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Gabriel Martínez Navarrete

Algunas ideas básicas sobre la amistad 2>

El amor es el acto por el cual la voluntad se identifica y se reúne con la alegría y bienestar del otro. La amistad auténtica es la que sabe compartir esta alegría, sin el más leve rastro de envidia. Es amigo aquel que comparte los gozos y las penas. El amigo es el otro: la felicidad y el dolor ajeno, pero hechos propios. Para ser dichoso, el hombre necesita de los otros.

Todas las formas de amor genuino son participación del amor de Dios (cfr  Apc 3, 19-20). Por ello, amar al amigo es desearle que viva en el bien y en la verdad.

Debemos amar a las personas como son, incluso sus defectos: si los queremos de verdad, desearemos que el amigo supere los defectos. La solución nunca está en la violencia, sino animando a mejorar.

Es sintomático -de la verdadera amistad-, manifestarle esos defectos en una conversación sincera e íntima. Es preciso que el amigo se decida a luchar –convenciéndose él mismo- de la necesidad de esa lucha. Esto requiere paciencia y comprensión, siendo exigentes, enfrentando al amigo con la realidad.

El consejo facilita la libertad: aporta nuevos elementos de juicio, que enriquecen las posibilidades de elección. Es el momento de comprender al amigo y estar a su lado, para animarle a superar el obstáculo, sacando el mejor bien posible de los defectos, transformándolos en virtudes. Rectificar siempre es necesario.

El amor abarca a la persona entera. Aunque en la amistad no se da una verdadera intimidad (esta la tendremos solo con Dios), es en el amigo con quien se habla sinceramente y se piensa en voz alta. No obstante, la amistad debe salvarse, aunque no se compartan las creencias.

Si las ideas son opuestas, al menos el afecto debe unir la amistad, porque es mejor esto que nada.

La verdad existe, es inmutable, hay que descubrirla y abrirse a ella:   son los dogmas. No puede cederse en los dogmas, que son verdades centrales. La humildad es la verdad.

“No podemos admitir el miedo a la ciencia, porque cualquier labor, si es verdaderamente científica, tiende a la verdad. Y Cristo dijo: Ego sum veritas (san Juan 14, 16) Yo soy la verdad” (san Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 10)

Lo opinable, son verdades parciales. Los hechos admiten interpretaciones.   Lo que se pide es ser consecuente con lo propio y estar dispuesto a dejarlo si alguien nos convence de lo contrario. Ayudar al amigo. Para ello es necesario de una actitud de olvido de sí mismo y de ayuda al otro. El amor debe prevalecer y centrarse en la persona: “qué maravilla que existas”.

La alegría y generosidad, van de la mano 2>

Psicológicamente, la alegría se considera como un sentimiento y primordialmente como una virtud en la cual lo que penetra inmediatamente en nuestra intimidad es considerado como un don: ya sea una cosa, un acontecimiento, un estado de nuestra vida, etc.  Todos estamos de acuerdo en que necesitamos una alegría permanente, porque en esta alegría a pesar de los pesares- nos sentimos felices.

Todos sabemos que hay dos clases de alegría: una externa, que es fisiológica, de diversión pasajera, de placer momentáneo. Se manifiesta en la salud corporal y en la emoción con risa, extraversión, dinamismo físico, etc.  Y otra profunda.

La alegría profunda es espiritual, basada más en el tono vital e integrador de toda la personalidad: Se manifiesta primordialmente en la sonrisa constante, en la serenidad y en la paz interior.

Es una alegría auténtica, que penetra toda la vida anímica y proporciona a lo que percibimos un especial brillo, mostrando en todo el horizonte de nuestra existencia una luz   nueva y dichosa. Afecta positivamente tanto los pensamientos como los actos de voluntad.

Por ejemplo, ahora que hemos pasado la Navidad y estamos comenzando a un año nuevo, procuramos asumir un óptimo sentido para nuestra vida. Y percibimos que existe también una alegría sobrenatural, que es fruto de Dios.

“La alegría es una virtud no distinta de la caridad, sino cierto acto y efecto suyo” (Santo Tomás). La alegría exige como punto de apoyo una tranquila humildad. La alegría se hace más honda conforme somos más generosos con el Creador, porque percibimos que todas las cosas buenas vienen de Él.

Esta alegría nos lleva a estar serenos, contentos, comprensivos y olvidados de nosotros mismos, en todos nuestros actos de la vida. Queremos el bien para los demás.

La alegría profunda es fruto del alma que está cerca de Dios, que no está unida a circunstancias contraproducentes o mentalmente desfavorables. Aunque parezca paradójico, hemos de estar siempre alegres, también a la hora de la muerte. Porque la muerte debe ser un cambio de vida, hacia otro mejor si estamos unidos con el Creador

La alegría que viene de Dios, es fruto de la caridad. Si queremos estar alegres –ser felices-, con buen humor: vivamos la virtud del Amor auténtico, en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales, en la conversación, tratando a las personas a como quisiésemos que nos tratasen a uno mismo.

No querer para otro, lo que no queremos para nosotros. Y querer para los demás, lo que queremos para nosotros. “Gozas der una alegría interior y de una paz, que no cambias por nada. Dios está aquí: no hay cosa mejor que contarle a El las penas, para que dejen de ser penas” (san Josemaría Escrivá, Forja, n.54)

“Nadie es feliz, en la tierra, hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor, ¡en cristiano¡ Cruz: Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí y, después,  eternamente.” (san Josemaría Escrivá, Surco, n.52).

Esto significa generosidad. Es decir: Dar con alegría.  Estar en la realidad y querer la felicidad tanto para los otros como para nosotros mismos.   Y de esta lucha, brotará la paz, y simultáneamente la alegría. De modo que la alegría y la generosidad van siempre de la mano, y no pueden existir separadas.

Crecer en sinceridad, es una actitud que no tiene límites 2>

La sinceridad de vida se identifica con la veracidad, virtud por la que el hombre se manifiesta en palabras y hechos tal como es interiormente, según lo exigen las relaciones humanas (Santo Tomás)

Las palabras y las acciones necesitan ser conformes a la realidad que expresan. Esta afirmación  nadie la niega. Es necesario, para la convivencia humana dar mutuo crédito a las palabras y creer que nos dicen la verdad. La sinceridad, es, pues, como la principal cualidad de la conciencia.

“Sea, pues, vuestro modo de hablar: sí, sí, o no, no, que lo que pasa de esto, de mal principio proviene (Mt 5, 37). Esta sinceridad es particularmente necesaria para manifestar le verdad de la fe, ante los demás hombres, tanto en  las cosas pequeñas como  en las cosas  grandes,  con hechos o con palabras: hasta el martirio, si es preciso.

Para juzgar rectamente de la moralidad de nuestras acciones no basta tener doctrina, es necesaria aplicarla rectamente a las circunstancias particulares. Someterse a Dios, reconocer que dependemos de Él  y las exigencias que esto comporta. Reconocer que se ha obrado mal y rectificar. O también, aceptar  que se ha actuado bien y dar las gracias por ello.

Quienes viven en armonía y sinceridad con su conciencia, muestran siempre un semblante atractivo, que da confianza.

Cuando no hay sinceridad las personas se degradan y no se tienen confianza unas a otras. Su sonrisa es ficticia. Por eso,  la persona más peligroso:  es  la mentirosa.

Adquirir desde niño la sinceridad y la lealtad  tiene una importancia casi absoluta para vivir bien.   Es necesario amar siempre la verdad, aunque a veces pueda uno pasarla mal, ante gente que no tiene escrúpulos.

En la educación y formación de los niños y jóvenes, también de uno y de los demás, la sinceridad debe ocupar un lugar prioritario, a través de una acción constante de lealtad, claridad y objetividad que se adquiere principalmente en el hogar

Encontrarse personalmente con Dios en actitud de plena sinceridad, lograr la plena sinceridad con Él es de gran utilidad para todo.  Buscar no sólo el perdón sino la fortaleza y luces nuevas para progresar en la virtud y ser felices.

Objetividad con uno mismo. Evitar el disimulo de la propia flaqueza, y tratar de conocerse uno mismo, evitando la ignorancia de sí.  Para ello, es necesaria una actitud de auténtica humildad, periódico examen de conciencia. Contrición. Penitencia.

Desde niños la aspiración a la sinceridad de vida, ha de cimentarse en la gracia divina,  poniendo como ejemplo a los papás y a los educadores.

Para ser felices necesitamos la alegría y el olvido de sí 2>

Nosotros somos los directamente responsables de nuestra vida, y en gran parte de todo aquello que nos rodea: la familia, el grupo -para trabajar en equipo-, la organización en la que trabajamos, el país y la humanidad entera. Ninguno de nuestros actos es un hecho aislado, lo que hacemos nos modifica y tiene repercusiones en los demás.

Por este motivo, es imperativo que nos preguntemos: ¿quién soy? ¿cuál es mi fin? ¿dónde me encuentro ahora? ¿hacia dónde quiero ir? ¿qué debo hacer para alcanzar mi meta? En definitiva lo que buscamos todos es la felicidad. Nada hacemos, si no es motivado por el deseo de ser felices.

Son innumerables las personas que lo saben y pocas las que trabajan objetiva y certeramente para alcanzarla. Es más, debemos estar relativamente felices, si nuestro camino vital es el correcto, porque la felicidad completa la encontraremos solo en la otra vida, cuando gocemos eternamente de Dios.

Aquí, en la vida actual, se trata de diseñar y llevar a la práctica un plan de vida que nos marque el camino para una administración  de nuestra vida personal, en los siguientes aspectos: espiritual, familiar, profesional, social y económico.

La riqueza, la fama y el poder son solo herramientas que pueden ayudar o perjudicar –según las manejemos- a nuestro propósito vital: la felicidad.

Todo lo que se necesita es enfocar el futuro con una visión clara de lo que se quiere lograr, seguido de una misión que dignifique lo que pretendemos. Indudablemente la visión y la misión –que son indesligables-, están incluidas dentro la vocación. Esa llamada que nos hace el Ser Supremo para que vayamos por determinado carril, cumpliendo nuestra misión, en esta vida. Cada quien  tiene que llevar a cabo en su vida una misión personalísima.

Sin compararnos con nadie, pues somos únicos e irrepetibles, hemos de trabajar en el conocimiento de uno mismo, y conociéndonos a nosotros, conoceremos a los demás en cuanto a sus capacidades y aptitudes, especialmente como seres humanos que tenemos una altísima dignidad, pues hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios.

Este artículo trata de comentar unas cuántas ideas que nos lleven a responder a nuestra misión, con responsabilidad personal.
También hemos de conocer nuestras fuerzas y debilidades, amenazas y oportunidades que afectan tanto nuestro ser  interno como el mundo externo.

Elementos vitales para el desarrollo personal

Virtudes:

Fe: Tal como sea nuestra fe, es lo que lograremos. Necesitamos tener una fe gigante, para lograr cosas grandes. Debe ser una fe anclada en la realidad. Poniendo en primer lugar a Dios.

Optimismo: el primer acto de optimismo consiste en enfrentarse a la realidad y ver en ella lo que pretendemos lograr, con la confianza de que lo lograremos. Las dificultades se superan con inteligencia y constancia.

Alegría: Es tan importante, que sin ella no podemos hacer nada. La alegría habla de plenitud, de generosidad, de la capacidad de darse a los demás.

“La alegría que debes tener no es esa que podríamos llamar fisiológica, de animal sano, sino otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarte en los  brazos de nuestro Padre-Dios”  (san Josemaría Escrivá, 1902 -1975).

“Dormí y soñé que la vida era alegría; desperté y vi que la vida era servicio. Serví y descubrí que en el servicio se encuentra la alegría” (Rabindranath Tagore, 1861 – 1941).

Esperanza: Es la certeza de que lograremos alcanzar aquello que nos proponemos. Es enemiga del desaliento y de la tristeza.

Amor: Es querer -con obras- el bien del otro.

Mejorar las virtudes cardinales: prudencia, fortaleza, templanza y justicia. Hemos de acompañar la justicia con el amor, porque la justicia a secas, puede dejar heridas emocionalmente a las personas.

Habilidades:

Actitud mental positiva: Significa decir “sí” a la vida. A todo lo negativo cortarle su fuente de abastecimiento.

Creatividad: abrirse a todas las posibilidades que impliquen una mejoría.

Entusiasmo: emprender acciones con energía, atención, intensidad y concentración.

Buena administración del tiempo: cuidar el presente, sabiendo que lo que hacemos hoy, será lo que tendremos en el futuro. “Haz lo que debes, y permanece en lo que haces”, es la clave.

Método:

Puede ayudarnos  realizándolo por  amor y como motivación constante:

-Clarificar el objetivo de la vida.

-Describir la situación actual.

-Concretar la viabilidad de las diferentes alternativas de mejora.

-Ejecutar la acción.

-Verificar si el avance va de acuerdo con lo planeado.

-Corregir las desviaciones.

-Formar un hábito de la acción exitosa.

-Comprobar que la excelencia es un hábito que debo mejorar de manera constante

-Tratar  a Dios.

Lo dicho anteriormente implica una buena dosis de olvido de sí mismo en el que el otro (prójimo) ocupará el vacío que he puesto a su disponibilidad.

Crecer en excelencia puede expresar un incremento en mi felicidad, sobre todo porque soy directamente responsable de mi vida, la cual adquiere significado en la medida en que soy fiel a mi misión, que siempre incluye el ayudar al prójimo en forma tan importante como ayudarme a mi mismo.

LA AMISTAD AUTÉNTICA Y LA VOCACIÓN PERSONAL 2>

Todos sabemos que el hombre es indigente e inacabado, y que principalmente necesita estar abierto a Dios y también a los demás en quien confíe. Por eso, qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo.

El hombre como ser creado, está dispuesto por naturaleza a desarrollar una vocación.  Ningún hombre se perfecciona solo. Necesariamente intervienen en su vida: las cosas, los hechos, especialmente las demás personas. Por otra parte, Dios busca colaboradores. Se vale de éstos para que colaboren con Él en la tarea de nuestra salvación.

Si cada uno de nosotros no es Dios, es indudable que no nos bastemos, para vivir la vocación (perfección) a la que hemos sido llamados. No es suficiente saberlo, es imprescindible que la convicción de seres necesitados (¿quién no lo está), sea una realidad   y prevalezca en el alma.

Del amor de Dios, se origina una dimensión de amor entre los hombres, participación del amor divino. Si cada uno de nosotros no es Dios, es absurdo que nos bastemos a nosotros mismos, para obtener la perfección a la que hemos sido llamados. Por eso, es necesario que la convicción de seres necesitados enraíce en nuestra alma.

Quién no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo amará a Dios, a quien no ve? Porque cada ser creado, depende en definitiva del Creador.

Del amor de Dios, se origina una dimensión de amor entre los hombres, participación del amor divino. Dios creó al hombre a su “imagen y semejanza”, el Hijo nos redimió a cada uno; entonces hay algo por lo que el hombre merece ser amado.

Ante el prójimo necesitamos mantener una actitud de respeto, de casi sagrada expectación. Nuestra actitud ante él prójimo, debe presentir lo que puede haber de verdadero y profundo en su interior. Esto se consigue con la amistad.

La amistad se encuentra y se forja, pero no se descubre hecha. Se trata de preocuparse por el amigo como a la persona que se ama, y se le ayuda hasta el punto de dar la vida por él. “Una de las alegrías de la amistad es saber en quien confiar” (Alejandro Manzoni).

Como la mistad es algo tan bueno, mientras más amigos auténticos tengamos, seremos más felices.

Necesitamos tener amigos (no por miras egoístas), porque así nos hacemos personas, como Dios quiere que lo seamos.  Dios lo desea. Buscando la felicidad del amigo, encontramos la nuestra. En esto consiste el amor: No busco solo mi felicidad sino también la del amigo.

Amor sin cálculos. El amor es el acto por el cual la voluntad se identifica y se reúne con la alegría y el bienestar del otro.

La amistad auténtica es la que sabe compartir la alegría, sin el más leve rastro de envidia. El amigo es el otro yo:  la felicidad y el dolor ajenos, pero hechos propios. Esta felicidad es algo estupendo que Dios nos otorga a cada uno.

Dios es feliz en sí mismo, porque no necesita a nadie. El hombre, por ser limitado, necesita de los demás para ser dichoso. Amar al amigo es desearle y ayudarle a que viva en el bien y en la verdad.