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Si somos mejores, los demás también lo serán 2>

Nada anima tanto como conseguir que los demás mejoren: porque uno entonces habrá mejorado. Si deseamos superarnos, debemos aprender a ser mejores, nadie nace sabiendo. Para educar, es necesario ir por delante, dar ejemplo, vivir antes las cosas. No podemos dar lo que no tenemos.

“Farol de la calle y oscuridad de tu casa”, reza el refrán. Y es cierto: la caridad empieza por casa, y primero por el ejemplo.

Psicológicamente, cuando el niño pequeño de la familia crece, se realiza en él un proceso de identificación con sus padres, quienes empiezan a estar presentes en la conciencia del chiquillo y forman parte integrante de la personalidad del pequeño.

Ésta es una de las razones por las que el carácter de los padres necesita ser excelente, dado que el niño aprende a superarse imitando, y se identifica con las personas que le sirven de patrón: los rasgos que asimile influirán en su vida posterior.

El niño que no es querido por sus padres, que es identificado como malo y regañado o maltratado sin razón, adopta una actitud negativa hacia sí mismo, que, a su vez, influye en sus procesos de identificación posteriores, que le llevarán a una desintegración de su personalidad y a ser potencialmente un delincuente: “si mis padres me rechazan, es porque soy malo.”

Es probable que el niño se haga el siguiente razonamiento: Si en mi casa me tratan mal, Luego también la sociedad –compañeros de clase, profesores, la gente, etc. – lo harán así conmigo”. Incapaz de vivir la solidaridad y la lealtad con los demás, se convertirá en un joven problema.

Si el niño es acogido con cariño por sus padres, y se le ayuda desde pequeño a identificar las cosas como son, cuando sea adulto tenderá a formarse en una expresión de sano equilibrio y positivo desarrollo mental.

No obstante, lo más importante de todo consiste en educar a los hijos para que desarrollen las virtudes humanas, que son propiamente las fuerzas del hombre, lo perfeccionan y le permiten realizar el bien. En este sentido puede uno mejorar sin límites.

Cuando los niños ven en sus padres una actitud cansina y pesimista ante la vida, cuando se lamentan y sr quejan ante las dificultades; cuando no son sinceros; cuando descubren que sus padres no desean tener más hijos -por miedo a complicarse la vida-; esos niños se encuentran lejos de formarse en la alegría.

El pesimismo como disposición psicológica es un vicio emparentado con la desesperanza, la soberbia, la vanidad y la presunción, es decir, con la tristeza.

Los hijos requieren formarse en un ambiente de alegría, en un claro optimismo, que es una virtud íntimamente unida a la fortaleza de ánimo, audacia y humildad para cumplir los deberes. Esa alegría se fundamenta en la misma libertad y responsabilidad personales y en la realidad de sentirse hijos de Dios.

Ayudar a los hijos a que dominen el presente:   el cumplimiento exacto de sus deberes de cada instante: estudiar, hacer la tarea, realizar un encargo, jugar, saber ser un amigo, rezar, etc.- les ayudará a tener un sentido positivo de la vida, sobre todo si se les enseña a comprender y a tratar a los demás como quisieran ellos ser tratados.

Reinicio de una etapa anual 2>

Cada año tenemos variadas etapas y esas secuencias tienen la finalidad de situarnos en acontecimientos muy variados. Los relacionados con la naturaleza nos preparan para convivir con cambios de clima como las cuatro estaciones del año. Y de ese modo tener en cuenta cómo será nuestro modo de vestir o el tipo de alimentos. También influyen en las actividades laborales o escolares.

Hay otras etapas relacionadas con la Historia Universal o la Regional, y eso propicia recuerdos de sucesos o de personajes. Los hay dolorosos como la guerra o algún evento climático. Otros heroicos como los resultados positivos de un buen gobernante o los descubrimientos científicos que mejoran la salud o la agricultura.

Algunos están relacionados con la religión y a estos me voy a referir con el fin de conocerlos mejor para aprovecharlos mejor. Obviamente tienen un sentido que sobrepasa al de la memoria. Se trata de recordar no sólo lo sucedido sino el mensaje de ese suceso y poder aprovechar la lección de ese acontecimiento. Porque por algún motivo importante se rememora.

Las etapas en las que quiero detenerme traen para nosotros muy valiosas enseñanzas y es una lástima que las desconozcamos o pensemos que lo poco que sabemos no es importante. Se trata de la Cuaresma y de la Pascua. Pero antes del inicio de la Cuaresma con el miércoles de ceniza hay unos días de Carnaval.

Al carnaval, en algunos lugares, les dedican unos días de fiesta imparable en lugares públicos y privados. Es buscar diversión y más diversión con bastante desenfreno, antes del tiempo de Cuaresma que es todo lo contrario. En el carnaval se da rienda suelta a todo tipo de pasiones antes de la llegada de la Cuaresma que es tiempo de recogimiento y de reparación con el fin de pedir perdón a Dios por los desmanes que cometemos.

El tiempo de Cuaresma comprende cuatro domingos y termina con la Semana Santa. Es un tiempo de penitencia y de oración para implorar a Dios el perdón por nuestros pecados. A la vez es el recordatorio de la misericordia divina que viene a pagar las deudas cometidas y que impiden nuestra salvación. Dios Padre envía a Dios Hijo para rescatar a todas las personas de la tierra que quieran aceptar tal regalo para poder entrar al cielo.

La Pascua inicia con el domingo en que se conmemora la Resurrección de Jesucristo, así vence a la muerte y abre las puertas de Paraíso. Son cincuenta días que terminan con la fiesta de Pentecostés. En ella conmemoramos la venida de Dios Espíritu Santo a cuidar a la Iglesia fundada por Jesucristo quien ya subió al cielo en cuerpo y alma y allí espera que ocupemos el lugar que nos preparó.

Si nos informamos adecuadamente podremos disfrutar con más precisión y admiración de todas las ceremonias litúrgicas.

Rasgos importantes del líder 2>

Supera al competidor, sin eliminarlo.

Persuade con hechos, más que con palabras. Es congruente y constante en su misión.

Es sociable. Se relaciona bien con los demás.

Tiene muy claro que sin el prójimo no puede hacer nada; observa con interés lo que atañe al otro.

Mantiene un aprecio genuino por la gente.

Evalúa los puntos de vista de los demás, y procura verlos tan claramente como si le fueran propios, y actúa en consecuencia.

Piensa y hace pensar en lo que puede desear y sentir el prójimo. Personalmente, aprecia las cualidades propias y ajenas, y conoce los puntos débiles tanto propios como de los demás.

Promueve valores humanos y espirituales: libertad, responsabilidad, fidelidad, unidad, justicia, trato con Dios, etc.

Entiende y promueve la realidad en que se halla.

Distingue entre hechos y opiniones.

Posee sentido de dirección, sabe conducir a su gente.

Tiene el valor de actuar. y lo hace con finalidades concretas y con tacto.

Confía en sí mismo y posee una autoimagen adecuada y realista de él.

No lucha por ser “alguien”, sino que –mediante el trabajo—se esfuerza por ser él mismo- y aprende de las cualidades de los que son mejores que él.

Sobresale y está orientado al servicio de los demás.

Sabe pedir consejo y lo hace con la persona adecuada.

Precisa unirse a otros –aunque no comparta con ellos sus convicciones-. Se percata que cada persona es útil, única e irrepetible, y acepta las diferencias.

En su trabajo en equipo, se esfuerza por alcanzar el fin previsto, apoyándose y mejorando las cualidades personales y las del grupo.

Es alegre y mantiene un constante y sano sentido del humor, sin importar las dificultades por las que atraviese.

Vivamos la alegría en el trato 2>

“El mundo de las cosas en que vivimos pierde su equilibrio cuando, desaparece su cohesión con el mundo del amor” (Tagore). “Media humanidad se levanta todos los días dispuesta a engañar a la otra media” (refrán popular). “El hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes). “No te fíes ni de tu padre” (frase popular).

Estas posiciones negativas ante la vida, nos llevan directamente al pesimismo y a una terrible incomodidad.

El mundo no es tan malo como lo pintan. El mundo es bueno y lo hacemos malo los hombres con nuestras tonterías. Necesitamos un hogar luminoso y alegre: donde se mira con gozo a los ojos: donde se trabaja con júbilo, se ríe y se confía.

Para conseguir este sano nivel de alegría se necesita mucho valor, renuncias, sacrificios y olvido de sí, por cada uno de los miembros que integran la sociedad.

El don de la sencillez es lo cotidiano, donde cada uno cumple su cometido y se ocupa de los demás. La caridad bien entendida comienza por uno mismo, pasando inadvertido, y comprendiendo al prójimo.

La única manera de vivir la alegría consiste en estar uno gozoso y participar esa alegría a los demás. Esta alegría sino la tenemos, todos necesitamos adquirirla y   que dar y enseñar a vivir. La alegría es el lubricante que hace más llevaderos los roces en el trato.

Cada uno es único e irrepetible y tiene sus peculiaridades.

Hemos de vivir la alegría en el trato. No se trata de adoptar posturas dulzonas, sino de decir las cosas como son, objetivamente, y en el tono correspondiente, según las circunstancias. Por ejemplo, un “por favor”, que bien cae. Es un error avasallar a los demás con nuestro carácter egocéntrico.

Vivir la objetividad: las cosas son como son, y vienen una detrás de otra.

Vivir el equilibrio en las relaciones con los demás, ser cordiales, humanos, felices… Si queremos estar alegres y dar alegría: no nos creamos ni los más listos, ni los depositarios de la razón, ni los imprescindibles. De lo contrario adoptaremos la ley del más fuerte que trata de poner la bota en el cuello de los demás.

Respetar el punto de vista ajeno: saber escuchar. Todos nos necesitamos los unos a los otros, por ende, es buena virtud saber escuchar (se aprende más escuchando, que hablando).

Sólo los dogmas no son opinables. Las demás cosas son verdades parciales que hay que aprender. Hablando se entiende la gente. Se puede convivir con gusto en medio de una pluralidad de opiniones o criterios.

Para llegar a esta convivencia alegre, antes hay que respetar la libertad de las conciencias. Actuar pensando que la gente es buena, hasta que no demuestren lo contrario.

El piensa mal y acertarás es pesimista y conduce al recelo y a la desconfianza. Sonreír, cuando esta sonrisa es sincera, es acertado y lubrica el trato mutuo.

Vivir la alegría, resolviendo: las dificultades del camino 2>

Desechemos las ideas que nos parecen imposibles. Llegará el momento en que –cuando se nos presenten- lucharemos contra ellas, para convertirlas en viables. Tampoco fabriquemos montañas inaccesibles en nuestra imaginación cuando queramos conseguir algo valioso. Esas montañas -casi siempre- son granitos de arena, que superaremos con constancia, con más o menos dificultad, si nuestra visión de la vida es objetiva, positiva y alegre.

No nos compliquemos pensando en miserias futuras, cuando lo que pretendemos son cosas buenas.

La experiencia demuestra que muchos males o problemas sin solución: nunca ocurrieron: y toda la energía y tiempo empleada para prepararnos para tal confrontación, resultaron inútiles. La desesperanza –entre otras cosas- se puede exteriorizar en una desgana por el trabajo o en mal humor, que hemos de quitarnos para trabajar alegremente.

Consideremos el sentido positivo de que nada de lo que hacemos se pierde.  No nos compliquemos la vida pensando en miserias pasadas negativas, considerando que la experiencia futura así será: Jamás aceptar la retórica de los “ojalás”.

Quien se preocupa demasiado por el pasado cae en la mentalidad enfermiza de examinar la cadena de los pasados fracasos como algo indeseable, siendo que de ella adquirimos experiencia para hacer las cosas bien en el presente, el cual debe ser alegre. El futuro hay que construirlo trabajando con prudencia.

Hemos de atenernos a la realidad más material e inmediata, teniendo siempre presente la panorámica del futuro a largo plazo. Por ello, Lo verdaderamente importante es el cumplimiento de nuestro deber de cada instante.

Este presente es el que tenemos que dominar. Pensando, y hacerlo realidad, con nuestra voluntad y lucha, en un ambiente de alegría genuina y auténtica.

Es preciso luchar y olvidarse de sí mismo para conseguir vivir la alegría y para alcanzarla:, vivir primero la esperanza: no seamos aguafiestas, intentemos ser positivos.

Todos buscamos a Dios, no podemos cansarnos en la búsqueda.  La vida no es un camino insoportable, que conduce solo a la muerte sin sentido. La muerte es solo un cambio de casa. No es raro que se caiga en la tristeza, cuando se pierde la alegría de vivir.

La única forma de ser positivo y alegre es rectificando nuestra intención, en todos nuestros actos. El camino: buscar siempre a Dios en las tareas cotidianas.