La formación a fondo y con continuidad de los hijos es una tarea primordial en la escala de deberes de los papás. Ni el dinero ni los regalos espléndidos pueden sustituir a la comprensión, el cariño, la amistad y el amor paternos.
Conforme crece la responsabilidad y dependencia de un cargo, quien esté al frente del mismo, necesitará características que no pueden improvisarse.
Es justo lo que nuestro Premio Nobel de Literatura (1990), Octavio Paz, señala en su libro “El Laberinto de la Soledad”: el hombre contemporáneo parece esconderse detrás de “una máscara y detrás otras máscaras, pero en el fondo subyace el vacío, el hastío y la infelicidad”.
Una persona madura es eficaz y eficiente: tiene propósitos y objetivos, no puede darse el lujo de perder el tiempo. Posee la capacidad de enfrentarse a las desgracias, frustraciones, molestias y derrotas sin lamentaciones o colapsos.
“La familia es una sociedad estable que tiene por objeto la propagación de la especie humana, y en la que sus miembros, por medio de la comunidad de vida y amor, hacen frente a las necesidades materiales y morales de la vida cotidiana”.