolín político. Urgentes lecciones de historia les hacen falta. La guerra cristera (1927-1929) fue un movimiento armado de índole defensiva protagonizado por campesinos agredidos, despojados de sus tierras por un régimen autoritario que, además, quería privarlos de su derecho a vivir su religión en libertad. Un momento crítico dentro de una larga persecución que duró 24 años (1914-1938), durante la cual los católicos resistieron por vías civiles y pacíficas.

Por otro lado, están los hermanos gemelos de este clericalismo “conservador” que son los autodenominados “católicos críticos”, autodefinidos “progresistas”, que ven en el Papa la imposición del autoritarismo clerical, un atentado contra las causas liberales. Lo cierto es que, al igual que sus gemelos, exigen del Papa una bendición a sus causas finalmente políticas.

En ambos casos se pretende manipular a la religión para usarla como trampolín político, mostrándose incapaces de imaginar una Iglesia de carismas como la impulsada por el Concilio Vaticano II,  la CELAM de Aparecida, esta Nueva Evangelización y, por supuesto, Benedicto XVI desde sus tiempos de Joseph Ratzinger, aquel teólogo perito del Concilio.

El Santuario de Cristo Rey, el conocido “Cristo de la Montaña”, a cuyos pies celebrará una misa multitudinaria Benedicto XVI, fue construido por el esfuerzo de la catolicidad mexicana en medio de sabotajes y maltratos. Hoy por hoy, es el monumento a la libertad religiosa. A su sombra se puede reivindicar un derecho que beneficia por igual a los creyentes de todas las religiones, como a los agnósticos y a los ateos. Cristo resucitado, con sus brazos extendidos al horizonte y en cruz, abraza a la humanidad sin excepciones.

Que quede muy claro. El Papa no viene a reivindicar a nadie, ni a favorecer proyectos políticos de dudosa legitimidad. Viene a confirmarnos en la fe para que seamos, como Iglesia, portadores del Evangelio en México y en América Latina. Dicho en sus propias palabras, para “proclamar la Palabra de Cristo y que se afiance la convicción de que éste es un tiempo precioso para evangelizar con una fe recia, una esperanza viva y una caridad ardiente”.

¿Por qué no viene a la ciudad de México?

No ha faltado, dentro y fuera de la Iglesia, quien ponga en tela de juicio la pertinencia del viaje porque no viene a la ciudad de México, más concretamente, a la Basílica de Guadalupe.

La izquierda quiere llevar agua a su molino y dice que se ausenta para no saludar a Marcelo Ebrard, jefe de gobierno de la ciudad, por promover el aborto y dar estatus de matrimonio a las parejas homosexuales. Brincos dieran. Olvidan que Ebrard es un político de mediana estatura, que el Papa se ha encontrado con gente mucho más radical en sus posiciones anticatólicas, de mayor tonelaje político en la escena mundial y que no ha mostrado empacho para decir lo necesario, siempre con gran elegancia digna de emulación.

La respuesta hay que buscarla en razones de tipo pastoral íntimamente vinculadas al personal estilo de Benedicto XVI.

Contra lo que suele decirse, el Papa Ratzinger ha promovido el gobierno sinodal de la Iglesia en profunda sintonía con el Concilio Vaticano II. Así lo demuestra la confianza depositada en el episcopado de América Latina, los diversos sínodos celebrados durante su pontificado y el impulso que ha dado a la colegialidad a través de las conferencias episcopales, a diferencia de Juan Pablo II quien tenía preferencia por la autoridad del Primado de cada país. Su presencia en el Estado de Guanajuato refuerza la autoridad de la Conferencia del Episcopado Mexicano y la propia del Consejo Episcopal Latinoamericano, ambos presididos por el mexicano Carlos Aguiar Retes.

Benedicto XVI ha explicado en diversas ocasiones (por ejemplo en la encíclica Deus Caritas Est) cómo la fe no surge por la adhesión a un código ético o un programa político, sino del encuentro con Jesús de Nazaret. El Papa que nos invita a fiarnos de Jesús, que viene a retarnos para ser auténticos discípulos y misioneros, celebrará misa con el pueblo mexicano, en presencia del episcopado latinoamericano, al pie de uno de los más importantes santuarios en toda América dedicados a Cristo resucitado. La estética del mensaje es contundente. Cristo es quien impulsa a la Iglesia. El origen de la pretensión cristiana, como lo ha señalado el teólogo Joseph Ratzinger en diversas ocasiones, es sencillo: Cristo es el camino, la verdad y la vida.

Ratzinger, el Concilio y la renovación de la Iglesia 2>

Ratzinger, el Concilio y la renovación de la Iglesia

Jorge E. Traslosheros

En la entrega anterior de “Arrieros” nos ocupamos del modo de conducir la Iglesia en armonía con la tradición apostólica, el ministerio Petrino y el Concilio Vaticano II que ha marcado la vida de Joseph Ratzinger. Atenderemos ahora al modo de renovar la Iglesia representado por Benedicto XVI.

El llamado a celebrar los cincuenta años del Concilio Vaticano II, implica dos asuntos decisivos para el presente y futuro de la catolicidad: el cambio de estafeta generacional y la forma de interpretar el concilio. Al final, un modo de renovar la Iglesia o su naufragio.

Joseph Ratzinger es uno de los últimos teólogos de cuantos participaron en el Concilio. El relevo generacional es un hecho. El próximo Papa habrá sido educado dentro del ámbito del Concilio, como la nueva generación de obispos y la gran mayoría de los fieles que hoy arriamos por los caminos.

La forma de interpretar y aplicar el Vaticano II ha sido motivo de tremendos debates, las más dispares prácticas litúrgicas y orientaciones pastorales en los últimos cincuenta años. No pocos de nosotros las hemos vivido y sufrido entre la esperanza y el desconcierto. Dos hermenéuticas (interpretaciones) han marcado el tiempo posconciliar: una, de la ruptura; otra, de la reforma.

La primera es propia así de los autodenominados “católicos críticos”, que la prensa denomina “liberales” o “progresistas”, como también de los sectores más tradicionalistas. Para ambos, el Concilio implica la ruptura con el pasado, con la tradición, lo que les ha llevado a rechazar la forma en que se ha venido aplicando e interpretando. Para unos, la ruptura debe implicar un nuevo comienzo y el abandono de dos mil años de historia. Para otros, el concilio traicionó esos dos mil años. Mientras unos desean un Vaticano III, los otros quieren regresar a Trento. En las dos riveras encontramos casos, desgarradores en ocasiones, de quienes abandonaron la Iglesia porque no vieron cumplido el programa anhelado.

Tengo la impresión que ambos temen a la historia y, por ende, al futuro. Unos por ignorancia del pasado y otros por atavismos. Mientras de un lado exigen claudicar ante una supuesta posmodernidad, del otro rechazan involucrarse con el “mundo”. Al final, se le teme al diálogo sin claudicaciones y, en consecuencia a la identidad, a la historia y al futuro.

Uno de los teólogos de mayor influencia desde el Vaticano II ha sido Joseph Ratzinger así por su pensamiento, como por haber sido prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ha sido el portavoz más claro de la hermenéutica de la reforma, la cual considera que teológica, pastoral, histórica y sociológicamente el cumplimiento de la misión de la Iglesia y su continuidad se garantiza al vincular la renovación con la tradición, sin oposición y sin confusión. Es decir, poner la Iglesia al día, en armonía con su origen e historia.

Como historiador puedo afirmar que una tradición, contra lo que se cree, es lo más actual que podemos encontrar. Su condición de existencia es que se transmita de una generación a otra y, en el proceso, se renueve en forma tal que, sin perder identidad, sea vivida en el presente y se proyecte al futuro. En momentos de gran densidad histórica se realizan renovaciones altamente significativas, cual es el caso del Concilio Vaticano II. Si la renovación fracasa, la tradición se pierde y con ello su continuidad en la historia. Renovarse en la tradición es propio de instituciones de larga duración y la clave de su éxito. Dos mil años no pasan por casualidad.

El Concilio Vaticano II, como se dijo reiteradamente, buscó abrir la Iglesia al mundo, ponerla al día, para lo cual era esencial volver a las fuentes originales. Como vemos, la hermenéutica de la ruptura en cualquiera de sus dos versiones no logra integrar ambos elementos. Por otro lado, la hermenéutica de la renovación, que sí los integra, fue promovida durante y después del concilio por Paulo VI y la Primera Comisión Teológica Internacional formada por el mismo Papa a petición de un Sínodo General (este modo de conducir la Iglesia), en la cual participaron teólogos de la talla de Hans Urs Von Balthasar, Henri de Lubac y el mismo Ratzinger, es decir, protagonistas del Concilio.

El Vaticano II ha sido un proceso de profunda renovación en la tradición que se gestó desde el último tercio del siglo XIX. El posconcilio no ha sido fácil. La historia nos dice que ningún posconcilio lo ha sido. Precisamente por ello, como muchos anteriores, ha motivado la expansión misionera hasta llevar la Iglesia a todos los rincones del planeta, es decir, a ser hoy más católica que nunca. También ha refrescado y diversificado, dentro de la unidad eclesial, la vivencia de la fe como está dando testimonio la generación de jóvenes que sorprendió al mundo en las JMJ de Alemania, Australia y España, el florecer el catolicismo africano y la profundidad de la religiosidad popular latinoamericana, hechos que Benedicto XVI considera renuevos de la evangelización impulsada por el Vaticano II.

Nueva Evangelización: provocación que nace del silencio y la comunión 2>

Nueva Evangelización: provocación que nace del silencio y la comunión

Jorge E. Traslosheros
Arrieros Somos

Uno de los tópicos que marca el camino de Joseph Ratzinger como teólogo, pastor, prefecto y Papa, es la necesidad de asumir los enormes retos que el mundo actual presenta a la transmisión de la fe. Una preocupación que, pastoralmente, él ha identificado como la Nueva Evangelización.

Los católicos, desde finales del siglo XIX, hemos sentido la urgencia de renovar la transmisión de la fe. Un desafío pastoral que guió al Concilio Vaticano II, generando grandes debates y no pocos experimentos. Cinco son las principales propuestas que han dominado así las discusiones, como los ensayos pastorales: para unos, se resuelve con estrategias de comunicación; para otros, con eficacia en la gestión eclesial; algunos piensan que la clave está en resistir y combatir al mundo; otros más consideran que es menester asimilarse a las exigencias de la posmodernidad. Joseph Ratzinger es parte de la tradición de pensadores que han cuestionado fuertemente estos cuatro caminos pues ninguno apunta al núcleo del problema. Hoy, el reto de transmitir la fe involucra nuestro modo de ser cristianos, de ser Iglesia en el mundo. Un reto que empieza, antes que nada, en el corazón de cada uno.

Esta Nueva Evangelización es una provocación que nace del silencio y la comunión.  No es en primer término un programa de acción, ni depende de una serie de transformaciones estructurales en la Iglesia, como tampoco del manejo eficiente de los medios de comunicación. Mucho menos, de diluir la fe para ser “más modernos”.

Evangelizar es anunciar la Palabra de Dios que se ha hecho carne de nuestra carne en Jesucristo.  Es comunicar la Palabra que se pronuncia desde el silencio. En la intimidad con Dios nace la acción contemplativa y la necesidad de comunicar la experiencia del amor de Dios. Para nosotros, cristianos, ésta no se dirige a un principio abstracto, tampoco a la consecución de un estado anímico, sino a la búsqueda del rostro de Jesús de Nazaret y, en él, de la obra del amor de Dios en la creación y en nuestros semejantes.

La gran paradoja cristiana debe guiar esta Nueva Evangelización: del silencio nace la Palabra. Visto con detenimiento, el Papa nos propone regresar al fundamento de la fe vivida en la cotidiana experiencia de Dios. Los católicos le llamamos contemplación eucarística y, en México, el pueblo le nombra “visita al Santísimo”. La paz de los templos católicos, tan buscada por creyentes y no creyentes, da testimonio de lo aquí afirmado. André Frossard, aquel joven comunista francés convertido al catolicismo después de entrar a un templo sólo para descansar, ha dejado escritas páginas conmovedoras de esta experiencia de Dios en la contemplación, la misma que sostuvo al Cardenal Newman en sus momento más difíciles, que no fueron pocos.

La Nueva Evangelización es un encuentro. Ya lo dijo Benedicto XVI en su encíclica “Deus Caritas Est”. No se empieza a ser cristiano por la adhesión a unas buenas ideas, un programa político o la simpatía por un código ético. Todo es secundario al acontecimiento fundante de la fe: el encuentro con Jesús de Nazaret que nos transforma y del cual nace una forma diferente de ser en el mundo, capaz de dar testimonio del Dios vivo.

La Nueva Evangelización es un modo de ser cristiano que el Papa ha plasmado en cinco trazos impresionistas para dibujar un horizontes, no un cuarto cerrado. Es una renovada vivencia de catolicidad, de la universalidad de la Iglesia que une en Cristo a la diversidad humana, afirmando cada particularidad por su propio valor. Es la capacidad de ofrecer con alegría nuestra vida, no por temor al castigo o la espera de un premio, sino por amor al prójimo porque Dios nos ha amado primero. Es el gusto de adorar a Dios, contemplarlo, reconocer su presencia y su amistad sin condiciones en la Eucaristía, de lo cual nadie está impedido bajo ninguna circunstancia. Es reconocernos débiles, responsables de nuestros actos, necesitados de la Gracia de Dios en el sacramento de la reconciliación, ese silencio amoroso en el cual Jesús nos mira a los ojos y restituye nuestra dignidad, como a Magdalena. Es el gozo, la alegría serena y profunda de ser cristianos por la certeza de ser amados por Dios.

Desde el silencio contemplativo, por el encuentro con Jesús, la vivencia de sus sacramentos, en la comunión de los bautizados, la Iglesia puede abrir sus puertas al peregrino e invitar al diálogo a hombres y mujeres de buena voluntad, para buscar a  Dios y dejarse encontrar por Él. En el encuentro con Dios y los hermanos, por la experiencia de la caridad en la fe y la esperanza, es posible avanzar en pos de sociedades que, en su expansiva diversidad, reconozcan la dignidad inalienable del ser humano para la construcción de la justicia y la paz. La Nueva Evangelización no es un programa, es un encuentro. Visto con calma, siempre lo ha sido; pero lo habíamos olvidado. Éste es el anuncio de Benedicto XVI, el Papa que visitará México.

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. El carisma de la Palabra en México 2>

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. El carisma de la Palabra en México

Jorge E. Traslosheros

Benedicto XVI llegará a México en los próximos días. Hay que aprovechar la oportunidad de entablar un diálogo con este hombre, cuya calidad humana e intelectual es reconocida por hombres y mujeres de buena voluntad alrededor del mundo. Con tal fin, quiero llamar la atención sobre cuatro puntos de la persona y del pensamiento del Papa Ratzinger.

Primero. Estamos ante un hombre cuyo carisma es la palabra, no la imagen. Quien espere mucho confeti, plazas llenas y gritos eufóricos quedará decepcionado. Algo de esto habrá porque los mexicanos somos afectivos y las televisoras darán cámara a estas manifestaciones. El Papa lo agradecerá, le hará sentir feliz, pero no es su estilo.

Segundo. La visita del Papa será muy breve. Se reduce a cinco eventos: la llegada, el saludo a los niños y enfermos, el encuentro con los obispos de América Latina, la liturgia al pie del Cristo de la Montaña y la despedida. Dos serán sus mensajes más importantes. Uno estará dirigido a los obispos de América Latina y tendrá alcances continentales. En este caso, me parece, podría confirmar la confianza depositada en el episcopado latinoamericano, a través del Consejo Episcopal presidido por el mexicano don Carlos Aguiar Retes. Los resultados pastorales que ha arrojado la reunión de la CELAM, celebrada bajo el cobijo del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida (Brasil, 2007), entran en sintonía con el impulso a la Nueva Evangelización. Creo que lanzará retos interesantes, por decir lo menos.

El segundo mensaje será la homilía pronunciada en la misa al pie del Cristo de la Montaña. Nuestra patria será motivo de sus consideraciones y, así lo creo, los católicos seremos invitados a salir de la apatía para dar razones de nuestra esperanza y testimonio de nuestra fe y brindarnos a una sociedad sedienta de paz y justicia. No creo que sea un mensaje fácil de asimilar.

Tercero.  Ratzinger es un pensador profundo que tiene el don de presentar con claridad los asuntos más complejos. Así, me parece importante contar con algunas claves de su pensamiento.

Benedicto es portador de un humanismo cristiano radical que se inserta en la revolución teológica del siglo XIX y XX, marcó el Vaticano II y se ha consolidado como la propuesta más fructífera para la Iglesia. Me refiero a la teología centrada en la persona. La línea de reflexión que articula su pensamiento es la centralidad de la persona de Cristo, lo que pone de manera natural en diálogo la fe y la razón porque Cristo es el Logos, el Verbo de Dios. Esto significa que la revelación de Dios en Jesús de Nazaret es accesible a nuestra razón y es profundamente razonable como camino para alcanzar nuestra plenitud humana, por la simple razón de que somos amados incondicionalmente por Dios.

Nuestra persona se desarrolla en relación consigo misma, con los otros y con Dios, en la sociedad y en la historia. Estamos hechos para el diálogo. Del modo en que articulemos este diálogo-relación depende nuestra propuesta vital. Cuanto más nos acercamos al utilitarismo, menos humanas y más enajenadas son nuestras relaciones porque hacemos del hermano una cosa. Cuanto más están fundadas en la razón y la caridad, en el reconocimiento de la humanidad del otro, más profundas y plenas son. Esta es la experiencia de Dios y nuestra relación como personas emana de esta vivencia del amor con Dios. La primacía de Cristo implica la primacía de la caridad y la razón.

La centralidad de Jesús cobra vida en el modo de ser Iglesia que está en el corazón del Vaticano II. Implica una espiral ascendente que parte de afirmar con gozo nuestra fe, para celebrarla en la liturgia y en la religiosidad cotidiana (con aprecio por la popular) y así actuar en el mundo para hacerlo más humano y justo.

Cuarto. Sobre la base de este humanismo cristiano, Ratzinger ha dado grandes batallas intelectuales y pastorales en miras a una reforma integral de la Iglesia, en armonía con dos mil años de historia. Por citar cuatro ejemplos. Uno, ha dedicado significativos esfuerzos a la renovación de la liturgiala teologíala disciplina y al diálogo ecuménico, interreligioso y con las culturas. Dos, ha confrontado duramente cualquier forma de totalitarismo, incluida la dictadura del relativismo, porque hacen de la persona un comodín de antojos narcisistas, lastimando nuestra dignidad. Tres, también ha sido muy claro en criticar el moralismo (puritanismo) dentro y fuera de la Iglesia, por el desprecio que hace del ser humano y de Dios en función de la rigidez de un código moral, cualquiera que éste sea. La moral debe ser el resultado del aprecio por la persona, no al revés.

El Papa Ratzinger se ha ganado un lugar muy destacado en la historia de nuestro tiempo y de la Iglesia. Tampoco nos debe extrañar que haya sido y sea motivo de ataques constantes en medios de comunicación. Sin embargo, no hay memoria de que la conseja mediática haya mermado su natural alegría por anunciar el Evangelio y cumplir con el ministerio de San Pedro.