Por cierto, Bernard Shaw fue el célebre dramaturgo que escribió “Pigmalión” entre otras muchas obras y que fue llevada a la pantalla con ese mismo nombre y la versión posterior se tituló: “Mi Bella Dama” (“My Fair Lady”, 1964).
Muchos jóvenes imitaron a Elvis y al joven actor en boga, James Dean, en sus modos de vestir con chamarras negras de cuero, el largo copete con vaselina, pantalones de mezclilla ajustados, porque se habían convertido en los ídolos de esa década.
Este comunicador había nacido en el seno de una familia católica, pero en su juventud recibió la influencia marxista del movimiento revolucionario estudiantil de 1968. Con lo cual su fe cristiana naufragó y dejó de creer y practicar la Religión.
También fue partidario del “amor libre”, así que su juventud se desenvolvió con serios desórdenes sexuales y confusiones ideológicas hasta que un día esa conducta le produjo hartazgo y decidió cortar radicalmente con esa visión desacertada.
En ese instante, sintió una avalancha de luz que le fue aclarando -una por una- sus dudas de fe. Era una iluminación silenciosa que le permitió experimentar con una fuerza arrolladora que Dios era su Padre y además que lo amaba con inmensa ternura.