La actitud de aprender continuamente a ser personas abiertas y que saben escuchar, nos abre las puertas para convivir con todos. Todos deseamos hacer y mantener amistades profundas. Por ello, necesitamos estar dispuestos a comprender y disculpar, sin juzgar las intenciones de los demás.
Tratar bien a nuestros semejantes, nos hace afables, tanto en el pensamiento como en los hechos y en las palabras, y así hacemos la vida más grata a los demás: y desarrollamos una convivencia tranquila y confiada, que permite vivir la caridad que reside especialmente en comprender al otro.
La alegría nace de ser y de sentirnos hijos de Dios, y se manifiesta en la sonrisa oportuna y en un gesto amable: que permite el diálogo y la conversación. Anima y enriquece a todos.
Otras virtudes que ayudan a hacer amable la convivencia cotidiana son: la generosidad, el buen humor, el orden, la lealtad, la fidelidad, la sonrisa, etc. teniendo en cuenta los gustos de los demás.
Mirar a los demás como imágenes irrepetibles de Dios. “Venerar” la imagen de Dios (lo Bueno) que hay en cada hombre. Ello contribuye a la mejora de los demás. Cuando se avasalla se hace ineficaz el consejo, la corrección o la advertencia.
Comprender a los demás, mirarlos con simpatía inicial y creciente: aceptar a los demás: con optimismo, con sus virtudes y sus defectos. Tratar a todos sin detenernos en los defectos y deficiencias de los demás (porque todos tenemos estas cosas). Cada uno somos únicos e irrepetibles y tenemos nuestras personales peculiaridades.
“Ante todo debéis guardaros de sospechas, porque este es el veneno de la amistad” (San Agustín, 354 – 430. Obispo, filósofo y Padre de la Iglesia).
Marco Tulio Cicerón (106 – 43 a. C) “Qué cosa tan grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo”.
“Amistades que son ciertas, nadie las puede turbar” (Miguel de Cervantes)
Aristóteles define la virtud, argumentando que no es una facultad ni una pasión de la persona humana, sino un hábito que busca la perfección.
La alegría se consigue siendo sinceros y confiando en los demás. Quien da ejemplo, influye positivamente y va adquiriendo en las personas un liderazgo de confianza
También se ha dicho, que la virtud es un hábito que perfecciona al hombre para buscar la verdad y el bien. Y muchas otras definiciones, que no mencionaré por falta de espacio.
Todas coinciden en que la virtud actúa sobre la persona de dos maneras: 1) le hace ser mejor persona; y 2) le convierte en buen operario en sus quehaceres diarios.
Respecto al valor es todo aquel bien que le hace ser útil al hombre, para la satisfacción de sus necesidades materiales y espirituales. Pongamos optimismo y buen humor a nuestras vidas, la pasaremos mejor. Sale siempre ganando quien toma las cosas con optimismo y buen humor, viendo el lado positivo de las cosas.
Podemos diferenciar entre valor y virtud, sabiendo que el primero existe en si mismo y es permanente. En cambio, la virtud, es cuando se utiliza el valor y se lleva a la práctica. Entonces el valor se convierte en una virtud y hace a la persona humana buena y feliz.
La aplicación en la vida de los actos humanos virtuosos (que hacen feliz al hombre) permite a la persona ir alcanzando la madurez en el trato con sus semejantes. Acudamos a lo que nos hace felices. Decía León Tolstoi (1828 – 1910): “El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se hace” Querer el bien de los demás y estar olvidado de uno mismo.
“Media humanidad se levanta todos los días dispuesta a engañar a la otra media” (refrán popular). “El hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes). “No te fíes ni de tu padre” (frase popular). Esta posición negativa ante la vida, nos llevaría directamente al pesimismo y a una terrible incomodidad.
El mundo no es tan malo como lo pintan. El mundo es bueno y lo hacemos malo los hombres con nuestras tonterías. Necesitamos un hogar luminoso y alegre: donde se mira a los ojos, donde se trabaja, se ríe, se vive la alegría.
El don de la sencillez es lo cotidiano, donde cada uno cumple su cometido y se preocupa por los demás. La caridad bien entendida comienza por uno mismo, pasando inadvertido, tratando de comprender al prójimo.
La única manera de vivir la alegría consiste en estar uno gozoso y participar esa alegría a los demás. Esta alegría, los cristianos la tenemos que dar y enseñar a vivir, porque viene de Dios. La alegría es el lubricante que hace más llevaderos los roces en el trato.
Hemos de vivir la alegría en el trato. Se trata de decir las cosas como son, objetivamente, y en el tono correspondiente, según las circunstancias. Así, un “por favor”, que bien cae. Vivir la objetividad: las cosas son como son, y vienen una detrás de otra.
Vivir el equilibrio en las relaciones con los demás, ser cordiales, humanos, felices… Respetar el punto de vista ajeno: saber escuchar. Todos nos necesitamos los unos a los otros, por ello, se aprende más escuchando, que hablando.
Sólo unas cuantas cosas no son opinables. Las demás son verdades parciales que hay que aprender. Hablando se entiende la gente. Convivir en una pluralidad de opiniones o criterios. Para llegar a esta convivencia alegre, antes hay que respetar la libertad de las conciencias.
Actuar pensando que la gente es buena, hasta que no demuestren lo contrario. El piensa mal y acertarás es pesimista y conduce al recelo y a la desconfianza. Sonreír es acertado y lubrica el trato mutuo.